sábado, 4 de agosto de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (030)

Derribo de la pagoda de Fisac de Daimiel (Obra reconocida por el 'MOMA' de NY)

La Encomienda languidecía, se recuperaba del conflicto bélico, aunque no había sido pueblo muy afectado por el mismo, por su condición de lugar de paso; ya se había librado de represión cuando los franceses pastoreaban estas tierras a sangre y fuego, y lo hacía lentamente, bajo la admonición de la Iglesia local, que ejercía un férreo control sobre la feligresía y frenaba todo atisbo de progreso social o avance cultural que no fuera dirigido por ella misma. 

Mientras esto ocurre en la España profunda, cuyo máximo exponente es Castilla La Mancha, en el Vaticano se hacen eco de las protestas obreras de finales de los años ‘50’ y fuerzan a los obispos españoles a que reclamen una mayor distribución social de la riqueza, al tiempo que les sugieren que recuperen la neutralidad política, característica del ecumenismo, dentro del adecuado respeto al poder político, en suma, una velada crítica del buen Papa Juan XXIII a la ingerencia del franquismo en las decisiones de los eclesiásticos, siendo así que parte de la Curia española comulgaba con los postulados franquistas; nos atreveríamos a cifrarla en una gran mayoría de prelados que, a su vez, distribuían a los párrocos por los pueblos de la geografía española siguiendo directrices de las autoridades del Movimiento, particularmente de sus alcaldes. 

Una parte del episcopado español, en País Vasco, Cataluña y Valencia, pondrá el foco en los problemas sociales, de acuerdo con la nueva Doctrina Social de la Iglesia que anuncian ya los precursores del Concilio Vaticano II, que abrió sus puertas en 1959 y fue clausurado en 1965 y significó una revolución en el seno de la Iglesia Española. Castilla y Extremadura son las dos regiones más beligerantes con los postulados del Vaticano II, de hecho se oponen frontalmente a las conclusiones del mismo. También Madrid se subirá al carro del progreso a finales de la década de la mano del Arzobispo Tarancón, hombre del Concilio Vaticano II sin ambages. 

En La Encomienda lo vivieron en sus carnes los frailes que fundaron publicaciones cuyos serios contenidos ahondaban en la Doctrina Social de la Iglesia, así como en la más justa distribución de la riqueza que reclamaba Roma; fueron destituidos de la redacción de aquellas revistas parroquiales, y éstas fueron entregadas a los párrocos, que las utilizaron como sus altavoces a partir de finales de la década del mismo Concilio, el integrismo llegaban a la librería del pueblo, de la mano de la prensa del Movimiento. La Iglesia local había pasado directamente de la plaza Mayor al escaparate de la librería, regentada por un conocido fascista de la localidad. Ese episodio filocultural de carácter integrista protagonizado por los párrocos contó con el apoyo de fanáticos laicos, hombres de la cultura de medio pelo de la localidad, que mantuvieron a los vecinos en la más absoluta desinformación, manipulando las informaciones que llegaban de otros puntos de España, donde la renovación ya se estaba dejando sentir, llegando, incluso, a tildar de traidores a determinados obispos y cargos de la mismísima Conferencia Episcopal, como fue el caso de Tarancón, quien sintonizaba plenamente con esta renovación promovida por el Concilio Vaticano II. 

La jerarquía católica española no estaba preparada para el cambio que suponía el Concilio Vaticano II; Roma había pasado de sugerir reformas a recordar al episcopado español que el nuevo marco de referencia establecido se tenía que acatar obligatoriamente, lo cual reforzó las posiciones contestarias al mismísimo régimen del General Franco, e inevitablemente surgieron las tensiones internas dentro de la Iglesia española, que generaron un grave distanciamiento del Vaticano respecto de la Dictadura Franquista. 

A resguardo del vendaval que azota a la Iglesia en aquellos años; la “Zagala” era lugar de parada y descanso de miles de turistas; Demetrio había acertado en todas sus predicciones, aunque no sabía que aquel turismo tenía ya una denominación sociológica, se trataba del turismo de masas, que venía a equilibrar nuestra balanza de pagos, enriqueciendo de paso a esta familia, de manera ilegal, es decir, utilizando medios esclavistas en materia laboral y social; a sus empleados les era negado cualquier tipo de vida social, incluso familiar, ya que los horarios eran impropios, por desproporcionados e injustos, y comenzaba el acoso sexual, a renglón seguido del laboral, o quizás como consecuencia de éste, hacia las muchachas que se dejaban los riñones limpiando de rodillas la ingente cantidad de bruticia y desperdicios que se generaban cada día en el establecimiento.