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En los años ‘40’ el hambre se cebó en una población dedicada a la agricultura y a la ganadería, también lo hicieron las enfermedades; el nuevo Gobierno de los vencedores de la contienda civil no desarrolló industria de ninguna clase en Castilla La Mancha, ni tan siquiera industria menor o manufacturera, lo que obligó a emigrar a muchos castellano-manchegos a partir de los años ‘50’, principalmente a Madrid y Barcelona. Atrás dejaban treinta mil represaliados, presos o trabajadores esclavizados en los campos de trabajo, y casi diez mil ejecutados sin juicio o diligencias judiciales previas. El hecho de haber permanecido en zona republicana durante los tres años que duró el conflicto bélico agravó en gran medida la represión franquista en esta región, que tuvo su comienzo en 1939 en toda España. El panorama de Castilla La Mancha era desolador, negro como su propio mercado, el mercado negro con el que se enriquecieron unas pocas familias, aunque resultó, al mismo tiempo, el único camino para la supervivencia de muchos castellano-manchegos.
Demetrio Expósito no optó por la emigración y su decisión fue acertada para sus intereses y los de su propia familia, que ha permanecido en condiciones económicas envidiables durante tres generaciones a base de explotar laboralmente a sus nuevos paisanos de La Encomienda, así como de incumplir las leyes socio laborales de que se iban dotando, con lentitud exasperante, los españoles y que parecían no tener cabida en esta región dejada de la mano de Dios y del General Franco, a pesar de sus frecuentes visitas a la misma por razón de su gran afición a la caza. El Generalísimo de los Ejércitos, cazador en Castilla y pescador en Galicia, nunca fue consciente de la penuria económica y social por las que atravesaban ambas regiones, que para él no eran sino simples cotos de caza y pesca, y a su alrededor plácemes de unas autoridades que escondían las verdaderas necesidades de sus paisanos.
Demetrio tuvo claro, desde el primer momento, que debía beneficiarse de la condición de tierra de paso de la gran planicie manchega, la demostración más palpable fue que sus primeros pasos en La Encomienda ya iban encaminados a invertir a pie de carretera aunque los trabajos intramuros eran necesarios para elegir detenidamente sus enclaves hosteleros, en función de varios factores, entre los cuales destacaba el propio desarrollo urbanístico de La Encomienda, por entonces un secarral en condiciones lamentables, a pesar de que a pocos metros a través de su subsuelo discurría un océano de agua limpia y deseada.
Instalado en un pequeño local con toda su familia, siempre apoyado por su esposa Rita, que sentía veneración por su esposo; los niños Diego, el varón, y la mayor Isidra, creciendo de forma saludable, y su hermano Tomasillo y la flamante esposa Teófila, también colaboradores sin límite alguno; Demetrio fue el precursor de lo que hoy en día conocemos como catering, a diferencia del actual, que dispone de instalaciones propias, Demetrio era su propio catering, ya que se desplazaba a cualquier lugar donde se celebrara un evento público o privado, bien arropado por Tomasillo y Teófila, incluso a casas particulares y fincas campestres, también a las ferias, de la Encomienda y de pueblos de alrededor; allí, en definitiva, donde, además de su pitanza de calidad reconocida, se ocuparía hasta del último detalle que resultara de utilidad, dejando, en hora de su partida, todo ordenado y limpio en mejora clara de lo que a su llegada habíase encontrado. Pronto empezó a necesitar personal de apoyo, eran hombres y mujeres de otros pueblos a los que explotaba con mayor facilidad y cuyas críticas eran inexistentes a los oídos de los vecinos de La Encomienda y acalladas en los pueblos de origen, debido a la extrema necesidad existente en las aldeas circundantes.
Era el mismo Demetrio quien se ocupaba siempre de recoger aquellas personas y devolverlas a sus lugares de origen bien alimentadas, pero con la mínima soldada; sistema que perdura en nuestros días, en la tercera generación, seis décadas después.
