domingo, 17 de abril de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (071-073)

MLFA, autor
Guernikako Arbola, lugar sagrado para los vascos.

Hombre hábil, con gran capacidad de manipulación, se pateó todos los pueblos de la región, a fin de cocinar personalmente ese pisto manchego; hombre a quien no gustaba el calabacín, es decir el comunismo, y aderezó una ley electoral en la comunidad que convertiría en misión imposible el que tanto el PCE, como la Izquierda Unida, accedieran a las Cortes de Castilla La Mancha. No podemos olvidar que el PP de entonces era desecho de tienta, que no podía representar a la derecha en la región, ya que ni tan siquiera les apoyaban socialmente. Muchos eran pretendientes socialistas rechazados por las cúpulas provinciales del PSOE, despechados por ello; en La Encomienda, concretamente, los del PP cabían todos ellos juntos en un taxi como el de Demetrio, que, entonces, era un Fiat Supermirafiori bifaro de importación.

El título VIII de la Constitución Española: “De la Organización Territorial del Estado”; más conocido por el “Estado de las Autonomías” fue una locura, fruto del despropósito y del miedo a los nacionalistas, ya que era lo más parecido a un Estado Confederal, que se nos ocultó con eufemismos del tenor de ‘Federalismo Asimétrico’, y superaba al federalismo de los USA, y al alemán, también al cantonalismo suizo. Todo cocinado a la española, es decir, en plan olla podrida; otro de los eufemismos fue lo de las competencias exclusivas del Estado, en plan: ¡Que no cunda el pánico, el balón está en nuestro campo! por poco tiempo, claro está, hasta que el rival, léase las regiones de España, unas con mayor fuerza que otras, en el momento en que tocaron balón se agacharon, lo metieron en el maletero del coche, y ¡hala! a casa con él.

El nacionalismo vasco tenía una herramienta, las pistolas de ETA, de mucho peso, al ser todas del calibre 9 mm parabellum; no se veían en las mesas de negociación, pero estar, lo que se dice estar, estaban, bien aceitadas y lustrosas, todas de fabricación española. Esa herramienta convertida en argumento falaz, venía a decir al Estado español: “Es que si no nos dais algo que podamos ofrecer a nuestro pueblo, los de ETA se ganaran a la opinión pública vasca, lo que les hará seguir creciendo”. Arzalluz, el recogedor de nueces, ex jesuita, ¡ojo al dato! utilizaba una gestualidad que ponía los pelos de punta al resto de negociadores, en su gesto los ex franquistas detectaban desprecio y amenaza, por mitad ambos sentimientos. Llegó un punto en el que aquel cura renegado y fanfarrón lo reconoció públicamente: “ETA mueve el árbol y nosotros recogemos las nueces”. Nosotros, obviamente, eran los del PNV, y mover significaba sembrar de cadáveres el País Vasco, Navarra y el resto de España.

Es a partir de mediada la década de los años ‘80’ cuando el Estado comienza a transferir determinadas competencias a los vascos, a pesar de lo cual, ETA incrementa sus acciones terroristas. Sin olvidar que la amnistía de 1977, concedida de forma generosa por el Estado español, la habían aceptado cual si se tratara de un derecho, sin dar las gracias, ni los hijos (del PNV) ni los padres (el PNV). Estamos metidos de lleno en los años de plomo, que tanto dolor y sufrimiento conllevaron por ambas partes; ¡tantas familias destruidas para siempre! No se incluye la de Xabier Arzalluz, por supuesto, de lo que nos alegramos profundamente.

En el verano de 1978, seis meses antes de la promulgación de la Constitución Española, encontrándose Juanito Ajuriaguerra, el gran líder del PNV en el exilio, en su lecho de muerte, reunió a tres de sus mejores amigos, incluido su médico, y les previno sobre la personalidad de Javier Arzallus (en la Facultad de Derecho de la Universidad jesuítica de Deusto firmaba así) lo de Xabier Arzalluz fue posterior; Ajuria les pidió que no contaran con él para el partido ni para el gobierno vasco, en las puertas de la muerte Juan Ajuria se decantaba por el navarro Carlos Garaicoechea y manifestaba un claro rechazo hacia Arzallus; como se dice coloquialmente: “Juanito conocía el percal”; los vascos tuvieron mala suerte, ya que Garaicochea duró poco en el PNV, de hecho salió corriendo, después de haber sido el segundo presidente del Consejo General Vasco en 1979, preautonómico y embrión del actual Gobierno Vasco de Ajuria Enea, el primer presidente había sido el socialista Ramón Rubial.

