lunes, 30 de julio de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (029)

Del capítulo sobre el 'Gañán de Corral de Calatrava', que heredó cargo y concubina

Habían nacido el segundo hijo de Teofila, Juan, y el cuarto de Rita, Emilio, ambos varones, nuevo motivo de alegría y satisfacción para el resto de la unidad familiar, ante la indiferencia del personal empleado. El trabajo, desbordante, es compartido por hijos y extraños, los primeros no perciben salario, es la razón por la cual les resultará extraño, en generaciones venideras, que los camareros y las mujeres de limpieza del complejo reivindiquen salarios que no sean de mera supervivencia y con los descansos regulados, el clásico ‘comen lo mismo que nosotros’, que es la gran falacia del paternalismo, comienza a resquebrajar la coordinación entre propios y ajenos. El patriarca empieza a ser muy consciente de esta crisis de crecimiento, ya en ciernes, y del desmadre organizativo y funcional que origina la excesiva confianza entre desiguales, así como la prolongada convivencia entre ambos grupos. 

Es el momento de tomar medidas, éstas comienzan por separar la familia, dotando a Tomasillo de los recursos suficientes como para comenzar, de forma autónoma, bien en el sector de la hostelería, a imagen y semejanza de “Zagala”, o en otro sector, si esa fuera su decisión, algo que satisface a Tomasillo y su mujer, agobiados por el ritmo que imprimía su hermano mayor a la vida del clan. Edelmira se convierte en el enlace entre los varones y colabora con ambos en las respectivas cocinas y en el control de las empleadas, a quienes trata con bondad extrema, siendo apreciada por todos, en aquel mundo de locos donde el dinero entraba a raudales, claro que para beneficio exclusivo de la familia. 

Tomasillo, acompañado de Teo, con los hijos al cuidado de Edelmira, encuentra un establecimiento en la misma carretera, en el municipio de La Encomienda y recibe las mismas facilidades que su hermano de las autoridades municipales; no consideran la necesidad de levantar dos plantas con habitaciones, como les recomienda el hermano patriarca y se limitan a la restauración, de mucha calidad, superior a la que conocían en “Zagala”, limpieza esmerada y trato de absoluta corrección a los clientes. 

A principio de los años ‘60’ la pasión de los españoles por el fútbol era incontenible, sobre todo para los seguidores del Real Madrid y Barcelona, también, en menor medida, los dos Atléticos, el madrileño y el bilbaíno. Es la década prodigiosa del Real Madrid que ganará ocho de las diez ligas disputadas entre 1960 y 1970, y también la década del relevo generacional ya que cuelgan las botas dos de las figuras más emblemáticas del futbol de la era de Franco, que así se llamó la época, Di Stefano y Puskas; este sentimiento futbolero no pasa desapercibido a Demetrio que, utilizando sus contactos políticos en la capital, logra que le presenten a Santiago Bernabeu, don Santiago, a quien invita a “Zagala”, presentándose como apasionado seguidor del club merengue, el equipo que representaba el régimen y la españolidad, por contraposición al Barcelona, apoyado por los nacionalistas catalanes y por las clases progresistas del resto de España. 

De vuelta en La Encomienda plantea a sus hijos y yerno la creación de una Peña Real Madrid, que, justo es decirlo, fue festejada por la familia, ya que no gozó de la aceptación de los serios madridistas del pueblo. La escasa vida social de Demetrio tenía lugar en Madrid, adonde se desplazaba en su flamante Buick comprado al estraperlista, con su yerno Teodoro al volante, el marido de Isidra y antiguo camionero con el que Demetrio había arreglado la boda de su hija la mayor, confiado en que el hombre se vería satisfecho de la relación que le unía a “Zagala”, como así resultó ser, a lo largo de toda su vida, que llevó con toda dignidad por su condición de castellano viejo. 

Se aprovechó la condición de conductor profesional de Teodoro para montar una empresa de taxis de gran turismo cuyo único cliente era el propio Demetrio Expósito, dueño de la misma; se podría decir de este hombre que nunca dio puntada sin hilo, conocía las leyes, que existían para beneficiarse de las mismas, en la medida en que ello fuera posible; algo habitual entre los hombres del régimen franquista, sistema corrupto desde el primer momento, desde su llegada al poder tras la victoria de Abril de 1939. Todas las puertas les eran abiertas, como podremos comprobar con el transcurso del tiempo.