lunes, 3 de enero de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (026-028)

MLFA
Ayuntamiento de Manzanares de La Mancha

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A principios de los ‘60’ estalla el boom turístico en España y toman forma real todos los sueños de Demetrio, al estar situado en el lugar de paso adecuado; hasta tal punto acertado que Rita lo achaca a la influencia del Cristo de la Vega toledano, su hostal está situado en una cruz, en la confluencia de los ejes norte-sur y oeste-este, miles de automóviles, la mayoría de ellos extranjeros, y cientos de autobuses nacionales, atraviesan España. El desarrollo excepcional del turismo entre 1959 y 1974, teniendo en cuenta el frenazo que supondría la primera crisis del petróleo del año 1973, supuso una clara mejora del nivel de vida de los españoles y de los transportes en general, a lo largo y ancho de la península Ibérica, pero de forma especial en los ejes del Sur y de Levante, es en ese cruce de caminos donde ya está instalado Demetrio y su hostal “Zagala”, primero de la cadena que constituiría en unos años el complejo hostelero del mismo nombre.

A partir del Pacto de Madrid con los americanos comienza a llegar la ayuda de éstos a España, una especie de Mini Plan Marshall a escondidas, que, de la mano de la liberalización del campo; la industrialización, que no llegó a Castilla La Mancha; y el turismo, colaboró en el equilibrio de nuestra balanza de pagos. En este último, fuese nacional o extranjero, es donde Demetrio había puesto todas sus esperanzas, ya desde los fogones de su suegro en ‘Casa Antonia’, él odiaba el frío y las heladas, pero era sabedor de que los europeos también, y tarde o temprano serían seducidos por el sol de España, como así fue a lo largo de esos veinte años de desarrollo turístico, que constituyen la primera etapa de ‘Zagala’, la de mayor éxito. La autarquía impuesta por el franquismo forzó un aislamiento de España que retrasó veinte años, entre 1950 y 1970, la modernización del país; esas dos décadas supusieron el enriquecimiento de la familia de Demetrio Expósito hasta límites insospechados, que se alcanzaron a base de explotación laboral continuada, mínima calidad y descontrol absoluto de precios, siempre al alza y en función del tipo de cliente que recalara en sus establecimientos.

En este crecimiento camina de la mano de sus hijos, que, a su manera y dependiendo de la edad, colaboran en el mantenimiento del flamante hostal de carretera que comienza a verse desbordado por la gran afluencia de clientes que será una constante durante los siguientes años. Demetrio se ve obligado a contratar personal y en un principio tira de familiares de la que va siendo su nueva familia: futuras nueras y yernos, la mayoría de ellos elegidos por él mismo. Su política familiar está planificada de antemano, para evitar sorpresas en forma de deserciones, que afectarían a las hijas en función de sus consortes. Es en esa planificación paternalista y caduca donde este gran emprendedor demostraría que no tenía capacidad de empresario; podríamos definirlo como hombre de negocios o comerciante sin escrúpulos, persona de fiar, un hombre leal, pero sin empatía fuera de su entorno estrictamente familiar.

Era conocedor de lo que se cocía en los mentideros políticos madrileños; una parte del sistema se mostraba reticente a la apertura de nuestro país al turismo, en tanto en cuanto éste podía ser un caballo de Troya en cuyo interior portara valores no reconocibles por el régimen ni por la Iglesia que lo sustentaba. La enorme cantidad de divisas, de las que tan necesitada estaba España, inclinó la balanza a favor del turismo. El contacto entre aquellos turistas y residentes hizo que los españoles, efectivamente, comenzaran a plantearse nuevos enfoques de vida, más parecidos a la de nuestros vecinos europeos que a los de los países al sur de Gibraltar, que seguían impregnando nuestras costumbres.

Demetrio volvía de sus viajes a Madrid renovado, cargado de ilusión y con más proyectos de futuro, si ello era posible; al mismo tiempo que mantenía las relaciones políticas heredadas de don Anselmo, a quien nunca consideró como un padre, aunque sí como su gran valedor, esas relaciones le resultarían de suma utilidad a lo largo de su azarosa vida. La decisión que a él más le afectaba estaba tomada; el franquismo promocionaría el turismo y sus delegados en los púlpitos de cada una de las iglesias se ocuparían de sembrar el temor y la desconfianza hacia los nuevos vecinos de temporada.

