viernes, 14 de agosto de 2020

Vic, la bomba de ETA que arrasó "un patio de juegos" hace 29 años

Lorena Gil
El guardia civil Gálvez Barragán porta en brazos a Isabel Porras tras la explosión. (Foto de Pere Tordera)

Emilia Lara Moreno perdió a su hija Vanessa, de once años, en el atentado que ETA cometió, hace veintinueve años, contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic. La pequeña jugaba en el patio del recinto junto a sus tres hermanos cuando la bomba hizo explosión acabando con su vida y la de otras ocho personas, cuatro de ellas menores. Emilia se desplazó hasta el municipio catalán y colocó un escrito en la verja que rodea el solar en el que se erigía el cuartel, ahora un aparcamiento. En él, emplaza a los ciudadanos de Vic a colocar flores en el lugar de la masacre en solidaridad con las víctimas. Hoy son numerosos los ramos que recuerdan en la valla a quienes fallecieron aquella tarde del 29 de mayo de 1991. Pero el camino ha sido largo y «silencioso». Emilia no sabe si podrá asistir al homenaje que mañana se tributará a los damnificados, pero su corazón estará en Vic. 

El reloj apenas superaba en cinco minutos las siete de la tarde cuando miembros del comando Barcelona de ETA lanzaron un coche bomba, con la marcha atrás bloqueada, al interior de la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic. Los terroristas aprovecharon una rampa existente entre una calle aledaña y el patio del recinto para que el vehículo avanzara sin necesidad de un conductor. En el maletero llevaba doce bombonas con dieciocho kilos de amonal cada una. La instalación militar servía de residencia a catorce agentes, trece mujeres y 22 niños. A la hora del atentado, numerosos familiares se encontraban en las viviendas del acuartelamiento y varios críos jugaban en el patio. Fue el etarra Juan Carlos Monteagudo quien activó a distancia el explosivo. La deflagración, derrumbó el edificio, y fueron necesarias grúas y perros adiestrados para rescatar a las víctimas de debajo de los escombros. Nueve personas perdieron la vida, entre ellas, cinco menores. La más pequeña, María Pilar Quesada Araque, de tan sólo ocho años, que hacía la primera comunión el domingo siguiente. Otras 44 personas resultaron heridas, algunas con importantes mutilaciones. Además, un guardia civil en la Reserva, Ramón Mayo García, falleció al ser atropellado por una ambulancia que evacuaba a los heridos. El Consejo de Ministros le reconoció en 2005 como víctima del terrorismo. 

Entre la multitud de imágenes que dejaron constancia de la barbarie que ETA cometió en Vic - el segundo atentado más grave en Cataluña, después de Hipercor - hubo una que todavía voy muchos guardan en sus retinas. Es la de un guardia civil portando en sus brazos a una niña, hija de un compañero. Se trata de José Gálvez Barragán y la pequeña es Isabel Porras López, de siete años, que aquella tarde estaba en el patio con sus amigas. Entre sus compañeras de juego se encontraba su hermana Ana Cristina, de diez, que murió en el acto. Barragán, como le conocen todos, prefiere no hablar de esa fotografía. «Estoy cansado, no me gusta verla», reconoce. Es demasiado doloroso. Echa la vista atrás y apenas recuerda lo que ocurrió aquel día. «Fue como si tiraran un cohete, no sentí nada más. Salí a la calle y me encontré con la niña. De lo de después, no me acuerdo», evoca. A Isabel tuvieron que amputarle parte de la pierna izquierda.

                                                «Algo no va bien» 

Francisco Sánchez Solís era el comandante de puesto, es decir, la máxima autoridad del cuartel. Han pasado veintinueve años, y todavía se emociona cuando vuelve al lugar del atentado. Su mujer fue la que sospechó que «algo no iba bien» al ver entrar un coche sin conductor en el recinto. Acto seguido, gritó a los niños que se alejaran. Pero todo ocurrió demasiado rápido. No tuvieron ninguna oportunidad. Francisco estuvo durante horas retirando escombros en busca de supervivientes. Eran sus compañeros y sus familias. «Al levantar los ladrillos vimos una mano, me fijé en el anillo que llevaba y supe que era Salas. Era el que llevaba más tiempo conmigo, 25 años», recuerda. El agente de la Benemérita Juan Salas Píriz no tenía que estar en el cuartel. «Le había puesto el día libre para que fuera a pescar, pero volvió porque se encontraba mal», revela. Sánchez Solís no da crédito. Salas estaba casado y tenía dos hijos. Su mujer, Manuela Morgado, resultó herida, y su suegra, Maudilia Duque, falleció como consecuencia de la bomba. 

El funeral por las víctimas fue multitudinario. Estuvo presidido por, entre otros, el entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y el lehendakari, José Antonio Ardanza. Entre el sufrimiento y la impotencia, los familiares de los asesinados tuvieron un momento de consuelo. Al día siguiente de la masacre, la Guardia Civil desarticuló el comando Barcelona que había colocado la bomba de Vic. En la operación policial murieron los terroristas Juan Carlos Monteagudo y Juan Félix Erezuma, que se resistieron con armas de fuego. Asimismo, fue detenido Juan José Zubieta, posteriormente condenado por la Audiencia Nacional a 1.311 años de cárcel. Los cadáveres de ambos etarras abandonaron Cataluña al grito de «asesinos», pero el entorno de la banda les recibió en Euskadi como héroes, ante la incredulidad de las víctimas. Todos los partidos, salvo Herri Batasuna, condenaron el acto terrorista.
Reticencias políticas 

La digestión política del atentado ha sido complicada. Muchos comparan, salvando las distancias, a Vic, uno de los municipios catalanes más independentistas, con feudos como Ondarroa, en los que la presión de la masa social de ETA ha sido asfixiante para quienes no compartían su misma ideología. Tras el brutal atentado, no se celebró manifestación alguna en contra de la banda terrorista ni en solidaridad con las familias de los fallecidos. Sí hubo, en su lugar, una marcha en contra del levantamiento de un nuevo cuartel - en la actualidad se encuentra a las afueras de la localidad -. Los ciudadanos se volcaron para ayudar a sacar a los supervivientes de entre el amasijo de escombros al que quedó reducido el edificio, pero después de los responsos, «fue como si no hubiera pasado nada», reprochan desde la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas. «Silencio». No fue hasta 18 años después cuando el Ayuntamiento del municipio colocaría una placa en memoria de «todas las víctimas del terrorismo», sin alusión alguna a lo ocurrido en Vic ni a los que allí perdieron la vida. El homenaje fructificó tras un tira y afloja entre la ACVOT y las autoridades locales, que siempre habían manifestado ciertas reticencias a recordar un tema tan sensible. El anterior regidor, Jacint Codina (CiU), argumentó que un tributo a guardias civiles podría «reabrir heridas», ya que el municipio nunca ha celebrado un acto institucional por las víctimas de la Guerra Civil o el franquismo. 

«Lo que tenía que hacer el alcalde es poner una placa en condiciones, con sus nombres, para que quienes así lo deseen puedan ir a poner flores y velar a los suyos. En su lugar, ha puesto un aparcamiento, pasando por encima de nuestras víctimas sin ningún pudor», critica Emilia Lara Moreno en el escrito que colocó en la valla que rodea el solar. Se prevé que este espacio cobije en un futuro una biblioteca, pero no deja de ser llamativo que el recinto que alojaba el cuartel que hace veintinueve años un vehículo hizo saltar por los aires, esté hoy repleto de coches.