Javier empezó a sentirse vulnerable a los señuelos de aquella sexualidad, desconocida para él, que sentía en grado de tremenda excitación; al tiempo sentía pudor por la explosión que intuía se llevaría a cabo entre aquellos labios que no conseguía besar viéndose obligado a hacerlo en la frente y sienes de su amada, que seguía chupando con fuerza aquel caño de vida, tal era su consideración. Se produjo la explosión, ni tan siquiera soñada, inesperada pero en el súmmum del deseo, en un instante pasó por su mente la idea de que aquello era un viaje a ninguna parte que no quería abandonar de ninguna de las maneras; el varón, su enamorado perfecto, llenos sus lacrimales, trataba de frenar, ya que no lo podría impedir, el llanto, que quedaba resumido en hipos y gemidos, abrazado a la joven casadera, a la que faltaban palabras para expresar lo que sentía. Entre los dos recuperaron todo el orden de aquella cama de nadie, y colocaron la colcha antes de organizar una escapada ordenada, en la esperanza de que nadie apareciera en aquel ala del edificio, aún temprano para la llegada de clientes, se despidieron con besos presurosos y llenos de deseo y miradas fugaces, como con cierto respeto y admiración mutuos.
En el comedor Javier encontró a su jefe Emilio, parecía inquieto, como siempre que María abandonaba la seguridad de “Zagala”; al igual que su hermano Diego, había heredado la paranoia que había acompañado a su padre a lo largo de toda su vida; hacía poco tiempo, menos de dos años, que Demetrio era un setentón y la gradación de su paranoia iba en aumento, agravamiento que le había vuelto premonitorio ante cualquier eventualidad. En el caso del hijo menor, muy capaz en el innoble arte de acosar a muchachas jóvenes, bajo su custodia en cuanto que ellas eran empleadas al cargo, se mostraba celoso de María, de natural mujer sensual, sin que ella se apercibiera de ello y aceptara sin poner reparos requiebros de quienes se decían amigos de su esposo, por simple cortesía. Aspiraba a una vida social sana como le gustaba decir, pero no era posible, Emilio, hombre agraciado, de rasgos agitanados, cabellera frondosa y ojos grandes y redondos, tenía éxito entre algunas empleadas; a pesar de lo cual no se prodigaba mucho, le excitaba que determinados clientes se interesaran por ellas, incluso les trajeran algún regalo de sus viajes, eran éstas las ocasiones en que el hombre ardía en deseo y trataba de provocar encuentros, su táctica era conocida; inventaba alguna compra urgente y solicitaba la compañía de aquella joven objeto de deseo, que siendo mujer uno de los dos, resultaría más cómodo y eficaz, faltaba que la elegida le permitiera el manoseo, previo a la petición de satisfacción, que nunca ocultaba. Delibes había descrito con maestría en 1981 en su novela ‘Los santos inocentes’, las penalidades de una familia de servicio; en el complejo “Zagala” las familias vivían a varios kilómetros; allí aparecían los dueños, en el caso de Diego, o bien familiares de los mismos, en el caso del marido de Isidra, Teodoro, a recoger a sus hijas, que devolverían doce o catorce horas después, objetos de deseo (las muchachas) durante tan estirado horario.
La novela de Miguel Delibes, que causó sensación y fue traducida a varios idiomas, reflejaba la España profunda, que, en los ‘80’ seguía en el subdesarrollo y la explotación, de forma similar a los ‘60’, y con parecidos esquemas de relaciones laborales: peculio en vez de salario digno; alimentos sobrantes que llevar a las familias, acoso sexual y explotación laboral; todo ello denunciado por algunos grupos sociales y partidos políticos; si bien eran denuncias y críticas que se hacían con sordina, ya que los partidos de izquierdas tenían como objetivo claro su posicionamiento en las distintas instituciones y órganos de poder; algo prioritario para ellos que desconocían los verdaderos problemas de la sociedad española en general y de la manchega en particular; entre los eclesiásticos venía a ser parecido, discursos grandilocuentes, vacuos de contenido.
En nuestro país no se había producido el cambio, no podía ser ya que se había optado por la reforma cuando habría sido más útil para el pueblo la otra, la opción de ruptura así como la obligada exigencia de responsabilidades al régimen anterior, a sus altos dirigentes al menos; y así mismo puestos en cuestión y en manos de la Justicia aquellos empresarios cómplices de la corrupción, de sobra conocidos; muchos ciudadanos lo comprendieron dos décadas después, al comprobar que Felipe González Márquez no era socialista, sino más bien el político puesto por la derecha del régimen para templar gaitas y poner a los sindicatos, sus hermanos de sangre, al servicio de la patronal nueva y vieja a un tiempo.