Precisamente, esa gran dicotomía entre la promoción del turismo allende fronteras y el rechazo hacia su idiosincrasia, provocó uno de los grandes males de esa nueva industria, cual fue el mal trato, o cuando menos el trato indebido e incorrecto que se proporcionó a una gran parte del contingente turístico, que fue víctima de la picaresca española; muchos, entre los que se encontraba Demetrio y su troupe, entrevieron en aquellas gentes víctimas propiciatorias a las que se podía esquilmar, los párrocos se encargaban de prevenir a los feligreses de los grandes males que aquella invasión foránea podía acarrear a nuestra cultura y civilización cristianas.

Estafar, pues, a esos infieles, era algo permitido, cuando no aconsejado; en la parroquia de La Encomienda, a muchas leguas de las playas del Sur y de Levante, el sacerdote que oficiaba de cura-párroco levantaba la voz hasta el alarido previniendo a sus feligreses de los males que venían aparejados a aquella invasión turística, quizás esa fuera la razón de que Demetrio y su familia no aparecieran por la parroquia, ellos eran quienes alimentaban a aquellos desalmados que venían a nuestras costas a desnudarse y practicar la fornicación más encendida, según les aseguraba a sus feligreses el cura-párroco de la Encomienda en la iglesia y en la plaza. Era una pérdida de tiempo, muy pocos vecinos visitarían aquellas playas del pecado en los años por venir.

La autarquía y el aislamiento de la década de los ‘40’ provocaron una disminución de la renta, ésta era menor que en los años previos a la contienda; es a principios de los años ‘50’ cuando se atisba una recuperación económica; que, a los efectos del proyecto hostelero de Demetrio, resultará muy provechosa. El éxodo rural generalizado, con el autobús ganando la batalla del transporte de pasajeros al ferrocarril, a pesar de los intentos del Gobierno por promocionar a este último, mejorando estaciones y trenes; y la renovación del parque automovilístico español, fueron los dos factores que coadyuvaron de forma decisiva al éxito de “Zagala” y al resto de inversiones de esta familia en La Encomienda.

El plan de Ordenación del Transporte programado por el Régimen, por el cual se trataba de convertir el transporte de pasajeros en autobús como un simple complemento del servicio de pasajeros ferroviario, estaba condenado al fracaso; y los empresarios del sector invirtieron en nuevos y flamantes autobuses que surcaban las maltrechas carreteras españolas de norte a sur y de oeste a este.

A principios de los ‘60’ el hostal “Zagala” era conocido en toda la región y por viajeros norteños que se desplazaban a las costas andaluzas; también por turistas, mayormente franceses y belgas, toda vez que alemanes e ingleses, así como los nórdicos, se mostraban reticentes ante una España atrasada, de costumbres oscurantistas, bajo la mano férrea de un dictador que a ellos, ciudadanos de democracias consolidadas, les resultaba imprevisible, años más tarde estos alemanes, suecos, daneses e ingleses coparon la Costa del Sol, Baleares y Canarias.

“Zagala” disponía de habitaciones y amplios comedores, una gran cafetería, también extensos aparcamientos para coches y camiones, y zonas ajardinadas para celebración de banquetes: bodas, bautizos y comuniones, según la época del año, y la necesidad de personal externo era creciente; es ahí, en los primeros años ‘60’, cuando comienza a dar sus beneficios la explotación laboral que caracterizaría al complejo hostelero naciente. Bajo la férula de un paternalismo vacuo y falaz, Demetrio y sus hijos, la mayor de las hembras, Isidra, y el mayor de los varones, Diego, ambos casados, sin grandes alharacas en las respectivas ceremonias, diríamos que con la austeridad exigida por el patriarca; explotaban a muchachos de la Encomienda que ejercían labores de camareros de barra y comedor, sin dejar de atender a la venta de productos de la región, principalmente vinos y quesos, y de toda la mercadería propia de la carretera, productos típicos que los viajeros nacionales y foráneos adquirían sin fijación alguna en los precios, que eran realmente desproporcionados para la escasa o nula calidad de los mismos.

Para las tareas de limpieza contaron con muchachas de origen humilde de las aldeas cercanas que eran recogidas en una camioneta por el marido de Isidra, la hija mayor, de buena mañana, y devueltas a sus casas bien entrada la noche, con el magro peculio, que no salario, del día y algo de comida para su familia.

