domingo, 16 de abril de 2023

La monogamia y las tres fases de la mujer en su lucha por el 'Poder'

MLFA - Colegio La Salle Bilbao. Scriptorium de Montserrat, miembro del séquito del abad Soler en El Vaticano. Director de publicaciones cristianas. Agnóstico

Artículo dedicado a Rosa, madre de mis hijas, lamentando no haber superado la segunda fase de la relación

Comenzaré diciendo que, de mantenerse el matrimonio en el tiempo, la mujer siempre resulta 'vencedora' en esta carrera de obstáculos que supone la convivencia de pareja entendida como matrimonio 'para toda la vida' de nuestra generación, la anterior a la nuestra y la inmediata posterior; si cuantificamos las tres generaciones en el tiempo hablaremos del período comprendido entre 1940, final de la guerra civil española y notoria influencia de la Iglesia, y 2020, año en el que la pandemia de coronavirus rompió los moldes establecidos. Yo establezco tres 'fases', también pueden denominarse 'ciclos', en la sorda y paciente lucha por el 'Poder' que protagoniza la mujer desde su más tierna juventud.

Las 'feministas' hablan de 'patriarcado', cuando este solamente prevalece en la primera fase; las otras dos corresponden a un 'matriarcado' puro y duro que nadie, en la vejez, se cuestionaría hoy en día

La primera fase se corresponde con la 'Sumisión' de la mujer al varón elegido para compartir su vida; una 'elección' que, salvo excepciones, suele ser poco meditada; la mujer busca con denuedo el 'emparejamiento' (que vestirá de 'enamoramiento'); para ello extraerá o alejará al varón de su círculo social y familiar (en la medida de lo posible, claro) y lo hará por medio de la 'pasión', ese arma tan poderosa (y tan breve, por cierto) en el mundo de los afectos, enojos y antojos, deseos, y gratificaciones físicas y espirituales. La pasión puede con todo; el cerebro pierde la batalla y se 'retira' ante el impulso sexual.

La mujer pone su mejor empeño en esa primera fase, y lo hace con una intensidad que le impide considerar fría y objetivamente la conveniencia o inconveniencia de esa relación. Esa etapa pasional borderline, en la línea que separa noviazgo y matrimonio, no dura más allá de 3/4 años, si se mantienen relaciones sexuales en los dos estadios: el prematrimonial y el matrimonial, y queda delimitada, normalmente, por el primer embarazo. A partir de ahí la pasión decrece. Y en la búsqueda de la 'parejita' ya no intervenía la pasión; se pasaba a un 'sexo meramente reproductivo', adornado, eso sí, con pasión fingida, en particular por parte de la mujer, cuyo déficit de 'orgasmos' comenzaba a ser evidente, aunque ello no fuera tema de conversación, ni tan siquiera en la intimidad. Es obvio que la madre de mis hijas se equivocó al elegirme como el hombre para toda su vida, pero, curiosamente, nunca admiten sus errores, esto es propio de la condición femenina; los hombres, por lo general, somos más ecuánimes, y admitimos errores y fracasos. En mi caso los he admitido a lo largo de tan dilatada vida; me casé con 21 años (primer error), trabajaba como marino mercenario, y era pródigo y promiscuo; amaba y amo la libertad y las mujeres, y siempre traté a los demás con respeto; a la vez que traté con extrema dureza a quienes me ofendieron. No han podido conmigo; resulta obvio según mis retazos biográficos. A los 75 años solo tienes que evitar que el morito (o tal vez cristiano) de turno te dé cuatro ostias para quitarte el móvil y el reloj; para ello me protejo debidamente: De la cárcel se sale (en el mako respetan a los viejos como yo, que he sido su instructor y el de sus hijos); de la silla de ruedas no te levantas ni para mear.

 ¡La vida merece la pena si antepones la dignidad a cualquier otra consideración!