A los castellanos-manchegos el título VIII les resultaba indiferente en general, aunque algunos manifestaban su desacuerdo, nos referimos a los ciudadanos, claro; a quienes interesaba, y mucho, era a los politicastros de la región, como iremos viendo. Demetrio y sus compadres de Madrid hablaban ya de un España rota y se declaraban fervientemente antiautonomistas, por entonces, ya que todo cambió en cuanto Bono comenzó a meter los retretes en las viviendas.

La herramienta que utilizaron los catalanes, nada que ver con las armas de fuego, fue la lengua catalana; ahí sí, ahí hay que quitarse la boina, mejor dicho la barretina; contra la madre que se dirige a su hijo recién nacido en su lengua propia, el catalán, no se puede luchar, y el que lo intente es un imprudente, también un desaprensivo, y esa batalla está perdida de antemano, no lo supieron entender los padres de la Constitución y castigaron a una ‘nación’ española con un Estatuto de Autonomía cicatero, lleno de condicionantes y muy inferior al vasco, en cuanto al techo competencial se refiere. Los catalanes se dispusieron, ya desde el primer momento, a reivindicar sus peculiaridades de forma pacífica, haciendo mucho hincapié en la Educación, como resultaba obvio, el tiempo y su lucha les vino a dar la razón. Al igual que los trajes o vestidos femeninos, la Constitución se cosió con hilvanes, la diferencia entre aquellos políticos y los sastres o sastras, que así se decían si eran mujeres, radicaba en que éstos y éstas terminaban el cosido y sus remates antes de entregar la prenda al cliente; nuestra Constitución se presentó solo con los hilvanes y su vista previa resultó aceptable, pero no se cosió ni se remató, y los hilvanes, es bien sabido, terminan soltándose del todo y dejándote la hombrera sobre el escote palabra de honor.

Al correr de los ‘80’ y fruto de las presiones de las mal llamadas nacionalidades históricas, los vascos consiguieron llevarse el Concierto Vasco, es decir la recaudación de todos los impuestos y proceder a la devolución de unas migajas, y la policía autonómica, conocida como Ertzaintza en euskera, dotada de los mejores recursos, tanto en salarios, como en parque móvil, con los mejores automóviles y motocicletas del mercado europeo, e instalaciones; no se reparó en gastos, la formación de los Ertzainas (policías) fue esmerada y exigente; algunos recibieron su formación complementaria en Israel y EEUU. Todo ello, como es lógico, entre otras muchas competencias previstas en el Estatuto de Guernica, columna vertebral de la autonomía vasca.

El 'Estatuto de Sau', por el que se regía entonces la autonomía catalana, descollaba por una de las competencias transferidas al País Vasco (Euskadi), que era la correspondiente a la policía autonómica: los Mossos D’Esquadra, que no alcanzaron el nivel de eficacia, ni de recursos de los policías vascos; y la competencia de prisiones, que no se había trasferido a los vascos.

La tercera comunidad autónoma considerada nacionalidad histórica fue Galicia, aunque no se le transfirieron competencias tan rumbosas como a Catalunya y Euskadi (algún Sabiniano de los pocos que quedaban, escribía Euzkadi); las tres tenían lengua propia, por ello sus tres respectivos Estatutos de Autonomía era de corte federativo, a diferencia del resto de regiones, reconocidas ya, las catorce, como Comunidades Autónomas, pero prácticamente vacías de competencias. No debemos olvidar, aunque los historiadores lo hacen a menudo, bien que a propósito, para quedar dentro de los límites de lo políticamente correcto, que nuestro Rey Juan Carlos no estaba por la labor, en cuanto al Estado Autonómico que se consolidaba día a día, su Majestad parlamentaria prefería una mera descentralización administrativa, es obvio que no le hicieron caso y, como en tantas otras cuestiones, con todo respeto desde La Encomienda, el Rey Juan Carlos se la tuvo que envainar y dejar hacer a unos políticos ansiosos por obtener poder, en el Estado, en la región o en la provincia, y no aceptaban la simple descentralización de corte administrativo.

La baraja se rompería en Andalucía, al producirse el grave enfrentamiento entre Adolfo Suárez y su ministro Clavero Arévalo en 1980 por culpa de la autonomía prevista para aquella región. El ¡No vamos a ser menos! que los vascos, catalanes y gallegos, de Clavero Arévalo, dio lugar al ¡Café para todos! de Adolfo Suárez; inicio del desmadre territorial que tan caro nos está resultando, económica y moralmente, a los españoles; hasta el punto, como analizaremos más adelante, que nos vamos a ver obligados, por mores económicas, a elegir entre el ‘Estado de las Autonomías’ y el ‘Estado del Bienestar’, ambos resultarán incompatibles financieramente hablando.

Aquel Estado de las Autonomías, también llamado ‘Federalismo Asimétrico’ termina por ser la suma de tres Autonomías de primera clase y catorce de segunda; lo cual provoca el rechazo de los españoles, que, siguiendo la reivindicación de los andaluces, fuerzan el ‘Café para todos’ del presidente Suárez.

