MLFA
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Ayuntamiento de La Solana, en el Campo de Montiel. |
Algunos de los citados – cojos - de esta perversión, aunque inactivos sexuales por miedo a ser denunciados por sus víctimas, la emprendían a palos, físicos o psicológicos, con los chavales a los que deseaban y encontraban placer – sádico – en la sanción propinada. Los homosexuales, como Enrique, vivían en un continuo sufrimiento y frustración. La depresión venía agravada por la ruptura con su novio de Madrid, con el que había compartido relación sentimental durante los últimos cinco años; sin dejar de atender su negocio inmobiliario, su vida era un continuo ir y venir en el tren de Jaén, a pesar de lo cual se mostraba feliz ante sus clientes y los amigos y amigas depositarios de sus bienes raíces, que mantenían la propiedad sobre los mismos, a pesar de haberlos vendido, así como percibido el importe correspondiente a su venta. Entre ellos se encontraban tres elementos que podrían calificarse de ambiguos, de edad media y aficionados a las salidas nocturnas, mozos viejos en la jerga popular, quienes al percatarse de la crisis que sacudía al Enrique, vieron la oportunidad de hacerse con los bienes todavía a nombre de ellos. Uno de ellos se dedicó a festejar a aquel pobre desgraciado, que lloraba de continuo y estaba mal atendido por su médico de cabecera, que achacaba aquellos males a la melancolía propia del maricón rechazado social y, en este caso, sentimentalmente.