Ayuntamiento de Añover de Tajo |
La historia les daría la razón; ellos seguían empeñados erre que erre, y utilizaron a sus propios políticos para que se entregara Castilla La Mancha en manos del socialismo, que eran los verdaderos especialistas en el reparto de la miseria. Una incipiente conurbación para Madrid, beneficiosa claramente para ambas comunidades, fue rechazada de plano abrazando la tesis del gran capital, aceptada por aquellos políticos advenedizos y de cortas miras, no dejaremos en el tintero la gran oportunidad que se despreció de un plumazo; claro que hablaremos de la conurbación que no fue y debería haber sido. Es obvio que aquellos políticos listillos dejaron abierta la opción de que Navarra pudiera integrarse en Euskadi; pero impidieron que parecida integración se llevara a cabo entre las restantes comunidades autónomas, otro magno error.
Ajenos al pisto manchego que suponía la redacción de una nueva Carta Magna que satisficiera a todos, la anterior era del año 1931; lo que obligaba a consensuar un texto sujeto a múltiples interpretaciones, al haberse optado por un proceso de reforma política, que no de ruptura, los políticos socialistas, sabedores de que el viento soplaba a su favor, se desentendieron en gran medida y andaban ocupados en la confección de listas, largas listas de diputados, senadores, diputados autonómicos, alcaldes y concejales; y los propios interesados, directos o futuribles con posibilidades, estaban en lo del new look, que incluía decidir si el verde conjuntaba con el azul, o la disyuntiva entre corbatas de tonos pastel o de coloridos decididos y brillantes, algo que tenía a muchos vecinos y amigos estupefactos, al no comprender tanto cambio de pelleja en sus conocidos de toda la vida.
En La Encomienda el regidor se paseaba a bordo de un cochazo, con chófer particular, igual que hacía Demetrio; aquél había pasado de ser un don nadie, como el amigo Demetrio, a gran potentado; la diferencia era que el patriarca de los “Zagala” se ganaba la vida estrujando a los miles de viajeros, y el regidor haciendo lo propio a sus vecinos, que permanecieron impasible el ademán durante treinta años y cinco automóviles de gama alta, el chófer completaba su salario haciendo de guardaespaldas del primer edil. Otra diferencia estribaba en que Demetrio sería un potentado en La Encomienda durante 39 años (1950-1989) como su admirado Caudillo de las Españas y el regidor rojo, y antes camisa azul, solamente permanecería en el cargo 30 años, y como diría el recordado Gardel: “Sentir que es un soplo la vida, que treinta años no es nada, que febril la mirada errante, ya en la sombras, ni te busca ni te nombra”. En La Encomienda moraban 17.000 vecinos, con el transcurso de los años, lo de este regidor llegaría a ser de ‘Guiness’ de la corrupción; como la práctica totalidad de la política socialista en Castilla la baja.
En “Zagala” evitaban las denuncias por fraude laboral continuado recuperando cuando terciaba la ocasión a empleados que habían sido despedidos por hurto, abuso de bebidas alcohólicas o, simplemente por vagos; entraban y salían de aquellos dos hostales como si nada, ello hacía que tales desaprensivos aceptaran cualquier tipo de condición laboral y estipendios de miseria; claro que ello suponía un trato al cliente más que deplorable, algo que no preocupaba a los propietarios, al considerar éstos que la carretera era, como solían repetir a menudo, un filón inagotable de clientes, en su caso en la doble dirección de la nueva autovía, hacia el norte y el sur. En esa recuperación del personal desechado se incluía a Alicia, la esposa del Nicolás, al tiempo que amante de Nemesio, que era llamada a filas cuando se atendía a eventos del tipo de bodas o comuniones, que solían reunir a cientos de invitados.
Ocurrió con motivo de una boda múltiple celebrada en “Zagala”, se casaban dos hermanas de un pueblo cercano y habían contratado autobuses para la ocasión. La pareja aprovechó aquel enorme revuelo para introducirse subrepticiamente en una de las habitaciones; fue durante la preparación del velador, se trataba de una magnífica explanada con capacidad para quinientas personas, quizás más. La relación entre estos dos se mantenía, bien en el nuevo automóvil de ‘Neme’, o a veces en el piso de la pareja, ante la mirada indiferente de vecinos extraños, casi todos ellos procedentes de otros pueblos agrícolas que vivían en régimen de alquiler, siendo algunos de ellos prófugos de la Justicia por impago de deudas en sus lugares de origen. En La Encomienda no solo se afincaban gitanos, también lo hacían payos, como ya hemos dicho, se trataba de desecho de tienta, que, a la larga, emigrarían hacia otros lares, ante la imposibilidad de encontrar trabajo estable en La Encomienda.
