MLFA
En la Encomienda los del PP habían iniciado una maniobra de acoso y derribo al alcalde que no prosperó por falta de medios de comunicación afines; de hecho el único medio favorable al PP percibía subvenciones cuantiosas de la Junta de Comunidades socialista, a cambio de limitarse a dar pellizcos de monja a los ediles de su partido, algo que desconocían aquellos del PP, y se confiaron. Enterados por un funcionario afín a una concejal popular de que el primer edil mantenía encuentros sexuales en su despacho con mujeres que a cambio se beneficiaban de empleos jugosos, con arreglo a la ya conocida secuencia de contratar a la persona a dedo o someterla a pruebas trucadas, para, posteriormente, dejar transcurrir dos años sin proceder al fin de obra o a la baja regulada por ley de la contratada, que, de manera voluntaria, accedía al intercambio carnal que se denominó empleo por sexo. La operación se realizó de acuerdo con la policía municipal, que mantenía un grave contencioso con el alcalde, dictador donde los haya, como era bien conocido, un hombre para el guiness, al tratarse del primer regidor que se enfrentó a todo el cuerpo policial de la población bajo su mando.
Las dependencias de la alcaldía se comunicaban con salones de plenario y sala de juntas a través de una intrincada red de pasillos que unían edificios anexos; la agraciada, normalmente joven y de medianía o incluso de buen ver, se conocía aquellos pasadizos que daban acceso al despacho del principal, por cuyas manos pasaban todas las contrataciones. En algunos casos no solo pasaban manos, a veces se colaba el miembro, de rondón. El caso que nos ocupa resultó más execrable si cabe, al tratarse de una mujer casada que era madre de un pequeño.
Esa noche había pleno municipal, él le había dicho que lo liquidaría con prontitud, recordemos que se trataba de un hombre impostado, ella había llegado a la hora prevista y se encontraba en el despacho; era la segunda vez que acudía a la cita con aquel hombre que le había sacado de la ruina al contratarle, ya que su marido estaba en el paro desde hacía seis meses, la constructora para la que trabajaba había presentado suspensión de pagos, el concurso de acreedores, del que tanto se hablaría en los años venideros.
Empezaba a sentir frío y cierta inquietud, aunque a su esposo le había dicho que le habían llamado los de ‘SEUR’ para que les documentara una carga de urgencia, sin hora de acabar, le habían prometido cien euros, que no eran de rechazar. Era medianoche cuando llegó aquel hombre, ávido de la joven, que tardó poco en quitarse chaqueta y corbata, que dejó sobre uno de los sofás, aunque la corbata llegó al suelo, sin que se molestara en recogerla; encendió un pitillo al tiempo que la besaba en boca y cuello, rodeándola de una nube de humo, que agradeció ella porque encubría el olor agrio del sudor del hombre. Ella le preguntó por como había ido el pleno, a lo que el alcalde respondió con displicencia, asegurando que sin novedad, como venía siendo habitual.
Comenzó a desvestirla empezando por la chaqueta de lana marrón que resguardaba del frío a la mujer, ella experimento un escalofrío, que el tipo confundió con una muestra de deseo por parte de la hembra. Ella abrió su bolso y extrajo una sábana; no olvidaba el asco que le había producido aquella primera vez, al penetrarla sobre aquella alfombra raída, llena de ácaros y de polvo apelmazado, él sonrió ante el detalle. Siguió en el intento de desvestirla, cuando sonó el móvil que llevaba en el bolsillo de la chaqueta, respondió a la llamada con cierta prevención al no reconocer el número; se trataba de un concejal que, después de excusarse por utilizar otro teléfono, le transmitió una información, sobre el pleno celebrado, que podía esperar al otro día y así se lo hizo saber con tono desabrido. La noche pasaba a madrugada y él solo pensaba en aquella maravillosa mujer, ajeno a la operación policial puesta en marcha al atardecer, justo al inicio de aquel largo pleno.
Dos agentes de la policía municipal estaban de apostadero desde las diez de la noche, y en contacto con el jefe de turno, y seguían sin pasar novedad desde la finalización del pleno. No perdían de vista la puerta de acceso al Ayuntamiento. Arriba, el alcalde trataba de alargar aquel encuentro, tan deseado a lo largo de las últimas semanas; la joven trataba de apremiarle pero él encendía cigarrillo tras cigarrillo, convirtiendo la atmósfera en irrespirable, ella no sentía ningún deseo y fue capaz de rechazar la invitación a besarle el miembro, erecto hacía rato y con el glande ligeramente amoratado por irrigación de sangre, de pie el individuo aquel y ella sentada en el cerrado sofá, con la espalda erguida, el rechazo lo hizo patente poniéndose de pie, a su misma altura. El final llegó sobre la sábana, entre bufidos y gemidos del depravado regidor, que había aceptado al fin el uso de preservativo, ante el ruego de aquella mujer joven.
Arreglada e inquieta se despidió a la brava, alegando que su marido la esperaría despierto. Nada más empujar la pesada puerta del edificio se dio de bruces con dos policías; el más veterano le pidió que se identificara, ella no era capaz de encontrar la cartera entre los pliegues de aquella asquerosa sábana, y el policía giró de lado la cabeza, mientras el más joven pedía presencia del jefe de turno. Éste llegó en el preciso momento en que el alcalde, desarreglado, se enfrentaba a los agentes en tono amenazante. El oficial apartó al agente y se dirigió serio al alcalde: - ¿Novedad, señor alcalde? – preguntó el oficial – mirándole a los ojos. – No tengo que responder, - colóquese en posición saludo – le espetó el alcalde socialista a bocajarro. Eran las dos y media de la madrugada.
La joven hipaba conteniendo el llanto, llena de vergüenza y totalmente humillada