Se ha de reseñar para la historia la digna actitud de líderes obreros como Marcelino Camacho y Nico Redondo, que pronto se percataron, estupefactos, de la estafa que suponía el felipismo, ambos eran de mente preclara y dignidad a raudales. Fueron apartados por ese movimiento que controlaba el cambio oculto bajo las siglas PSOE y su eslogan de ‘100 años de honradez’ al que muchos añadían con sorna aquello de ‘y 40 de vacaciones’. Al igual que nuestro hombre de “Zagala”, Felipe terminó con las manos manchadas de sangre y alguno de sus ministros y altos cargos en prisión, y su partido fue el paradigma de la corrupción en aquellos años.
- Dices que no vendrás a mi fiesta el sábado, no lo entiendo, ya está todo organizado con el catering del “Ercilla”, tú verás. – Maribel, él le mira a los ojos y toma su mano derecha, mira cariño, son unos pardillos, nos necesitan a los que sabemos de esto, y, mira, voy al otro lado a preparar acciones, y me quieren desde ya, ‘morritos’ acaba de dar el visto bueno, jajaja, se nos da licencia para matar, como al agente 007, y, como te digo, nos necesitan.
- ¡Por Dios! ¿De qué me hablas? no quiero saber nada de todo esto, Josetxu; no te imagino colaborando con los socialistas. – Es mi futuro, nena, no es cuestión de ideas, que yo no tengo, sino futuro, te lo repito, no estoy dispuesto a seguir de subcomisario ni a volver a presidir las corridas de toros de la semana grande, haciendo el nota con el pañuelo blanco y cenando con los fachas del Cocherito.
Esta conversación tenía lugar en el ‘Stork’, un pub de lujo en la calle ‘Banderas de Vizcaya’ (hoy Telesforo Aranzadi) en el otoño de 1983, entre el subcomisario de policía José Amedo, y su pareja Maribel, hija de un prohombre del franquismo bilbaíno, recientemente divorciada. Ahí comenzó a hablarse del GAL, de acuerdo que José Amedo lo hizo de forma frívola y coloquial y a su novia solo le preocupaba su fiesta.
GAL es el acrónimo de ‘Grupos Antiterroristas de Liberación’, una banda parapolicial española que practicó la ‘guerra sucia’, lo que se llegó a conocer como ‘terrorismo de estado’, contra la más sucia de las bandas, la organización terrorista ETA, y contra todo su entorno, financiada por el propio Ministerio del Interior, siendo presidente Felipe González, elegido el año anterior. Corría el año 1983 y nuestro presidente desempolvó unos apuntes de su amigo Carlos Andrés Pérez sobre ‘lucha sucia contraterrorista’; aquél presidente venezolano, que era íntimo amigo de González y, que, como paradigma de la corrupción política y económica, provocó el triunfo de la revolución bolivariana del denostado Hugo Chávez.
Carlos Andrés Pérez fue por dos veces presidente de Venezuela, la segunda de las cuales tuvo que huir a Miami de forma apresurada, ciudad en la que falleció años después; durante su primer mandato, que tuvo lugar entre los años 1974 y 1979, conoció a Felipe González, a quien llegó a prestar el avión presidencial para que retornara a España producido el fallecimiento del General Franco, él mismo le acompañó en aquel vuelo.
Fueron grandes amigos y se dice que fue de Pérez de quien aprendió el arte de la ‘guerra sucia’, llegando a obtener un doctorado en ‘Crímenes de Estado’, haciendo las prácticas exigidas pertinentemente a través de la franquicia de los GAL, un verdadero despropósito político que insufló oxígeno a la banda terrorista ETA a nivel internacional. Los cachondos del PCE le recordaban la canción de moda ‘Me lo dijo Pérez que estuvo en Mallorca’, que sonaba en las playas españolas.
Volviendo a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez; la violencia en el país era de intensidad muy parecida a la actual, en Puerto la Cruz, importante enclave petrolero, cercano a la turística Isla Margarita, y durante los años de su mandato, los policías portaban dos y hasta tres armas de fuego, con ellas ejecutaban a delincuentes, deshaciéndose inmediatamente del arma, amén de que se dedicaban, a un tiempo, a extorsionar a honrados comerciantes. Eran matones y se seleccionaban para el oficio de policías entre el hampa que controlaba los suburbios de las grandes ciudades.