En la primavera de 1952 Rita quedó embarazada y ello fue considerado buen augurio por toda la familia, que esperaba con impaciencia el estado de buena esperanza de Teófila; ambos hermanos eran conscientes de la necesidad imperiosa de mano de obra familiar, ello tenía su explicación, en un doble sentido; de un lado sus ancestros, judíos los más notables, y moriscos también, Quintanilla tuvo una judería muy importante, además de un pequeño asentamiento morisco durante varias décadas, esa impronta caracterizaba, valga la redundancia, a Demetrio y, por ende, a los suyos, aunque en el espíritu de su hermano Tomasillo se perfilaba más el castellano viejo que demostró ser a lo largo de su vida; volveremos a incidir en esta diferencia en el transcurso de la narración, ya que en estos primeros años se impondrá claramente la raíz judaica de Demetrio, profunda y arraigada en él cual sarmiento, que le obligaba a la creación y mantenimiento del clan familiar, al estilo de las dos culturas étnicas citadas.
Por otro lado, la mano de obra familiar aparecía como garantía de unidad y defensa contra lo que viniera del exterior, el clan familiar resultaría autosuficiente y capaz en la medida en que dispusiera del número de miembros suficientes para hacerse cargo y responsabilidad sobre las inversiones o las empresas previstas por Demetrio, libre ya de ataduras y con su miedo, aún acervo, más debilitado en su interior. Desde el momento de su llegada todo son facilidades, a pesar del poco sentido de acogida de los vecinos de La Encomienda, encrucijada de caminos, lo que equivaldría a ciudad de frontera, lugares donde reina la desconfianza, al ser muy pocos los que tienen raíces y multitud los forasteros, gentes de paso, con lo que ello conlleva. Algo tuvo que ver la recomendación de don Anselmo, a través de próceres falangistas madrileños, a favor de sus bastardos.
El estraperlo se marida a la perfección con el contrabando, al comienzo de los años ‘50’ este último adquiere preeminencia sobre aquél al no resultar de extrema necesidad productos como azúcar, harina o aceite, y sí las mercaderías estancadas, como tabaco y licores, incluso tejidos como seda, pieles y lanas finas, ello hacía que La Encomienda, cruce de caminos, resultara muy atractiva para la entrega, recepción o trueque de mercancías muy diversas y valoradas, las más de las veces aprovechando la trashumancia del ganado, al ser cañada real, y centro neurálgico de compra y venta de ganado lanar, mayormente, aunque también se realizaban operaciones con caballerías.
Su cabaña no era muy numerosa en cantidad, pero sus quesos eran apreciados en la región y hasta la Encomienda se desplazaban compradores de Toledo y hasta de Guadalajara, eran ellos quienes abastecían los mercados de la capital de España obteniendo pingües beneficios, algo que Demetrio tuvo muy en cuenta desde el momento de su llegada.
La represión franquista no se cebó especialmente con las gentes de La Encomienda; hubo represión, claro está, pero no fue comparable a la de los pueblos de la comarca, que pagaron cara su desafección al apostar por la República durante toda la contienda. Amen de que sus terratenientes se pusieron al frente de la sublevación sin fisura, finalizada la guerra, alguno de sus hijos fueron recompensados con cargos políticos en Madrid, se trataba de personas muy preparadas y bien relacionadas con la Iglesia local; detalle que tampoco pasó desapercibido a Demetrio, que desde su llegada ofrendó con generosidad a aquellos párrocos protofascistas, corresponsables de la ruina que vivía el pueblo llano, cuya única protección era la construcción de sus viviendas junto a la vía del ferrocarril, lejos del centro empedrado y viejo que abrazaba la Iglesia, convirtiendo la plaza mayor en una prolongación del altar y sillería del templo, donde las prédicas y monsergas de aquellos clérigos encontraban prolongación y fiel auditorio.
Demetrio nunca perteneció a La Encomienda; al cabo de un año ya era propietario de un hotel situado en medio de la nada, del que se deshizo a los pocos meses, convencido de que había que estar a pie de carretera, en la misma carretera, vamos; en aquel tiempo no se hablaba de arcenes, y al apartarse del núcleo urbano, con sus cálculos bien hechos a futuro; empezó a construir su primer hostal, al tiempo que se hacía con grandes extensiones de tierra a precios realmente baratos, precisamente por su lejanía. Disponía de efectivo, lo cual abarataba la gran mayoría de aquellas operaciones de compra de terrenos, incluidas permutas que realizó en los tres primeros años desde su llegada.
