La derecha política y los comerciantes de la comarca habían hecho dejación de aspiraciones y dejado en manos de los socialistas la organización de los municipios; no les iba mal, pensaban, al contrastar una paz social que se mantenía en el tiempo, a pesar de que el Gobierno del país estaba en manos de sus congéneres del Partido Popular, sucesor de aquella Alianza Popular de Manolo Fraga, que había hecho famoso el bañador meyba en la playa de Palomares. Es evidente que los vacíos, incluidos los políticos, tienden a rellenarse, resulta empírico; así que se puso en marcha un PP local, que resultó ser un cajón de sastre en el que cabía todo, al no exigir las mínimas credenciales políticas y mucho menos profesionales. Jóvenes que no tenían cabida en aquel PSOE, adonde habían llegado tarde, con todo el pescado vendido; totalmente apolíticos, a quienes movían intereses espurios; ex militantes comunistas cuyo acceso al PSOE había sido vetado; fascistas de la porra que, ya en los ‘70’, habían reventado manifestaciones, a golpe de ídem, claro está, porque a mano limpia no se habrían atrevido. Aquello era un pisto manchego, del que retiraban el pepino, por su similitud con aquellas porras cortas y abultadas.
La idea de potenciar el PP local había partido de un antiguo concejal de Alianza Popular, que años más tarde sería detenido por su participación en un grave episodio de tráfico internacional de estupefacientes; este individuo convocó a unas jóvenes a las que unía su afición a capeas y corridas de toros y pusieron en marcha la agrupación local de aquel PP neonato. Una de estas militantes, joven esbelta y sensual, a quien apodaban la sonrisa vertical por ser esta la imagen, mejor radiografía, de su sexo espigado, tardó poco en hacer buenas migas con el pájaro aquel, sin prestarse, de buen principio, a sus requiebros amorosos. La joven estaba casada con uno de aquellos progresistas de diseño y droga dura. La coca había hecho acto de presencia en La Encomienda y su maridaje con el alcohol provocaría desarreglos neuronales, cuyos efectos tardarían años en visualizarse en los diagnósticos de neurólogos, a quienes la cocaína había pillado con el paso cambiado, tal y como había ocurrido con el tabaco en décadas anteriores, aún cercanas en el tiempo. La sociedad española, incluida la que residía en la parte de ella más profunda y atrasada, conocía ya los efectos perniciosos del tabaco que, efectivamente, mataba; y los devastadores de la heroína, aquel caballo desbocado que portaba al Hades a una parte de nuestros jóvenes. Faltaba por conocer las consecuencias de la cocaína, lenta en su andar pero igual de mortífera. El cocktail de coca y alcohol resultaría letal, en unos años provocaría tal destrucción neuronal que convertiría en guiñapos a los adictos y ex adictos, al no renovarse una gran mayoría de neuronas dañadas y provocar el colapso de órganos, así como el desarreglo del sistema nervioso central, aquél les obligaba a dotarse de oxígeno de forma permanente; éste, el SNC, les colocaba cabeza sobre hombro y la parálisis de extremidades, ictus y otros derrames aparecían, de manera inopinada, años después de la deshabituación del producto inhalado.
El grupo consiguió presencia en la Corporación municipal, sustituyendo a la AP de Fraga, a la UCD de Suárez y también a los partidos independientes; el PSOE no se sintió amenazado, los socialistas conocían el paño, como ocurre en todos los pueblos de España, y sabían que eran imbatibles ante aquel adversario tan desestructurado y con cadáveres en los armarios, pan comido, declaraba ufano el veterano alcalde socialista, que presidía el consistorio desde los años ‘80’, en uno de sus pubes preferidos, rodeado de fieles; tiempo después, traicionado por uno de sus conmilitones, se supo que le daba a la coca; entre otras sucias adicciones, tales como cabalgar vecinas, siempre de muy buen catar, en su despacho de regidor; en una de aquellas correrías sería pillado in fraganti por las fuerzas de seguridad, concretamente por la propia policía municipal. A pesar de conseguir ocultarlo, aquello acarrearía consecuencias.
El grupo popular, muy impopular, a tenor de la opinión de muchos de los vecinos, que tiraban la piedra y escondían la mano, gentes sumisas y acobardadas, que no veían en aquella banda la solución a sus problemas, que ya empezaban a ser serios, a la vista del frenazo a la inversión impuesto por los socialistas, que ponía en peligro el futuro de sus hijos. Razón tenían, aunque la perdían al negarse a dar un paso al frente, dejando en manos de aquellos advenedizos la oposición que debería convertirse en alternativa al régimen rampante en su pueblo y en toda la región; que ya estaba posicionada, de la mano de la vecina Extremadura, en los dos últimos puestos del ranking que engloba a las diecisiete comunidades autónomas; el puesto último se lo disputaban ambas y lo intercambiaban cada año, en función, casi siempre, del PIB rural de cada una de ellas, y ello dependía casi siempre, de factores meteorológicos adversos.