Consideraba Demetrio que eso equivalía a un trato familiar, algo que no cabía en su mente, ya que por su bastardía, que no deja de ser una suerte de orfandad, pero de padres vivos, valoraba mucho su familia, e ignoraba al resto, teñido ese desprecio con vetas de paternalismo y exigencia de fidelidad y plena entrega, comportamiento que hoy definiríamos como sociopatía. Es importante reseñar argumentos en contra de esa política laboral tercermundista, a la búsqueda asaz inútil de una explicación racional a tanto incumplimiento de la tenue legislación sociolaboral que el franquismo había dado en poner en marcha a través del Fuero del Trabajo de 1938, en plena guerra civil, pero, sobre todo, en los últimos años de la década de los ‘50’.

En contra de esa política tercermundista; por medio de la cual se enriquecía ad infinitum una familia por cuenta del trabajo extremo de trabajadores mal pagados, con horarios extenuantes y propios de épocas ya periclitadas, y acoso sexual tan continuo como insistente; releemos, en recuerdo y como homenaje a la II República Española, el artículo 46 de su Constitución. La primera vez que se legisla sobre el trabajo es en 1931. Aunque el punto de partida se sitúa en 1883 con la creación de la Comisión de Reformas Sociales y en años posteriores la Ley de Accidentes de Trabajo, el Instituto de Reformas Sociales, aquel Instituto Nacional de Previsión de 1908, el Retiro Obrero y el Seguro de Maternidad. Avances que no preocupaban a Expósito.

“El trabajo, en sus diversas formas, es una obligación social, y gozará de la protección de las leyes. La República asegurará a todo trabajador las condiciones necesarias de una existencia digna. Su legislación social regulará los casos de seguro de enfermedad, accidentes, paro forzoso, vejez, invalidez y muerte; el trabajo de las mujeres y de los jóvenes y especialmente la protección a la maternidad; la jornada de trabajo y el salario mínimo y familiar; las vacaciones anuales remuneradas; las condiciones del obrero español en el extranjero; las instituciones de cooperación, la relación económica-jurídica de los factores que integran la producción; la participación de los obreros en la dirección, la administración y los beneficios de las empresas, y todo cuanto afecte a la defensa de los trabajadores”.

Por su parte, en 1938 y en plena guerra civil, los franquistas promulgan el Fuero del Trabajo, que fue la base sobre la que se levantó la Seguridad Social que ha llegado, con sucesivas reformas, hasta nuestros días, y que resulta coincidente, en cuanto a la mayoría de objetivos, a la proclama de los republicanos.

“El Estado valora y exalta el trabajo y lo protegerá con la fuerza de la ley, otorgándole las máximas consideraciones y constituyéndolo en uno de los más nobles títulos de jerarquía y honor, y se compromete a ampliar los seguros de vejez, invalidez, enfermedad y paro forzoso”.

“Zagala” se movía entre parámetros sociales y económicos propios del medievo y comienza su exitosa andadura con la clara y manifiesta voluntad de no cumplir la legislación que comienza, también en esos años, a construir el soporte de lo que años más tarde se llamará Estado del Bienestar ; al tiempo que rechazará cualquier tipo de tributación, tanto la correspondiente a los trabajadores, a quienes consideran la otra familia, como la que hace referencia a los beneficios generados con su actividad mercantil.

En la provincia llama la atención el despegue, todavía en embrión, de este complejo hostelero creado por Demetrio, aunque, y esto resulta curioso, nadie de La Encomienda manifiesta el mínimo interés por los recién llegados y sus inversiones, tampoco causa extrañeza que lleguen a contratar como empleados a analfabetos integrales, o que hijos e hijas no reciban ningún tipo de formación reglada, al estilo de las reglas propias de la etnia gitana, señal inequívoca de que las autoridades municipales aceptaban aquella irrupción en el pueblo, aunque se cuidaban muy mucho de hacerse ver en las instalaciones del complejo. Tampoco son objeto de comentarios de parte de los lugareños, excepción hecha de la lógica envidia, propia del pueblo español, y causa de gran parte de sus males, al ser ésta un atavismo que obstaculiza la solidaridad y la unión entre la ciudadanía, concepto este último todavía por desmochar en nuestro país.