Cisneros habría ordenado pasarlo por el potro y estirarle los miembros; el prior de las órdenes militares se conformó con enviarlo a La Encomienda, donde ejercían como pastores unos curas malignos que se ocuparían de él; se recuperaron las armaduras, de los muebles nunca más se supo. Por si fuera poco, el hombre tuvo que hacer frente a una grave denuncia, que resolvió mal, como todo lo que le correspondía. Su sacristán, hombre de voz aflautada, y gustos de los prohibidos, se hizo acompañar de una joven de catorce años, guapa por demás, al decir de los suyos, hasta el alto campanario, donde la sometió a tocamientos impuros, la niña informó a sus padres de lo sucedido. Ellos, horrorizados, denunciaron los hechos ante el párroco, quien logró convencer a los padres - católicos devotos - de que no denunciaran al sacristán, adujo que se ocuparía de su castigo – él - personalmente. Al observar la cara de mal bicho del párroco, los padres pensaron que el castigo sería ejemplar, y decidieron pasar de la Guardia Civil y de los Juzgados, y dejar al pederasta en manos del nuevo párroco; menuda pinta de cabrón que tiene el cura, llegó a decir un tío carnal de la niña, sin estimar que para carnal el sacristán, que había saboreado a aquella pobre adolescente. El castigo consistió en un breve destierro del sacristán a las costas levantinas, de donde volvió a los dos años, más bronceado y más salido que un conejo; recuperó toda su sacristía y la dirección del coro parroquial; él, sólo recordaba aquellas playas de Levante y, sobre todo, aquellos miles de tetas expuestas cada día al sol.
Pocos días después de las elecciones municipales falleció Tomasillo, dejando a Teófila en la más absoluta de las tristezas, duradera, ya que sería longeva, como su cuñada Rita, aunque la vida de ambas no volvió a converger, no por falta de empatía, sino por problemas entre hijos y nietos, ambas se aislaron en su particular recuerdo, que no era otro que el del marido de cada una de ellas, que, a su vez, tanto se habían querido desde sus años jóvenes. La “Grandalla” no resistió la pérdida del patrón, su hijo liquidó el negocio meses después de su fallecimiento. Era un atorrante borracho y mujeriego que tuvo un buen impulso; ahí el Señor debió de echar una mano, ya que, en un momento de lucidez, ordenó se procediera a realizar todos los pagos pendientes, y lo hizo a través de un profesional de la administración de empresas. El local fue vendido a sus primos de “Zagala” que pagaron por el mismo un precio muy por debajo del precio de mercado, como era habitual en ellos, que seguían sin visitar la prisión provincial por delitos contra la seguridad en el trabajo, fraude fiscal y otros contra la seguridad social.
Los socialistas, aquel año de 2003, se mostraban escépticos respecto de las generales de 2004, de hecho la elección de Zapatero tres años antes ya indicaba por donde iban los tiros; a recorrer una travesía del desierto; no importaba, pues, que el jefe de los camelleros fuera aquel incompetente, que sabía poco o nada de la vida política – era un culiparlante, bastante vago – y mucho menos de la profesional, ya fuese por cuenta propia o ajena. Ello suponía un plus de valoración de los líderes del sudoeste que consideraron llegada la hora de establecer un real califato que abarcara las tres comunidades; lejos en el tiempo los cafelitos y el mystere aquel que buscaba al Guerra en los sembraos cercanos a la autovía; afianzado aquello del PER, que ya admitían los del PP; aparecían los 56 coches de alta gama de la Junta de Comunidades; el desastre extremeño, soñaban ya con ser portugueses, y algo sobre lo que no se estudió lo suficiente: la falta de democracia en cientos de municipios, ausencia de libertad de expresión incluida, convertidos en sátrapas sus alcaldes, algunos de ellos verdaderos patanes incapaces de representarse a ellos mismos, responsables del fallido de su comunidad, la municipal, y por ende, la autonómica, a la que exprimieron con rabia, como se hace con las cabras viejas, y que provocaron un endeudamiento insoportable. Los españoles no olvidarán que lo hicieron gracias a los votos de castellano-manchegos y extremeños; muy satisfechos de vivir por encima de sus posibilidades, a cuenta del resto de comunidades.
La juventud, ociosa por falta de oportunidades académicas y laborales adecuadas y de utilidad social, con muchos de sus miembros provenientes del gran fracaso escolar, se lanzó sin dudarlo a las grandes bolsas de empleo que ofertaba la construcción, en auge desmedido; allí fueron utilizados como mano de obra de aluvión, acerca tochos, se les decía; sin escuelas de formación, y carentes del debido aprendizaje en los tajos, ocupados como estaban capataces y encargados por rematar tareas en tiempo récord y continuar edificando viviendas que nunca llegarían a ser utilizadas. Cientos de miles de viviendas a lo largo y ancho del país.
