Iglesia de la Inmaculada Concepción en Alcaudete de la Jara |
“Zagala” trabajaba ya a pleno rendimiento, diríamos que desbordado de trabajo por la ocupación máxima, que se mantenía día a día, sin hacer distingos en los cambios de temporada. A mediados de los ‘60’ el personal no daba abasto; tres y hasta cuatro turnos de comida y dos y tres turnos de cena, aderezado con varios autobuses cada día que vomitaban entre cuarenta y sesenta pasajeros, ávidos, claro está, de hacer sus necesidades, eso en primer lugar, en unas condiciones de suciedad extremadas, tonificarse con un café con leche y bollería (elaborada para ese tipo de establecimientos), o bien ingerir refrescos, nunca lo suficientemente fríos, como era de necesidad para el viajero acalorado y agobiado; hacer una llamada telefónica familiar desde un teléfono que se tragaba las fichas, más adelante fueron monedas, a una velocidad que era inusual, se trataba de un robo, en este caso telefónico.