Hoy las jóvenes hacen ostentación pública de su estado de gravidez, que implica un alarde de deformidad

Nosotros no veíamos belleza, tampoco atractivo alguno, en la mujer embarazada; éramos conscientes de la enorme importancia de la situación, pero tratábamos de 'ocultar', con vestimenta adecuada, aquella evidente 'deformación' del cuerpo de nuestra 'amada'; éramos respetuosos y cariñosos con la futura madre, en el absoluto convencimiento de que recuperaría su 'hermosura', aquellos rasgos de los que nos habíamos 'enamorado'; considerando la misma como algo subjetivo y personal. Cuidábamos su maternidad con amor y atenciones continuadas; vaya eso por adelantado.

Esa 'sumisión' elegida por ellas mismas hacía creer a la sociedad que existía un 'patriarcado' de facto

Amor de juventud (1986) recuperado en la vejez (2022). ¡Efímero pero real como la vida misma!

La segunda fase o ciclo de la relación de pareja la definí hace ya tiempo como de 'Acomodación' (otros la definen como ciclo de 'Negociación'); qué duda cabe que la maternidad (normalmente dos vástagos, a partir de los años '70', muchos más con anterioridad); el incipiente acceso al trabajo fuera de casa de la mujer; la problemática de la 'conciliación' familiar y el trabajo externo; y las relaciones socio-laborales (sobre todo entre el funcionariado) dotaban a la mujer de un 'poder' que le venía siendo vetado desde siempre. Nuestras mujeres; amas de casa (sus labores), o empleadas de cierto nivel; tenían la habilidad suficiente como para que el marido y el resto de familiares visualizaran sus 'méritos' y 'sacrificios' y los tuvieran en consideración. No se es consciente de que sin admiración hacia la pareja (que debe ser mutua) el entramado o andamiaje monogámico judeo-cristiano no se sostiene; la mujer 'no admira' al hombre, la admiración se reduce a los éxitos sociales y económicos de su pareja; ni tan siquiera a los profesionales, cuya simple narración, en el campo de la medicina, o de la ingeniería, incluso de la docencia, termina por aburrirla soberanamente (y si el pavo es albañil, ya ni te cuento). Se rumorea que la filipina no leyó ningún libro del peruano Nobel en los 8 años que duró su relación marital.

Muchas mujeres preferían hacerse cargo de la doble función, como ama de casa y empleada a tiempo completo en la empresa privada o en la función pública, antes que demandar 'colaboración doméstica' al marido; resultaba duro pero le convenía; de un lado podía obviar las relaciones sexuales, bajo mínimos ya desde los 33 años, alegando cansancio, estrés y problemas en el trabajo; por otro lado, su nuevo doble rol en la familia le hacía ganar en admiración y respeto. De hecho, consigue que los hijos la consideren 'lideresa' de la familia; algo a lo que la 'matriarca' aspiraba desde que conoció a su novio; quizás ella no lo sabía, pero estaba en su naturaleza. Él tampoco lo sabía, resulta obvio. La madre de mis hijas lo tenía algo complicado; el día en que nos casamos contraté una empleada del hogar interna, a la que pagábamos los seguros legales correspondientes (los famosos 'sellos') cada año; ello no fue óbice para que ella 'iniciara' la segunda fase; la de 'acomodación'. Nuestro matrimonio se rompió a los 15 años de su inicio; yo fui el único responsable de la ruptura, y así lo hice constar a las familias. Corría el año 1986, es obvio que no me perdonaron y fui condenado al ostracismo de por vida, claro que no me ha ido nada mal, pero arrastras esa malquerencia de su parte, y lo haces de por vida. 

Llegar a los 75 años es un premio que, quizás, no me merezco, por promiscuo y pródigo en grado superlativo. Es tiempo de reflexión, sin flagelos ni cilicios, con la valoración de todo lo vivido, ya en tiempo de descuento; atento al whatsapp que te notifica las pérdidas de compañeros en una especie de 'gota a gota' cruel. Las pérdidas familiares forman parte de mi intimidad. 

