Carlos Elordi
Una vez más, el franquismo ha ganado. Patrimonio Nacional acaba de enfriar las ilusiones de los familiares de cuatro de los enterrados en el Valle de Los Caídos. No habrá exhumación mientras no se determine que la misma no afectará a los demás cuerpos. Es decir, que la cosa se retrasa durante años. Y aquí no ha pasado nada. El abad que se oponía a la orden judicial de exhumación se ha salido con la suya. El Valle no sólo seguirá siendo el símbolo máximo de la victoria de Franco en la guerra civil y de su poder absoluto durante cuarenta años, sino también el testimonio de que la democracia española carece de la fuerza necesaria para consolidar un nuevo tiempo en el que ese periodo no sea más que un capítulo de los libros de historia.
Fernando Olmeda resumía muy bien ayer cómo han fracasado los muchos intentos de acabar con ese símbolo franquista que se han sucedido prácticamente desde el inicio de la transición. Resumiendo su excelente trabajo, la derecha –primero la UCD y luego el PP- ha impedido sistemáticamente que algo de eso ocurriera cuando estaba en el poder y la izquierda, cuando el PSOE estuvo en el gobierno, no se atrevió a llegar hasta el final de sus iniciativas de signo contrario, algunas encomiables. Porque en los momentos cruciales, para que éstas pudieran concretarse, vislumbró la fortísima reacción de derechas que ello iba a provocar y consideró políticamente inconveniente llevar las cosas a su extremo.
Y así han pasado cuatro décadas de PSOE Y PP
Y así han pasado cuatro décadas. Los mínimos avances en la recuperación de los derechos y de la buena memoria de los perdedores de la guerra civil y del franquismo se han visto sucedidos por contraofensivas de la reacción. Que si no han anulado del todo dichos avances sí que han evitado que los ganadores de la misma y quienes se sentían representados por el sentido político de aquella victoria tuvieran que reconocer, por activa o por pasiva, que ésta y lo que le siguió era indefendible y no tenía cabida alguna en una democracia. La intangibilidad del Valle de los Caídos confirma que la reacción ha ganado y sigue ganando esa batalla.
No cabe despreciar la importancia de la misma. Porque más allá de los a los derechos de las víctimas y de sus herederos, que el PP sigue despreciando –por ejemplo, no destinando un solo euro a la aplicación de la Ley de Memoria Histórica-, lo que la derecha consigue impidiendo que nuestro sistema ponga en cuestión al franquismo es una suerte de superioridad política originaria que en su lectura de la historia la izquierda nunca ha tenido ni tendrá. Algo así como que a la vista de que lo nuestro no se toca, porque nosotros no lo permitimos, se deduce que lo nuestro es superior. Porque cuenta con el veredicto positivo de la historia.
Y eso cuenta mucho más que los sentimientos y los recuerdos de quienes de una u otra manera se identificaron con el franquismo y de aquellos de sus herederos que los asumieron como propios. Que no son pocos, por cierto. El gran antropólogo Julio Caro Baroja, dedujo de sus inigualables estudios sobre las guerras carlistas que hacían falta al menos siete generaciones para que desapareciera definitivamente el recuerdo político y sentimental de una guerra civil. Nosotros estamos en la tercera, e incipientemente en la cuarta, con respecto a la de 1936-39. Y más atrás aún con respecto a la dictadura. Por tanto, y si don Julio tenía razón, el sentimiento de que el franquismo era bueno o no tan malo seguirá perviviendo entre nosotros aún por mucho tiempo. Entre gente con la que nos topamos cada día en nuestra vida corriente.
José María Aznar: "Tenemos que defender nuestro pasado y hacerlo sin complejos"
Lo malo no es eso, que es inamovible por muchas denuncias que se hagan sobre los horrores del franquismo. Lo malo es que se instrumentalice para añadir un plus de poder al que se consigue con las urnas. Y el PP lo hace desde siempre. Porque nació como una continuación del franquismo y sin romper para nada con el mismo, a diferencia de Adolfo Suárez y los suyos. Porque de una u otra manera reivindican ese pasado como parte de su ideología, como José María Aznar tuvo a bien proclamar con aquel eslogan suyo de que había que defenderlo, o cuando menos asumirlo, “sin complejos”. Y porque les viene muy bien políticamente.
Porque cada vez que la cuestión se plantea en el terreno de los hechos, su tozuda negación de cualquier posibilidad de cambiar las cosas en este capítulo, evidencia la debilidad del contrario, la de quienes quieren que avancen esas reformas, que se abran las tumbas anónimas o que se modifique el estatus del Valle de los Caídos. Y eso para ellos es lo más importante. Porque, ¿no resulta un tanto triste que la alcaldesa de Madrid tenga que proclamar como un triunfo que en 2018 la justicia le haya permitido cambiar el nombre de algunas calles y que su colega de Barcelona haya tenido que sufrir para hacer lo mismo con la del Almirante Cervera?
Las cosas habrían transcurrido de muy distinta manera si en lugar de los dirigentes que se han sucedido a la cabeza del PP hubiera habido otros que hubieran comprendido la importancia de la reconciliación entre españoles y que hubieran huido de la tentación de utilizar el recuerdo del franquismo como arma política. Quién sabe si eso ocurrirá algún día. Hoy por hoy eso ni se vislumbra.