Y consiguen que se les transfiera, a las restantes catorce Comunidades, competencias muy importantes, entre ellas las de Sanidad y Educación, que eran exclusivas del Estado. Llegará un momento, entre 1986 y 1992, que, a excepción de las Prisiones en Catalunya, la Policía en Euskadi y Catalunya, y la Hacienda en Euskadi, todas las Comunidades Autónomas tendrán las mismas competencias o su gestión delegada; ello provoca el malestar de dos de las tres comunidades históricas, Catalunya y Euskadi, que inician un salto cualitativo y empiezan a hablar, ya sin tapujos, de independencia. La delegación pasó a ser de facto una real entrega de competencias a manos de políticos regionales ávidos de poder, dispuestos a legislar, como posesos, acerca del sexo de los ángeles o sobre el crecimiento del tallo de cebada.

Mercedes y Eulogio se casaron en La Encomienda, en la parroquia de la Ascensión, rodeados de familiares, en la más absoluta intimidad, era primavera ya tardía y la novia semejaba un petache con las velas alborotadas por el drapeo gracias al viento de aquella plaza y a un velo descomunal y mal anclado con un bucle postizo y trasero que no favorecía a la hermosa novia, más bien al contrario; poco acostumbrada a caminar sobre tacones, tenía tendencia a inclinar torso y pecho hacia delante, lo que provocaba un trasteo de nalgas marcadas y acompasadas cual si de una yegua joven se tratara. El sastre capitalino al que hubieron de acudir por aquél descuadre de extremidades de Eulogio realizó un buen trabajo, después de percatarse de que la cadera del novio también estaba desnivelada, curiosamente al lado opuesto del brazo corto. El resultado no resultaba deslumbrante para nadie, de hecho no hacía justicia a la pareja, algo que, realmente, no importaba mucho a una familia que no era dada al lujo y oropel, sino todo lo contrario; por parte del novio asistió a la ceremonia una hermana y su marido, cetrino de rostro, que no parecía andar sobrado de salud, y unos primos hermanos que tampoco anunciaban que la familia disfrutara de rentas o posibles, algo que no preocupaba a Demetrio.

La iglesia parroquial resultaba desproporcionada respecto del poblachón extendido al descuido entre vías férreas y aquella nueva carretera que parecía un costurón de notables dimensiones, la torre semejaba un minarete, los más cultos justificaban aquella desproporción al estar sobre los restos de una antigua mezquita que no fue terminada, ya que el moro también resultó ser ave de paso, acelerado, dígase bien, al descubrir que se encontraba en tierra de descanso de caballeros cristianos pertenecientes a las Órdenes Militares; la de Santiago, en el caso de La Encomienda, y a la de Calatrava los pueblos del entorno comarcal.

En aquella enorme nave en forma de cruz latina; rodeada de capillas renacentistas con restos de un gótico del medievo, de ábside elevado; aquella familia de potentados aparecía como un grupo insignificante de personas inquietas que generaban poco colorido, por la escasez de los tonos brillantes y abundancia de grises y marrones, estos últimos a tono con la fachada plateresca de la iglesia, aún siendo de esta Castilla la baja, o quizás por huir de la austeridad que caracterizaba a la comarca.

El cura párroco, un elemento irredento, había convocado a un seminarista de Ciudad Real, al que consideraba como buen pianista, para que interpretara alguna pieza al órgano, ensayada muy de prisa y corriendo en días anteriores; ocurrió que se hizo un gran lío con los pisotones a los pedales de expresión de tan amplio pedalero, que acompasaban la entrada de aire en los tubos y, a pesar de su buen manejo de la consola, aquello resultó como gemido o lamento, intento frustrado de un esbozo de Marcha Nupcial que, a buen seguro, removió a Mendelssohn en su tumba o quizás un mal augurio o fario, anuncio de la tremenda tragedia que acaecería sobre aquellos dos jóvenes desgraciados, por parte de los dioses; el de los cristianos, señalado en lo alto por aquella torre barroca astifina, y el de los moros, que yacía sepultado bajo aquella mole de la Ascensión.

El banquete ya fue otra cosa; Isidra, asesorada por Rita, había llamado a capítulo al personal y proveedores (estos últimos cobraban siempre tarde mal y nunca, y en esta ocasión no lo fue menos), para que la fiesta resultara un éxito, dotando de chalecos, negros como ala de cuervo, a los camareros de ambos establecimientos, convocados desde el amanecer, al igual que las empleadas de limpieza y montaje de mesas y complementos para la ocasión. El cura párroco declinó la invitación; a su oído habían llegado noticias muy preocupantes sobre el liberalismo sexual que imperaba en aquella casona, que él consideraba, muy atinadamente, promiscuidad.