La construcción jalaba de la economía y lo hacía sin tener en cuenta el urbanismo exigible, en algunos casos con deficientes redes de saneamiento y distribución de aguas, al no existir control municipal, ocupados como estaban los regidores en la firma de licencias y el cobro de comisiones ilegales que corrompieron a funcionarios y empresarios, además de a ellos mismos. La gran corrupción comenzó en los ayuntamientos, gobernados por el PSOE en Andalucía, Castilla La Mancha y Extremadura; y por el PP en gran parte del resto de España; siendo reina de la misma la Cataluña de los Pujol y su partido corsario, nombrado CIU, y fruto de la fusión entre la nueva burguesía catalana y aquellos meapilas, no menos corruptos, de ‘Unió’, quienes serían, más adelante, arrojados al alcantarillado de la historia de infamia de la Cataluña vejada para siempre por elementos como Pujol y Durán i Lleida, acompañados de Mas y toda aquella patulea de corifeos, que se acercaban por los madriles con sus incómodos cuellos de camisa, al asalto de las suites de los mejores hoteles de la capital del Reino, de las que se hicieron dueños por usucapión, a lo largo de tres décadas. La escopeta nacional se había convertido en un rifle de asalto en 1982, presto a ser utilizado, como se pudo comprobar en años posteriores.
El espejismo del trabajo seguro y el dinero fácil, en los sectores de la construcción, hostelería, automoción, telefonía, y todo tipo de negocios instalados como complemento de los mismos, dotaron de vehículos y recursos a toda una pléyade de jóvenes sin atisbo de formación, mucho menos de cultura, que cayeron en brazos de la droga, con consecuencias fáciles de contrastar; otros jóvenes, éstos pertenecientes a la etnia gitana en riesgo de exclusión, asumieron el rol de camellos, que, después de cuatro o cinco años de entradas y salidas de calabozos y juzgados, darían con sus huesos en prisión para largas estadías; algo con lo que ellos no habían contado en sus correrías y sufrirían la quiebra de sus vidas para siempre. Y el país entero se endeudó.
La autovía de Andalucía se convirtió en el eje neurálgico por donde transitaba la droga camino del resto de comunidades y países europeos; al mismo tiempo que frente de batalla de bandas de gitanos fornidos, bien armados y peligrosos en extremo, que salían de cacería varios días a la semana en los cotos entre Madrid y Jaén, dando palos sangrientos en gasolineras, clubes de alterne y en bares y restaurantes temerarios que abrían de noche, ávidos de mejorar la caja diurna con aquel aluvión de viajeros que se desplazaban hacía Andalucía, donde florecían como setas en otoño segundas residencias, adquiridas, durante el boom inmobiliario, por los miembros de clase media, incluso media-baja, de Madrid, Castilla y León pero, sobre todo, por vascos hacendosos que detestaban la humedad de sus ciudades norteñas. Se generó alarma social como no se había conocido nunca en la planicie manchega, de siempre encrucijada de caminos, desde los remotos años del bandolerismo; la respuesta llegó de la Guardia Civil y sus cuerpos especiales, los famosos lobos, ya conocidos de nuestros lectores. La delincuencia se llevó por delante a cientos de jóvenes, la gran mayoría de etnia gitana, para sufrimiento de sus mayores, que consideraron irreparable el daño sufrido, por haber consentido aquella mala vida de los suyos, el oropel gitano duraría una década, sin contar la siguiente, ya que la pasarían de viaje entre prisiones, especialmente conocidas por ellos las de Córdoba, Jaén y la Mancha, sin collares ni relojes de oro que les eran requisados, mucho menos bugas potentes y tuneados, que habían sido la admiración de vecinos y parientes. Años después ocurrió aquello que tan a menudo se cita, lo del mundo al revés, algunos de aquellos leguleyos que no habían podido impedir la entrada en prisión de sus clientes: muchos camellos y otros crueles atracadores, les sustituirían como camellos de traje y corbata, a la llegada de la crisis que asomaba el testuz.
Los gobernantes del PP habían decidido que España asumiera, de una vez por todas, su cuota parte de bolsas de exclusión social, al igual que el resto de países europeos, hacinando en barrios – guetos - a aquellos irrecuperables, a los que se dotaría de magras ayudas para hacer frente al pago de reducidos alquileres; en aquella lotería, a Castilla La Mancha le tocarían gran parte de los números, al ser de propio áreas deprimidas, en las que no se vislumbraba futuro en décadas. El grupo “Zagala” continuaba en caída libre, a pesar de la bonanza económica reinante en el resto del país, incluida Castilla La Mancha; sus establecimientos habían pasado a convertirse en marginales, ruinas expuestas al sol manchego, y sus empleados se buscaban la vida, hartos de la tozudez, rayana en el desprecio, de los dueños, en no cumplir con pagos salariales, y de sus mentiras y trápalas continuas. Uno de aquellos, tunecino, muy peligroso, procedía de Cataluña, de donde había sido expulsado por varios delitos de poca monta, una vez descubierta su radicalidad religiosa. Bebedor y mujeriego, no respetaba el ramadán.
