Ayuntamiento de Motilla del Palancar |
Cerca de Alcázar se había construido recientemente una cárcel de alta seguridad, que estaba destinada a albergar presos de ETA, que, en pocos años, llegó a contar con quinientos presos etarras; los familiares de aquellos internos acudían a la prisión varias veces al año desde el País Vasco, lo hacían en autobuses y pernoctaban en los pueblos de la comarca, lo que añadía incertidumbre a Demetrio y causaba inquietud entre los miembros de la familia, muy ocupados como estaban en ampliar sus negocios en la Encomienda. El hijo varón mayor trataba de serenar al padre utilizando el argumento de que los muchachos asesinados no eran miembros de la temida banda terrorista ETA, por consiguiente dicha organización no se sentiría nada constreñida por el terrible error cometido por miembros de la Guardia Civil, al torturar de forma sádica y ejecutar a tres civiles ajenos a la banda; de hecho, varios miembros cualificados de ETA desde Francia utilizaron el Crimen de Almería para incrementar su campaña internacional de desprestigio contra la Guardia Civil.
Rita consolaba a Demetrio con el silencio más absoluto, quería a su marido más que a nada o a nadie, le consideraba una víctima no el verdugo que realmente había sido; no obstante, con su silencio evitaba hablar de miedos y obsesiones con sus hijos y el resto de la familia, que, por entonces era muy numerosa, desviaba las conversaciones hacia los pingües beneficios que les reportaban sus negocios.
Hacía tres meses que se había producido el intento de golpe de estado del Teniente Coronel Tejero y España iba a la deriva, con un Gobierno dividido y debilitado, a pesar de lo cual la ‘Zagala’ buque insignia de la flota de Demetrio, navegaba con viento favorable, y los dineros entraban, podría decirse, a espuertas. El hijo mayor Diego, que sabía más de lo que decía, trataba de templar gaitas, de hecho, ya era la mano derecha, en la sombra, de Demetrio, y de ideas fascistas, ocultas, eso sí, como correspondía a un hombre de negocios en la España de la Transición. Sus excesos futboleros y taurinos, convertidos en real obsesión de vida, habían llegado a contagiar a sus hermanos y cuñados; todo ello contribuyó a aminorar la paranoia que vivía el padre de familia, aunque, como es lógico, sin llegar a desaparecer.
Demetrio no disponía de reloj biológico, dormía de día o de noche, sentado o tumbado, según se terciase, su sueño no era profundo, ni tan siquiera reparador; aquellos amaneceres trágicos, los vómitos entre estampidos y los rostros de aquellos seres asesinados sin misericordia y sin piedad alguna, se mezclaban en su cerebro, de la retina ya habían desaparecido, y provocaban en su organismo un estado de vigilia, semivigilia cuando conciliaba el sueño, casi permanente y que los suyos achacaban a su excesiva preocupación por los negocios. Su vivienda era una sencilla habitación, prácticamente un cubil, junto al comedor principal, allí dormía el matrimonio junto a la escopeta de caza de Demetrio y sin adornos, mucho menos lujo, él vivía como un monje y vestía como tal; no era extraño encontrarle dormido a cualquier hora del día o de la noche en una de las sillas del comedor, dentro o fuera, a veces en la terraza, debajo del rótulo “Zagala” que se instaló a principios de los ‘60’, su sueño era frágil, prácticamente un duerme vela, vivía en continua vigilancia, esa era su penitencia, en compañía de sus fantasmas.
Durante un tiempo, dos años aproximadamente, estuvo pendiente del caso Almería, comprobó, más adelante, como salieron bien parados los responsables de aquella masacre, que a él le traían a la mente otras muy parecidas; de los once guardias civiles, ocho nunca fueron juzgados, se consideró la eximente total de obediencia debida, otros dos fueron condenados a quince y doce años, y el Teniente Coronel Castillo Quero, máximo responsable, a veinticuatro años de prisión, de los que cumplió diez, de 1982 a 1992; falleció dos años después, en 1994, a la temprana edad de 60 años a causa de un infarto de miocardio. La Justicia fue la del Señor.
Ese mismo año de 1982 en que se produjo la condena de aquellos tres guardias civiles, Felipe González presidía el Gobierno de España con una abrumadora mayoría de votos, como ya sabemos, ello provocó desazón en Demetrio, volvía al poder, según sus contactos madrileños, la España roja; y en el norte, también en la capital de España, la banda ETA continuaba con su escalada de terror, asesinando a miembros de las Fuerzas Armadas, se consolidaba la época que se denominó los años de plomo, y que perduraría a lo largo de dos décadas.