Resultaba ser una de las trágicas consecuencias del reparto de la miseria llevado a cabo por el nuevo régimen político imperante en Castilla La Mancha; aquellos que no se veían capaces de emigrar a Cataluña o al cercano Madrid, bien por falta de voluntad o por carencia de capacidad para dar el gran paso adelante que la ocasión y la necesidad requerían, optaban por recorrer diferentes pueblos de la región a la búsqueda del sustento necesario para mantener a sus familias; gentes ya en el desespero, a las que no se les hurtaba que en aquella vivienda entraban dos hombres, uno lo hacía de día y otro por la noche, ellos lo aceptaban con absoluta indiferencia, comprobando de paso que el hombre de día era más señoritingo que aquel que llegaba siempre ya entrada la noche, bien deslomado y desastrado en el vestir, que se limitaba a dar las buenas noches a algún vecino rezagado.
Nemesio estaba más que dispuesto a correr todo tipo de riesgos por aquella hembra de la que se había enamorado perdidamente, cada vez que la tenía a la vista en su desnudez era como si sucediera por primera vez; su erección, con carácter de inmediatez, semejaba en dureza que le hacía sentir un suave dolor por el interior del miembro, al cerrojo de un penal de los de antes, y había comenzado a experimentar nuevos goces que aplacaran aquel a modo de ariete, que a ella satisfaría siempre, pensaba él en su desbocada imaginación, el dolor en el miembro viril era real, y la vista de aquellos rincones entre picos de nalgas sobresalientes y muslos tersos, así como la abundante cabellera que se desplegaba entre ellos, excitaba al hombre de forma que no se venía en explicar bien, si se daba el caso le dirigía algún que otro piropo comedido, aunque ante él solo había gran exuberancia y exaltación del sexo. La vulva, oculta en aquella fronda, aparecía en todo su esplendor al momento de producirse la inflamación de la misma, regada por los capilares que venían ya cargados de sangre roja, como el carmín con el que se adornaba Alicia los labios bien dibujados en su rostro; regalo que le hacía este hombre, entre otros muchos detalles para con ella y que le conducirían, a buen seguro, al inminente desastre matrimonial. Él friccionaba los dedos en aquella humedad que brotaba y hacía brillar el sexo.
Entre aquellas montañas de placer que acrecentaban su hombría, el gallardo y atrevido mozo, se había decidido por introducir esos húmedos dedos en aquel rosado ano de su pareja, no encontrando oposición de parte de ella, y cavilaba, en su portentosa imaginería sexual, acerca de la penetración anal, que tan misteriosa resultaba a caballero de tan pocas luces de intelecto, no se atrevía por el momento, aunque el dedo palpaba anillos desconocidos y bien prietos, que invitaban a la penetración. Alicia esperaba impaciente que ‘Neme’ la penetrara, experimentaba mayor sensación de miedo a ser descubiertos que en su propia casa, ya que su marido no disponía de vehículo que le acercara a la vivienda antes de la hora de finalización de su larga jornada en el hostal; no iba descaminada, ya que fue producirse la tan esperada penetración y un roce de llaves les condujo al espanto.
María, en su afán por el orden, éste llevado al máximo, se encontraba dando un último repaso visual a aquellas habitaciones que iban a destinarse a algunos de los asistentes a la boda; como quiera que escuchara ruidos en la habitación que ocupaba la pareja, desocupada según la lista que llevaba en mano, entró en la misma al tiempo que daba unos golpes en la puerta con los nudillos de su mano, con firmeza no exenta de cierta inquietud. La escena resultaba de gran bochorno y sintió vergüenza ajena, lo que hizo que apartara la vista fijándola en un punto indefinido, sólo acertó a pedirles que se vistieran y abandonó aquel tálamo secuestrado por aquellos dos faltos de decencia y hasta de dignidad; rebosaban desnudez y desvergüenza, se dirigió a la puerta, no sin tropezar con un brazado de ropa que supuso eran los pantalones de aquel mentecato, que, para colmo, era familiar de su cuñada Isabel, la mujer de Diego; a pesar del poco tiempo que permaneció en aquella habitación, una tenue capa de viscosidad olorosa parecía arracimarse en su membrana nasal, bien podía ser una simple impresión olfativa ante aquellos cuerpos desnudos y bien acoplados el uno al otro. Algo iba mal en aquella casona, así lo intuía María ya desde hacía bastante tiempo.
Decidida a hablar con el necio de su marido, que no le prestaría atención, a buen seguro, pidió a su cuñada que convocara a los matrimonios sin incluir a los padres y menos aún a Mercedes y Eulogio; la reunión se llevaría a cabo en “Zagala II”, adonde había que desplazarse en coche, toda vez que la autovía hacía de muralla infranqueable, eso sin contar la distancia entre ambos hostales, uno de los cuales, el viejo, en dirección a Madrid y el nuevo, en la vía de Andalucía.