domingo, 28 de octubre de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (044)

Ayuntamiento de Bargas

¡El Señor proveerá! pontificaban los curas lerdos desde sus bajo púlpitos o sitiales de escalón, ya reconvertidos al autonomismo, al cual como Iglesia estaban acostumbrados, por su división en Diócesis, algunas de ellas, como la de Ciudad Real, más pobres que, por ejemplo, la de Barcelona, pero igual de autónomas ambas. Castilla La Mancha se sube al carro de quienes demandaban les fueran transferidas competencias al por mayor y exigían el trato que les correspondía (decían ellos) como comunidad histórica, ya que no se decidían a definirse como nacionalidad, siquiera por vergüenza ajena. 

El clero de Castilla La Mancha veía en la Autonomía algo parecido a un concordato político, que, al igual que el religioso, estaría repleto de ventajas; los cargos políticos, así como en el clero los religiosos, serían elegidos por los propios ciudadanos castellano-manchegos, pero todas las facturas y los salarios de los políticos correrían a cargo del Estado, como era el caso del clero, que elegía a sus representantes desde los obispos hasta el último de los vicarios de un pueblo, pero los costes corrían por cuenta del Gobierno de España. Venían a igualar su Concordato al Estatuto de Autonomía por el que se regiría la región, denominada Comunidad Autónoma de Castilla La Mancha. Es decir, un pacto Estado-Región en el que el poder político y administrativo lo detentaría la región y el pagano sería el Estado. 

Los ciudadanos de la región eran reticentes al rollo este de la Autonomía, se encontraban a gusto perteneciendo a un estado centralista y jacobino, en el que todo era de todos, incluidos los servicios básicos, como la educación, sanidad y seguridad compartidas, como hasta ahora, ello a pesar de ser espoleados por este clero integrista, devenido en autonomista; y unos politicastros, de la casa, ansiosos por obtener cotas de poder político en su propia región. Hay que esperar al año 1982, al triunfo absoluto de Felipe González y su nuevo PSOE, para que el Estado de las Autonomías comience su despegue y despliegue definitivos. 

La dicotomía autonomía-centralismo era el tema central de conversación en la “Zagala”, como en el resto de los bares y comedores, no digamos ya en los cenáculos políticos y medios de comunicación, hasta este momento totalmente despolitizados en Castilla La Mancha y en otras zonas de la denominada España profunda, cuyas gentes no habían percibido cambios en sus vidas, a pesar de la promulgación de la Magna Carta en 1978, eso que ya estaban de lleno en la década de los ‘80’, calificada como década prodigiosa; del golpe de Tejero (1981) no se dieron otras explicaciones que las que convenían, por que no se viera afectada la figura del monarca, que era un recién llegado (1975) al trono del Reino de España. Y la victoria de los socialistas, con 202 de los 350 diputados del Congreso de los Diputados, era inapelable, como los miles de castellano-manchegos afiliándose en masa al partido ganador, en plan adhesión inquebrantable; todos ello habían sido franquistas contumaces, la inmensa mayoría procedían de Falange Española de las JONS y eso se sabía en los pueblos de Castilla. 

En “Zagala” las preocupaciones eran otras; comenzaba el desdoblamiento de la carretera de Andalucía, la Nacional IV del plan REDIA, puesto en marcha durante el franquismo, como uno de los Planes de Desarrollo; el ‘Plan de Mejora de la Red Especial de Itinerarios Asfálticos’, que se llevó a cabo entre finales de la década de los ‘60’ y principios de los años ‘70’. Esas carreteras de doble sentido de marcha, que desde Madrid llegaban al País Vasco, Cataluña, Valencia, Andalucía, Extremadura y Galicia, iban a ser desdobladas, al no disponer el Gobierno de fondos suficientes para construir autopistas; que se dejaban en manos de la iniciativa privada y serían consideradas de peaje, como alguno de los puentes que cruzaban grandes ríos del país o atravesaban fronteras con España y Portugal. 

El nuevo presidente del Gobierno socialista Felipe González nos vendió su primer tocomocho con la construcción del ferrocarril AVE (Alta Velocidad Española) entre Madrid y Sevilla, ciudad natal del propio presidente; se trataba de una obra de ingeniería de gran magnitud, y no venía justificada salvo por intereses políticos, se trataba de un guiño del líder del PSOE a la España profunda, un regalo a Castilla La Mancha y Andalucía; que era el viaje a ninguna parte, una obras de relumbrón que adornaba lo que ya se anunciaba como el nuevo régimen, que, de hecho, lo fue y sigue siendo en ambas regiones, socialista, que llegó para quedarse, como el anterior. Extremadura y Castilla La Mancha (menos 4 años) han sido gobernadas por el PSOE.