domingo, 15 de julio de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (26)

Castillo de Belmonte (Cuenca)

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A principios de los ‘60’ estalla el boom turístico en España y toman forma real todos los sueños de Demetrio, al estar situado en el lugar de paso adecuado; hasta tal punto acertado que Rita lo achaca a la influencia del Cristo de la Vega toledano, su hostal está situado en una cruz, en la confluencia de los ejes norte-sur y oeste-este, miles de automóviles, la mayoría de ellos extranjeros, y cientos de autobuses nacionales, atraviesan España. El desarrollo excepcional del turismo entre 1959 y 1974, teniendo en cuenta el frenazo que supondría la primera crisis del petróleo del año 1973, supuso una clara mejora del nivel de vida de los españoles y de los transportes en general, a lo largo y ancho de la península Ibérica, pero de forma especial en los ejes del Sur y de Levante, es en ese cruce de caminos donde ya está instalado Demetrio y su hostal “Zagala”, primero de la cadena que constituiría en unos años el complejo hostelero del mismo nombre. 

A partir del Pacto de Madrid con los americanos comienza a llegar la ayuda de éstos a España, una especie de Mini Plan Marshall a escondidas, que, de la mano de la liberalización del campo; la industrialización, que no llegó a Castilla La Mancha; y el turismo, colaboró en el equilibrio de nuestra balanza de pagos. En este último, fuese nacional o extranjero, es donde Demetrio había puesto todas sus esperanzas, ya desde los fogones de su suegro en ‘Casa Antonia’, él odiaba el frío y las heladas, pero era sabedor de que los europeos también, y tarde o temprano serían seducidos por el sol de España, como así fue a lo largo de esos veinte años de desarrollo turístico, que constituyen la primera etapa de ‘Zagala’, la de mayor éxito. La autarquía impuesta por el franquismo forzó un aislamiento de España que retrasó veinte años, entre 1950 y 1970, la modernización del país; esas dos décadas supusieron el enriquecimiento de la familia de Demetrio Expósito hasta límites insospechados, que se alcanzaron a base de explotación laboral continuada, mínima calidad y descontrol absoluto de precios, siempre al alza y en función del tipo de cliente que recalara en sus establecimientos. 

En este crecimiento camina de la mano de sus hijos, que, a su manera y dependiendo de la edad, colaboran en el mantenimiento del flamante hostal de carretera que comienza a verse desbordado por la gran afluencia de clientes que será una constante durante los siguientes años. Demetrio se ve obligado a contratar personal y en un principio tira de familiares de la que va siendo su nueva familia: futuras nueras y yernos, la mayoría de ellos elegidos por él mismo. Su política familiar está planificada de antemano, para evitar sorpresas en forma de deserciones, que afectarían a las hijas en función de sus consortes. Es en esa planificación paternalista y caduca donde este gran emprendedor demostraría que no tenía capacidad de empresario; podríamos definirlo como hombre de negocios o comerciante sin escrúpulos, persona de fiar, un hombre leal, pero sin empatía fuera de su entorno estrictamente familiar. 

Era conocedor de lo que se cocía en los mentideros políticos madrileños; una parte del sistema se mostraba reticente a la apertura de nuestro país al turismo, en tanto en cuanto éste podía ser un caballo de Troya en cuyo interior portara valores no reconocibles por el régimen ni por la Iglesia que lo sustentaba. La enorme cantidad de divisas, de las que tan necesitada estaba España, inclinó la balanza a favor del turismo. El contacto entre aquellos turistas y residentes hizo que los españoles, efectivamente, comenzaran a plantearse nuevos enfoques de vida, más parecidos a la de nuestros vecinos europeos que a los de los países al sur de Gibraltar, que seguían impregnando nuestras costumbres. 

Demetrio volvía de sus viajes a Madrid renovado, cargado de ilusión y con más proyectos de futuro, si ello era posible; al mismo tiempo que mantenía las relaciones políticas heredadas de don Anselmo, a quien nunca consideró como un padre, aunque sí como su gran valedor, esas relaciones le resultarían de suma utilidad a lo largo de su azarosa vida. La decisión que a él más le afectaba estaba tomada; el franquismo promocionaría el turismo y sus delegados en los púlpitos de cada una de las iglesias se ocuparían de sembrar el temor y la desconfianza hacia los nuevos vecinos de temporada.