domingo, 1 de julio de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (022)

Alhambra; de donde procede la 'desdichada'

En la primavera de 1952 Rita quedó embarazada y ello fue considerado buen augurio por toda la familia, que esperaba con impaciencia el estado de buena esperanza de Teofila; ambos hermanos eran conscientes de la necesidad imperiosa de mano de obra familiar, ello tenía su explicación, en un doble sentido; de un lado sus ancestros, judíos los más notables, y moriscos también, Quintanilla tuvo una judería muy importante, además de un pequeño asentamiento morisco durante varias décadas, esa impronta caracterizaba, valga la redundancia, a Demetrio y, por ende, a los suyos, aunque en el espíritu de su hermano Tomasillo se perfilaba más el castellano viejo que demostró ser a lo largo de su vida; volveremos a incidir en esta diferencia en el transcurso de la narración, ya que en estos primeros años se impondrá claramente la raíz judaica de Demetrio, profunda y arraigada en él cual sarmiento, que le obligaba a la creación y mantenimiento del clan familiar, al estilo de las dos culturas étnicas citadas. 

Por otro lado, la mano de obra familiar aparecía como garantía de unidad y defensa contra lo que viniera del exterior, el clan familiar resultaría autosuficiente y capaz en la medida en que dispusiera del número de miembros suficientes para hacerse cargo y responsabilidad sobre las inversiones o las empresas previstas por Demetrio, libre ya de ataduras y con su miedo, aún acervo, más debilitado en su interior. Desde el momento de su llegada todo son facilidades, a pesar del poco sentido de acogida de los vecinos de La Encomienda, encrucijada de caminos, lo que equivaldría a ciudad de frontera, lugares donde reina la desconfianza, al ser muy pocos los que tienen raíces y multitud los forasteros, gentes de paso, con lo que ello conlleva. Algo tuvo que ver la recomendación de don Anselmo, a través de próceres falangistas madrileños, a favor de sus bastardos. 

El estraperlo se marida a la perfección con el contrabando, al comienzo de los años ‘50’ este último adquiere preeminencia sobre aquél al no resultar de extrema necesidad productos como azúcar, harina o aceite, y sí las mercaderías estancadas, como tabaco y licores, incluso tejidos como seda, pieles y lanas finas, ello hacía que La Encomienda, cruce de caminos, resultara muy atractiva para la entrega, recepción o trueque de mercancías muy diversas y valoradas, las más de las veces aprovechando la trashumancia del ganado, al ser cañada real, y centro neurálgico de compra y venta de ganado lanar, mayormente, aunque también se realizaban operaciones con caballerías. 

Su cabaña no era muy numerosa en cantidad, pero sus quesos eran apreciados en la región y hasta la Encomienda se desplazaban compradores de Toledo y hasta de Guadalajara, eran ellos quienes abastecían los mercados de la capital de España obteniendo pingües beneficios, algo que Demetrio tuvo muy en cuenta desde el momento de su llegada. 

La represión franquista no se cebó especialmente con las gentes de La Encomienda; hubo represión, claro está, pero no fue comparable a la de los pueblos de la comarca, que pagaron cara su desafección al apostar por la República durante toda la contienda. Amen de que sus terratenientes se pusieron al frente de la sublevación sin fisura, finalizada la guerra, alguno de sus hijos fueron recompensados con cargos políticos en Madrid, se trataba de personas muy preparadas y bien relacionadas con la Iglesia local; detalle que tampoco pasó desapercibido a Demetrio, que desde su llegada ofrendó con generosidad a aquellos párrocos protofascistas, corresponsables de la ruina que vivía el pueblo llano, cuya única protección era la construcción de sus viviendas junto a la vía del ferrocarril, lejos del centro empedrado y viejo que abrazaba la Iglesia, convirtiendo la plaza mayor en una prolongación del altar y sillería del templo, donde las prédicas y monsergas de aquellos clérigos encontraban prolongación y fiel auditorio. 

Demetrio nunca perteneció a La Encomienda; al cabo de un año ya era propietario de un hotel situado en medio de la nada, del que se deshizo a los pocos meses, convencido de que había que estar a pie de carretera, en la misma carretera, vamos; en aquel tiempo no se hablaba de arcenes, y al apartarse del núcleo urbano, con sus cálculos bien hechos a futuro; empezó a construir su primer hostal, al tiempo que se hacía con grandes extensiones de tierra a precios realmente baratos, precisamente por su lejanía. Disponía de efectivo, lo cual abarataba la gran mayoría de aquellas operaciones de compra de terrenos, incluidas permutas que realizó en los tres primeros años desde su llegada.