Un buen día apareció por el local del PP, un humilde piso pequeño, casi una buhardilla, aquel personaje maligno conocido como el ‘Chincheta’, acompañado de otros dos ganapanes ex PCE o comunistas en bajo relieve, fue aceptado en la cuadrilla porque presentó sus credenciales en un rimbombante discurso de investidura que se traía aprendido de memoria; a algunos de ellos les llamó la atención la virulencia con que aquel converso atacaba al PSOE y en especial a alguno de sus miembros, ex comunistas, como él, pero no le dieron mayor importancia.
Esperaban la llegada de los gerifaltes provinciales del partido, éstos recalarían en la localidad el sábado próximo y estaban ocupados con la limpieza del local, lleno de platillos con colillas y papeleras repletas de latas vacías de cerveza, y algún rabo de cuerda de chorizo o salchichón que aportaba alguno de ellos. Los jefes habían escuchado maravillas sobre las muchachas; lo que de verdad provocaba su curiosidad era saber si estaban buenas, de todos bien sabido que las casadas tardarían poco en separarse de los maridos, pueblerinos que les agobiaban con lo de que la política era una mierda y lindezas semejantes, fruto de su ignorancia y el atrevimiento que conlleva la misma. Algunos manifestaban su extrañeza ante ellas, no entendían el arreglo de ropa y los perfumes caros, no obteniendo respuesta, claro está, al estar ellas en pista de rodadura y ya próximas a la maniobra de despegue, ellos no variaban nunca sus hábitos, se enfundaban el chándal el viernes de atardecida y lo metían en el tambor de la lavadora el lunes por la mañana; de lo que no eran conscientes la gran mayoría de ellos es que estaban a punto de perder a su mujer, destinadas, según decían ellas, a más altos fines, claro que el recorrido hacia el éxito comenzaba subiéndose a más altas camas.
Este sistema de caza al ojeo era habitual en el PP y había sido puesto en práctica por miembros de la cúpula nacional muy conocidos por el gran público, también ellas, las promocionadas, eran conocidas. En nuestra región se trataba de unas experiencias adúlteras novedosas, al no haber tocado poder político, que equivalía, claro está, a poder económico, empezando por los viajes gratis, gastos de representación y relevancia social que les hacía propicios a invitaciones y agasajos. Detrás de estos prolegómenos, que anulaban la voluntad de las aspirantes, venían las relaciones propiamente dichas, y por último la presentación en clave política de la susodicha; normalmente se trataba de una pobre iletrada, pero joven y enormemente atractiva, a la que no resultaría difícil enseñarle un argumentario simple, de los de andar por casa, o para servir de claque en mítines y reuniones de partido. El trasiego entre habitaciones de los grandes hoteles era la práctica común al finalizar encuentros con los afiliados; la adrenalina que les desbordaba era el mejor afrodisíaco, y el acoplamiento con la becaria de turno era de los que elevan la libido y la mantienen hasta el amanecer, ellos habían rebasado la cuarentena, ellas rondaban los veintisiete años, normalmente casadas, de forma que al campeón, normalmente secretario provincial o diputado nacional, le diera tiempo a medir sus posibilidades sin que ellas, las seducidas, se convirtieran en novias perennes.
Normalmente cazaban en provincias de regiones atrasadas, aunque ello no era óbice, como es obvio, para que aparecieran buenas piezas en pueblos y ciudades de la comunidad de Madrid o en la de Valencia. A partir de ahí, la corrupción irrumpiría con fuerza, no solo en el PP, claro, pero de forma más intensa en este partido; de hecho, nuestra pertenencia a Europa no era sino arte de mercadeo, los gobiernos de centro y norte de Europa nos mostraban el mismo falso respeto y consideración velada que a los países del área latinoamericana, simples lacayos, en el mejor de los casos clientes de su enorme producción industrial, que había llegado a no tener salida en los ‘80’ y anunciaba ya el colapso de esos grandes países, de no ampliar, lo antes que fuera posible, su área de influencia. Hoy la comunidad europea, con minúscula, extiende sus redes comerciales a veintiocho países que se parecen entre ellos lo que huevos a castañas y así nos va en áreas tan estratégicas como la Seguridad Integral, las Relaciones Exteriores y no digamos en materia de Defensa común.
Aquellos fluidos deleitosos por demás, que ponían a la Rosi a la altura de la lámpara del techo de su dormitorio, dieron fruto; no solo fluían en su interior, como bien expresaba la mujer, sino que depositaron, en su recorrer, la semilla de la vida, que se correspondía con el goce, y nos encontramos con la respuesta más vital de todas las que conciernen al amor; el embarazo, que sobrecogió a la encantada hembra, ahora si que estaba llena, y al poco, restaría repleta.