martes, 15 de enero de 2019

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (063)

Ayuntamiento de Tarancón

EIA significaba la simbiosis entre la independencia y el socialismo; su relación con ETA decayó y el partido se convirtió en EE (Euzkadiko Ezquerra, en castellano Izquierda de Euskadi), al frente del cual se encontraban Francisco Letamendía, el mismo Mario Onaindía y el mítico intelectual vasco Juan Mari Bandrés. EIA dio el salto de la cercanía con ETA al pragmatismo de los de EE con apoyo de gentes del PCE-EPK (Partido Comunista Vasco), liderado entonces por Roberto Lertxundi Barañano, (fue compañero de pupitre del autor de “La Saga de La Encomienda” durante doce años, en el Colegio Santiago Apóstol-La Salle de Bilbao). Roberto, médico y presidente de la Clínica Euskalduna, alternó la política con la medicina, desempeñó varios cargos políticos de relevancia, incluido el de senador, y junto con Onaindía y Bandrés han sido elevados al ghota de los políticos vascos de estirpe, siendo muy respetados por el resto de políticos del arco euskaldun y español. 

Roberto y este autor estudiamos filosofía con los curas, él durante varios años, aunque luego se decantó por la ciencia médica donde es un profesional muy considerado en Contracepción y Reproducción Asistida. Mario Onaindía falleció joven, a la edad de 55 años; y Juan Mari Bandrés nos dejó en 2011 después de una larga enfermedad, había sufrido un derrame en el año 1997 que le apartó de toda actividad política y social, tenía 79 años. España entera debe mucho a estos políticos vascos que defendieron la dignidad y autonomía de aquella tierra con absoluta firmeza y total rechazo a la violencia. Profesionales de altura, médicos y abogados, ejercieron de políticos al mismo tiempo que enaltecían con su trabajo y entera dedicación a sus respectivas profesiones, sin dejar por ello su lucha en lo social, el mundo del trabajo, a cuyas asociaciones, no solo pertenecían, sino que (ellos) descollaban en la defensa de los intereses obreros. Todos ellos fueron coaccionados, incluso amenazados por fuerzas de uno y de otro signo, desde la propia ETA hasta la ultraderecha española, muy activa durante los primeros años de la Transición. 

A principio de la década de los ‘80’ la mayoría de etarras cumplían condena en la Mancha, allí, a pesar de tratarse de una cárcel de máxima seguridad, eran ellos quienes gobernaban la prisión; la ciudadanía española desconoce que se regían por sus normas, y no degustaban el rancho de los demás internos, la comida procedía del exterior; tampoco mantenían contacto con los presos comunes, que les profesaban respeto, trufado de miedo, claro está, y habían hecho renuncia a los privilegios previstos por la Ley Penitenciaria, como la redención de penas por el trabajo u otros condicionantes del cambio de grado, todo ello siguiendo órdenes de la cúpula de la banda, que ejercía mayor control sobre los presos que los propios funcionarios, el mako (prisión) suponía una doble pérdida de libertad, la física por la privación de la misma, y la psicológica, que les privaba de autonomía en las decisiones que les afectaban. Los abogados de la banda se limitaban a hacer de simples recaderos, entre los jefes de ETA y los presos, que vivían dentro de una especie de burbuja en la que eran manipulados y controlados por la propia organización terrorista a la que pertenecían. 

Esta situación cambió al decidir el Gobierno socialista dispersar a los presos etarras en 1989, faltaban varios años para ello y Demetrio no llegaría a verlo ya que fallecería ese mismo año; de haber sabido que, junto a su querido y próspero complejo hostelero, se instalaría aquella macro cárcel, con el trasiego de familiares y amigos de los terroristas, de abogados y presos a los juzgados del pueblo vecino y, en general, la presencia en los medios de comunicación de cuanto acontecía, a buen seguro que habría sentado sus reales varios kilómetros al sur, cerca de la línea fronteriza con la provincia de Jaén, donde también prosperaban conocidos bares de carretera, entre ellos el ultra ‘Taberna Don Pepe’, por donde no pasó la democracia española, quien habría recibido encantado como vecino a su conmilitón Demetrio Expósito y toda su prole hostelera. 

Los centenares de etarras presos en la Mancha atrajeron a esta región a colaboradores de la banda terrorista, se ocuparon de controlar a funcionarios de diferentes prisiones, entre ellas la de Alcalá Meco, ésta situada en la comunidad vecina de Madrid, listos para señalar posibles blancos; informaban además de las posibilidades que ofrecía Castilla La Mancha para contratar pisos francos.