domingo, 30 de enero de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (038-039)

MLFA
"Puente de la Reina" hace de muga entre Membrilla y Manzanares, en tiempos servía de fielato entre ambos pueblos, siempre enfrentados; incluso hoy día.

En “Zagala” se mantenían al margen de la mejoría económica del pueblo, al no ser clientes los vecinos, lo que no impedía que aumentaran los ingresos en ambos hostales y sus bares, así como los restaurantes; los españoles se desplazaban inquietos por el futuro político, ya era de dominio público que el Generalísimo luchaba entre la vida y la muerte y esta batalla no podría ganarla. Uno de los camareros de “Zagala”, chico guapo y de buen verbo, Javier, había iniciado una peligrosa relación con la hija menor de Demetrio, la joven Mercedes, una beldad pizpireta y dicharachera, que no perdía ocasión de comprometer al inquieto muchacho. Ella controlaba las pernoctaciones desde una pequeña oficina y disponía del llavero general del hotel; comenzaron los encuentros íntimos, siempre con prisas y la excitación agravada por el miedo a que fueran descubiertos, nunca pasaron de besos robados y erecciones sensacionales que el muchacho solucionaba con la masturbación en los servicios de la cafetería, con las prisas y el miedo a ser descubierto olvidaba lavarse las manos, que se restregaba, minutos después en el mandil que cubría su pechera.

- Después de comer te veré en el aparcamiento, le dijo Mercedes al momento de ir a recoger una comanda, ella gozaba sintiendo en la palma de su mano aquellas erecciones bajo la basta tela del pantalón negro y comprometía de continuo al muchacho; era difícil llegar a más, a los altos estadios de la penetración deseada, tú haz como que arreglas la moto y te daré aviso.

- Tengo miedo, respondió Javier, sintiendo la erección correspondiente al deseo que intuía en ella, y en el recuerdo, constante, de aquel sexo húmedo, que acariciaba sin llegar a más, tal era el miedo, diría terror, a ser sorprendidos por Isidra; demasiado ocupada con la dirección de “Zagala”, a cuyo frente le había puesto su padre al hacerse cargo su hermano Diego de “Zagala II”, lo que facilitaba las cosas a la joven pareja.

Aquello era especial para Javier, acostumbrado a revolcones con las empleadas de la limpieza, en cualquiera de las naves alejadas del aparcamiento, que resultaban gratificantes a más no poder, aquellas chicas de cuerpo robusto, mucho vello junto al sexo, deseosas del muchacho, al que confiaban los acosamientos que sufrían de parte de los hijos de la propiedad, Diego y Emilio, verdaderos sátiros, sobre todo el primero, que llegaban a acorralar a las muchachas en rincones de la bodega y al tiempo satisfacerse sobre sus delantales, que corrían a cambiarse, acaloradas por el miedo, que no por el deseo hacia aquellos depredadores.

Comían juntos, ellas y ellos, a media tarde, recogidos los comedores y preparadas las mesas y cubiertos para la cena de los huéspedes y de algunos viajeros, de paso, muy numerosos según la época del año. A las seis, atardecido, y con luz exterior escasa, el Javier repasaba la 'amotillo' con cuidado de no mancharse. Mercedes le hacía señales desde una de las habitaciones exteriores, donde ya habían estado varias veces; con mucho miedo y grande excitación, subió evitando ser visto, sudaba a pesar del frío otoñal. Esa tarde lo hicieron, sin quitarse toda la ropa; él ayudaba a la muchacha a expresar sus deseos con la idea de poder satisfacérselos y empieza lentamente, algo que le supone demasiado esfuerzo ante la lubricidad de ella, mojada ya entre ambos muslos y tocando de forma nerviosa y descontrolada aquél miembro, endurecido como nunca lo había sentido, en vivo y fuera del pantalón, incapaz de establecer un diálogo, y sabedora del cariño que aportaba el muchacho con su exquisita atención; ninguno de los dos era ya consciente del serio peligro que corrían, mayor, incluso en esa sinrazón que acompaña al impulso sexual, en el momento de la penetración, el miembro poderoso anillado en la vagina en perfecto acoplamiento, con el hombre ya inquieto en la búsqueda de los pechos de ella, refajados como era costumbre llevar para atender a los clientes en el comedor, él se vació dentro de Mercedes, ella le aseguró, días después, que había sentido correr su líquido por el interior y añadió que era caliente. 

Abandonaron la habitación por separado, primero él, a la espera de salir de aquel tálamo clandestino, ella repasó colcha y almohada, descubriendo consternada manchas de sangre en la colcha, pequeñas pero perfectamente reconocibles a los ojos de cualquiera de las empleadas. Retiró la colcha y la llevó al cuarto de la ropa sucia o de lavar y planchar, allí pudo hacerse con otra y desandar el camino para colocarla, la operación fue un éxito.

Caminaba con las piernas muy juntas, entre sus muslos se deslizaba el líquido templado del que, en un acto de confianza, más tarde, llegaría a comentar a Javier y, en un acto instintivo, trató de secar con las manos.

Demetrio era un mar de inquietudes, se le veía ajado, fruto de los nervios; la agonía del Caudillo era la conversación general entre los viajeros, también aquellos viajantes y pequeños empresarios, clientes habituales de uno u otro hostal, indistintamente, y él se veía obligado a participar, siquiera por cortesía. Demetrio nunca expuso sus ideas políticas, ni tan siquiera a los miembros de su propia familia. En su mente atormentada reaparecían los hombres y mujeres muertos de forma tan despiadada, con sus caras; también en el asesinato de Carrero Blanco, que, como se maliciaba nuestro hombre, abriría las puertas a un nuevo régimen político, de insondables consecuencias. 

Resultaba muy sospechoso, a su entender, el hecho de que las autoridades del Ministerio de Gobernación, que habían abierto una investigación para aclarar las circunstancias en que se produjeron los hechos, no habían resuelto el caso, y, creía él, tenía visos de que terminaría siendo archivado, como así fue, al comienzo de la Transición. De hecho, los autores, que fueron identificados, tampoco llegaron a ser juzgados y la Operación Ogro resultó un rotundo éxito para la banda terrorista, los asesinos, no podía saberlo Demetrio, se beneficiaron de la amnistía decretada en 1977.