Felipe, el muchacho sevillano que acababa de cargarse a los viejos de su partido en Suresnes (Francia), y cuyo historial profesional decía ‘abogado laboralista’, solo eso, ya que habían borrado del mismo que (dicen) fue jefe de centuria en la Falange Española de las JONS, por un delirio de juventud; debió quedar muy impresionado por aquel venezolano socialista, millonario, mujeriego y banal, que se rodeaba de los grandes políticos de la Internacional Socialista, de la que era vicepresidente. Años después bebería los vientos por un mexicano, Carlos Slim Helú.
Siguiendo el dictado de aquellos apuntes manuscritos tomados del gran corrupto, González empezó seleccionando, a través de sus hombres de confianza en el Ministerio del Interior, que eran el propio ministro Barrionuevo y su secretario de estado Vera, heredero de una ferretería en la que realizó grandes inversiones, a policías sin escrúpulos, dispuestos a secuestrar y matar en el otro lado de la muga (frontera) francesa. Cobrarían buen dinero por sus servicios y serían protegidos por el sistema, vamos, que como decía Amedo a su bella novia, dispondrían de licencia para matar como James Bond, Agente 007, pero en la vida real.
En los GAL estaban involucradas la propia cúpula del Ministerio del Interior y la Dirección General de la Policía; esta organización era la sucesora del Batallón Vasco Español, la Triple A y los grupos de Antiterrorismo ETA, cuya lucha contra la banda terrorista había resultado del todo infructuosa. Esta suerte de terrorismo de Estado, muy activo en la década de los ‘80’, causó gran impacto entre la opinión pública española e internacional, por la implicación del aparato represivo del Estado; si bien es cierto que parte de la opinión pública de nuestro país estaba de acuerdo con esta guerra sucia contra ETA, llegando hasta aplaudir la realización de atentados con resultado de muerte de etarras.
Como en todo crimen de Estado las consecuencias internacionales eran previsibles, Europa se puso al frente de la cruzada antiterrorista criminal, analizando y haciendo hincapié en los casos de secuestro como el del pobre Segundo Marey, ciudadano francés que no tenía relación con la banda terrorista; o en el caso del ciudadano francés tiroteado en un bar, por encontrarse casualmente junto a miembros de la banda que fueron ejecutados en el ‘Monbar’ de Bayona. Medios de comunicación europeos y americanos se hicieron eco de la tortura brutal y posterior ajusticiamiento de los activistas Lasa Y Zabala, que fueron enterrados en cal viva. Se apreció gran diferencia entre la muerte tras horribles torturas de Lasa y Zabala, que se vieron obligados a cavar su propia fosa, reventados como estaban, y el disparo certero que mató al despiadado asesino de ETA conocido como ‘Txapela’, obra de un francotirador. A ello, lo que hicieron con Lasa y Zabala, de 18 años de edad, se debió la condena al general Galindo y dos de sus hombres, que alcanzó los 400 años de cárcel, de los cuales cumplieron solo cinco alegando enfermedad dos de los condenados.
Como consecuencia positiva de este despropósito que dio, como se sabe, alas a la banda ETA en el concierto internacional; el estallido del GAL y su resonancia internacional consiguió que el país vecino dejara de ser el santuario etarra, al ver peligrar el turismo en el sur de Francia. Todo cambió, ya que en los próximos años, antes del fin de la década, el Gobierno francés procedió a las expulsiones de etarras, que, hasta entonces, se movían por territorio francés como Pedro por su casa al decir de expertos antiterroristas. Amedo y Domínguez, no digamos el general Galindo y sus superiores forman parte de la leyenda negra española que creíamos haber desterrado para siempre. La sociedad civil comprobó con horror cómo se contrataban como sicarios a funcionarios públicos; estos mercenarios, a su vez, subcontrataban con dinero de los fondos reservados, a otros sicarios, extraídos de entre la hez de la sociedad vasco francesa, removiendo sus bajos fondos.
Tal y como decían los apuntes que había que actuar que recibió Felipe González de su maestro y mentor Carlos Andrés Pérez. En el recuerdo las declaraciones del Ministro del Interior francés, Charles Pasqua: “Pondremos fuera de la circulación a los matones del GAL y Francia no será santuario del terrorismo”.