Demetrio y Rita eran gozosos padres de tres hijos, la recién llegada se llamaba Mercedes y a su bautizo, celebrado en la más absoluta intimidad, acudieron Antonio y Angelita, que eran incapaces de ocultar su admiración ante las obras de construcción de aquel hostal pegado a la carretera y las tierras que se ofrecían a su vista, a ambos lados de la carretera de Andalucía, al tiempo que mostraban alegría infinita por la felicidad que irradiaba su amada hija Rita. Todos convinieron en aumentar la frecuencia de estas visitas con estancias más largas, sobre todo por los nietos, que se desenvolvían con gran desparpajo y valentía; bien es cierto que el patriarca Demetrio no volvió a pisar Quintanilla, viéndose con su madre en Villanueva, con motivo de las visitas que hacían al convento donde permanecía Edelmira, que había cumplido catorce años entre aquellos muros, rodeada de tristeza compartida y bajo el manto protector de aquellas monjas que, aún picajosas y meticonas, educaban a las muchachas con buen trato y cierto cariño, no exento de rigor; a diferencia de los orfelinatos convencionales repartidos por toda la región, donde la disciplina se impartía con violencia a veces y malos modos siempre. Conviene recordar que la mayoría de huérfanos lo eran de aquellas familias republicanas desaparecidas, que era el eufemismo utilizado por los falangistas para referirse a los rojos asesinados, durante la contienda, pero sobre todo, al finalizar la misma.
Don Anselmo, entrado en años, tomaba distancia con sus hijos emigrados, la edad le obligaba a depender, cada día más, de su familia legítima, y el porvenir de Quiteria devenía incierto en aquella situación, disponía del apoyo de su hermana Rosario, y a menudo quedaba a dormir en su casa, haciéndose un hueco acogedor, adonde trasladaba pertenencias de valor, cuya venta proporcionaba unos buenos caudales a las dos hermanas, objetos de valor de su propiedad, regalos de aquél hombre bueno, si relativizamos el término, ya que sus actos o instrucciones dadas a otros para la represión y el exterminio de sus paisanos desafectos le situaban fuera de la moral, a pesar de ser, como todos aquellos camaradas fascistones, un hombre de Iglesia. Quiteria, su amada manceba, era consciente de que los muertos, decomisos y apropiaciones, el dolor que había causado a sabiendas, todo ello comenzaba a perturbar su mente o cuando menos a provocar sensaciones de vacío y despiste que contribuían, a modo de autodefensa, a alejar de su corazón el atisbo de dolor que ya tenía visos de permanencia y tales desvaríos o ausencias eran anuncio de la demencia senil que sobrevendría en pocos años y obligaría a su internamiento en un geriátrico madrileño, que, en la realidad, era un sanatorio para enfermos mentales adinerados.
España cambiaba a ojos vista, don Anselmo y sus conmilitones eran muy conscientes de ello, nuestro país se disponía a realizar algunos cambios, ciertamente estéticos, bien que el régimen lo hacía forzado por circunstancias internacionales, entre ellas, y no era una cuestión menor, la colaboración interesada de los EEUU y la actitud decidida emprendida por el propio presidente Eisenhower. Renació el optimismo entre las fuerzas enfrentadas al régimen franquista, muchas de ellas en el exilio europeo y también en México. Franco se encargó de apagar ese brote de esperanza en décadas posteriores; la teoría de Lampedusa de que ‘todo cambie para que nada cambie’ se puso de manifiesto en España con todo su realismo y crudeza. Aquél hombre pequeño y acomplejado, a quien se había negado el acceso en la Armada por sus orígenes plebeyos, Francisco Franco Bahamonde, el general más joven del Ejército, por méritos en el campo de batalla marroquí, siguió dirigiendo España con mano dura y negando libertades a los ciudadanos; lo cual no impidió que, en determinados círculos intelectuales y monárquicos, se sembrara la semilla de la contestación tímida, bien es cierto, al régimen imperante.
Corría el año 1954 cuando llegó la noticia tanto tiempo esperada, Edelmira, la hermana querida al tiempo que desconocida, disponía de licencia eclesiástica y civil para ser entregada a custodia de los hermanos, ambos casados por la Iglesia y con sendos informes sobresalientes signados por el párroco y el vicario de La Encomienda. La muchacha, de gesto noble y decidido, tenía cierto parecido con Tomasillo, acababa de cumplir dieciséis años, y se adaptó con rapidez a su nueva familia, que era la legítima.