De forma artera la mujer se convertía en una 'víctima' merecedora de atenciones y de cierto 'poder'

Cuando cuidar a los nietos es una obligación de lunes a viernes; los 'findes' los abuelos 'sobran' y quedan 'aparcados' hasta el lunes.

En la tercera fase, que defino como de 'Dominación', el varón ha sido 'domado' y ha desaparecido cualquier vestigio de 'sumisión' de la mujer; el sumiso pasa a ser el hombre. Nos encontramos ante una situación kafkiana; la mujer que no consintió la colaboración doméstica del marido en la cuarentena, que no lo instruyó en los cuidados de la prole, y que, en definitiva, lo mantuvo en el pedestal de 'patriarca', porque eso formaba parte de su estrategia victimista; a los 60, prejubilado, jubilado, o todavía en activo, lo somete a la vejación de pasar la aspiradora, organizar lavadoras y lavaplatos, tender la ropa y ocuparse de los nietos en calidad de 'abuelo-esclavo'. Es curioso; el perro se sienta en el sofá del salón junto a la 'matriarca' y le entrega cariño en exclusiva, pero el que lo saca a mear y cagar es el hombre. 

Un abuelo que no pudo 'ejercer' de padre en su momento, afronta ahora el cuidado de unos nietos ariscos

(Otro día: 'El varón cocinillas'; monta tal jaleo que pierde el apetito y tiene que llamar a alguien que limpie)

Personalmente; nunca he superado la segunda fase (como ya he dicho) en mis relaciones de pareja. Respeto profundamente a los matrimonios que se mantienen unidos hasta el final de sus días; en absoluto los envidio, de hecho considero que su imposición y mantenimiento (que, en algún momento de la historia de la humanidad, tuvo su razón de ser) es un castigo de la Iglesia Católica; los clérigos querían vengarse por lo del 'celibato', y es que si hay algo más penoso que el celibato es el mantenimiento de una relación matrimonial durante 60 años. Es obvio que los cónyuges llegan a profesarse un 'odio muy cordial'. La solución para algunos de mis coetáneos consiste en divorciarse de la primera esposa y casarse de nuevo con una 15 años más joven; consiguen, al menos, 5 años de felicidad, a partir de los cuales, todo vuelve a ser igual que con la primera mujer, cambiará la estética, eso sí. ¡Ah! Y practicarán 'sexo oral', al menos durante el primer año de la nueva relación. Si bien es cierto que la mayoría de mis compañeros de promoción académica y social abandonarán este valle de lágrimas sin conocer sexo oral. A estos San Pedro los recibe muerto de risa y dándoles collejas por bobos.

A cambio; la Iglesia consintió el 'adulterio', las 'putas', las 'queridas' y hasta la 'pederastia' ¡Todo valía!

(La mujer de Don Corleone le decía a su hijo: "Pero... ¡la familia no se puede perder!", se refería a la suya)

PS - No vean en estas líneas un ápice de 'misoginia'; mis numerosas experiencias sentimentales (algunas de ellas estables) certifican mi amor por las mujeres; eso sí, nunca he querido pasar de la primera fase, como ya he dicho. La promiscuidad, de la que algunos hacemos gala, constituye la mejor barrera de protección contra el 'matriarcado'.

Por cierto; algunos sacerdotes se muestran preocupados por el incremento de los adulterios llevados a cabo por mujeres casadas (y eso que son muy pocas las que se los confiesan). Los clérigos empiezan a ser conscientes de que el matrimonio hace aguas; igual que ya admiten que el 'celibato' conduce a la 'pederastia'. Y contemplan consternados que la práctica de la 'liturgia' es cosa de viejos y viejas con poca o nula formación intelectual.

Ser católico es sinónimo de estulticia; el catolicismo ha hecho más daño a la sociedad que el comunismo

(A lo largo de mi vida he luchado por un 'Cristianismo' de base; algo habré conseguido, pero muy poco)