Aprovechó un viaje a su país, para reunirse en Djerba con miembros de mafias dedicadas al tráfico de personas, magrebíes y subsaharianos, que utilizaban nuestro país como puerta de entrada hacia la soñada Europa central, aunque muchos de ellos se instalaban en Francia, que contaba entonces con ochocientos mil inmigrantes procedentes del Magreb, la mayoría eran marroquíes y argelinos; resultaba fácil desaparecer en las banlieue de las grandes ciudades de Francia, también en Bélgica. De aquellas reuniones, en las que el tunecino de “Zagala” les dio a entender que contaba con la anuencia de los dueños de los hostales – se trataba de un tipo charlatán y jactancioso – salió un compromiso firme, que comprometía al camarero de noche de “Zagala” a dar acogida, durante períodos de cuatro horas – más / menos – a los inmigrantes que arribarían a la Mancha de matute en camiones despachados en la aduana de Tánger, que viajarían hasta Algeciras en la naviera Limadet, abanderada en Marruecos, cuyos tripulantes se pondrían de lado en las maniobras de acomodación de los paquetes, en los grandes garajes de aquellos buques ferries que, además de carga rodada, transportaban miles de pasajeros al día.
Franqueada la aduana española, enfilaban la autovía a toda prisa, les quedaban 600 kilómetros por recorrer hasta La Encomienda, adonde tenían programada la llegada sobre la medianoche, ya que los controles policiales más rigurosos se desplegaban a partir de esa hora, conocían el cambio de turno de la temida Guardia Civil, que tenía lugar una hora antes, a las once, siempre con precisión militar. Aquel primer viaje se demoró un día sobre la fecha prevista, el tunecino no podía saber que se trataba de una prueba a la que le sometían, por temor al chivatazo, tan habitual en ese tipo de tráfico, y que a veces procedía de vecinos de los viajeros, por razones de envidia, la mayoría de ocasiones. Era muy importante trasbordar a camiones de matrícula española aquellos pasajeros, antes de alcanzar los suburbios del sur de la ciudad de Madrid, allí donde los controles para impedir el tráfico de drogas estaban a la orden del día, como bien sabían los conductores marroquíes.
Al día siguiente llegaron los dos primeros inmigrantes, lo hicieron media hora antes de la medianoche, inmediatamente fueron alojados en una de aquellas habitaciones utilizadas por el personal, la mitad de ellas vacías y desvencijadas, el tunecino les proveía de bocadillos de queso y atún, y sendas botellas de agua, aquella gente llegaba deshidratada y en condiciones lamentables, al ser los conductores verdaderos mercenarios hideputas sin atisbo de compasión hacia sus paisanos, hacinados entre las mercancías y recibiendo golpes en curvas cerradas y en frenazos desconsiderados, a veces por problema de sueño del camionero. A las tres de la mañana llegó el camión español que se haría cargo de los paquetes, el conductor aceptó un café bien cargado y unos dulces de aquellos industriales, después de entregar un sobre al tunecino, que guardó a buen recaudo de camino a la cochambrosa habitación donde dormían aquellos dos, que ni tan siquiera eran paisanos suyos, que habían pagado mil euros cada uno por el trayecto hasta Madrid, adonde llegarían en hora de apertura de Mercamadrid, inmersos en la avalancha de camiones que se acercaban al mismo, allí se perderían entre las luces del amanecer, o bien contactarían con representantes de la mafia de Marruecos, en el caso de que quisieran seguir viaje hasta Francia, previo pago de otro contrato, éste, entre Madrid y Lyon les costaría mil quinientos euros por cabeza. Saltaba a la vista, por aquellos precios, de que se trataba de una organización de nivel alto y ello redundaba en mayores posibilidades de éxito y los paquetes aquellos lo sabían.
“Zagala” se había convertido en centro de trasbordo y enlace de inmigrantes ilegales, parece ser que sin conocimiento de los dueños, aunque comentarios llegaría a haber para todos los gustos, ya que el tunecino era un botarate, incapaz de chapurrear el español después de veinte años de estancia en nuestro país. Fuera como fuese, aquel negocio le proporcionó pingües beneficios, y no parece que resultara rentable para los Expósito, de hecho la Guardia Civil lo descartaría de plano a lo largo de la instrucción. Las cosas se torcieron, varios meses después, con motivo de la llegada de una pareja de subsaharianos, aquella hembra era espectacular, su tono de piel era el del ébano y sus facciones suaves, provenían de Mauritania; el camionero no se la quitó de la cabeza en todo el viaje, imaginaba perversiones al volante de su camión lleno de verdura, entre cuyas cajas se bamboleaba aquella pareja de desgraciados, al compás del movimiento de ejes y ruedas, acurrucados y abrigados con gruesas mantas, al tratarse de mercancía refrigerada.