jueves, 26 de abril de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (002)



Ayuntamiento de Manzanares

En el pueblo se hablaba una jerga parecida al ‘caló’ de la gitanería, y sus habitantes salían a vender a pueblos vecinos, incluso alejados. Los republicanos habían ajustado cuentas con las familias sobresalientes del pueblo, y la represión de los nacionales fue brutal; para ejecutar rojos, o simples revanchas, se utilizaban sicarios como nuestro Demetrio, lo que permitía a los falangistas, de familias ultracatólicas, no mancharse las manos con aquellos asesinatos; trataban de poner en marcha una nueva Inquisición sin juicio sumarísimo, don Anselmo era uno de estos prebostes adinerados, ya afiliado con muy alto cargo, a Falange Española, y Demetrio era el mayor de sus bastardos, por eso Justino no se fiaba de su nuevo acompañante. El anterior, Andresillo, fue reconocido por un maquis, que le disparó en el comedor de su casa delante de la mujer y dos de los hijos.

A media mañana llegó Quiteria, le abrió el pequeño, Tomasillo, que desconocía que aquella mujer, de caderas anchas y pechos exuberantes, de mirada limpia, era su propia madre, aunque el muchacho, que acababa de dejar el orfanato al cumplir los 16 años, sentía la mirada de aquella hembra, de entre treinta y cuarenta años. Quiteria había cumplido ya los cuarenta y cuatro y, a pesar de haber parido tres veces, dos varones y una hembra, no aparentaba la edad. 

Preguntó por Demetrio, hurtando la mirada de su muchacho, y mandó a Tomasillo a que le pidiera que se levantara y dándole cuatro perras gordas y un vale del Servicio Nacional del Trigo, le mandó a por pan y limonada. Demetrio apareció en la puerta de la cocina, saludó a su madre y ella le entregó un sobre, diciendo que había 200 pesetas pero que a Justino debía decirle que eran 120, Demetrio no sabía qué decir y la madre le apremió para que lo escondiera; es mucho dinero, hijo, busca un rincón seguro. 

Habla con Tomasillo, dile quien soy y hazlo lo mejor posible, cómo lo hizo mi hermana cuando volviste de la Inclusa. - ¡Madre! he matado dos hombres, uno parecía de estudios, decía mientras se postraba de rodillas y buscaba el regazo de su madre, el pecho de Quiteria subía y bajaba acompasado, se decidió por acariciarle el pelo y no decir palabra, nunca hablaba de los asuntos de don Anselmo, con quien estaba amancebada desde muy joven en su propia casa, a salvo los meses de embarazo en casa de su hermana Rosario. 

Las criaturas se entregaban a madres de leche en el convento de las Recogidas, luego las monjas las enviaban a Inclusas en Toledo y a Villanueva, en otra provincia, la de Ciudad Real; allí estaba la ‘Gota de leche’, ésta era de pago, y allí don Anselmo hacía buenas entregas de dinero y alimentos de buena calidad. 

A Quiteria se le hacía tarde y salió de la casucha de los chicos, dos habitaciones pequeñas y una cocina de patio, bajo un sombrajo metálico, desapareció sin ruido, como había llegado, sin esperar al muchacho, satisfecha y segura de que su Demetrio no se gastaría aquella pequeña fortuna. 

No habían pasado tres días cuando apareció Justino al atardecer de un viernes, llamó con fuerza y no hizo caso de la invitación a entrar que le hizo Demetrio, no quería que le vieran con el bastardo del jefe, le apremiaba mal fario, le dio instrucción para las cinco de la mañana, a unos seis kilómetros del pueblo; los llamados paseos se llevaban a cabo amparados en la noche, en lindes y cunetas; unos por desquite del odio y pavor sentidos por los asesinatos de los rojos, otros por ajustes de cuentas, o simples envidias de mujerío.

España había pasado del rojo al negro y al baño de sangre como nunca se había conocido en países vecinos, Quintanilla no era una excepción al horror que se había instalado, bendecido por una parte importante de la Iglesia, que había perdido muchos de sus miembros ordenados, también frailes de órdenes muy conocidas; llegaron a ejecutar a todos los miembros de la Orden de los Gabrielistas, que procedían de Burgos y llevaban una década en el pueblo cuando estalló la orgía anticlerical. Solo se salvó un aspirante a monje de la edad del Tomasillo de la Quiteria, que pudo escapar a Barcelona gracias a don Anselmo.