martes, 16 de julio de 2019

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández Armesto 77/78

Ayuntamiento de Alameda de la Sagra


En 1987 los socialistas repitieron mayoría absoluta en la región, también en La Encomienda se superó la mayoría de concejales con holgura; esta vez las listas del PSOE no habían incluido a los republicanos de raza, los habían apeado, así de simple, los rojos ya no estaban de moda y desde la cúpula del partido se había decidido mantenerse en el sudoeste español a cualquier precio, incluido el de pasar por el tamiz las esencias republicanas hasta convertirlas en polvo. 

Andalucía respondía al requiebro socialista con entusiasmo, aún a pesar de la presencia, muy incómoda, del ‘Partido Andalucista’, un engendro nacionalista fundado por un tal Blas Infante, a finales del siglo XIX, y que era más propio de iluminados, intelectuales eso sí, respetables, también, a cuyo frente se posicionó Alejandro Rojas Marcos, figura nada desdeñable, que llegó a ser alcalde de Sevilla. Con el tiempo se diluyó el PA, aunque se han venido ocupando de la promoción de la cultura andaluza, y sus cuadros se acoplaron debidamente en el PSOE, o bien abandonaron la política. 

Manolo Chaves, ‘caballa’, (nacido en Ceuta), comprendió que sus sueños se habían cumplido cuando fue llamado por Felipe González para ocupar la cartera de Trabajo; craso error ya que al poco tiempo Felipe lo envió de vuelta a su tierra. Sindicalista de UGT, formaba parte del Clan de la Tortilla, compuesto por González, Guerra y otros jóvenes cachorros dispuestos a matar al padre en Suresnes (Francia). Refundaron el partido socialista, aunque sería más exacto decir que inventaron un socialismo nuevo, que, en realidad, no era socialismo y de hecho Mitterrand les despreciaba; hicieron mejores migas con los socialistas alemanes de Willy Brandt, quienes tampoco eran socialistas, sino socialdemócratas, que no es lo mismo. 

A Chaves se le llegó a considerar el más lerdo de aquel clan de la tortilla, no parece muy justo el calificativo, ya que era la dislexia la que ocasionaba su dificultad para el adecuado orden y ritmo en la estructuración de frases o grupos de palabras. Hubo un tiempo en que su apodo era ‘netol’ por su parecido al del famoso muñeco del anuncio; en cualquier caso, no se puede asegurar que careciera de inteligencia; otra cosa era su fisonomía, más propia de un portero de discoteca, de hecho Manolo resultaba intimidatorio, e impertinente, bastante borde, que dirían en su tierra. 

Se enfadó mucho con Felipe, a quien apreciaba de verdad, no como otros de aquella cuadrilla que saltó a la política con gran éxito debido a que Santiago Carrillo vendía un producto rancio que muy pocos compraron. O sea, pensaba Manolo, te traen a Madrid, demuestras que vales más de lo que ellos se creían, y te devuelven a provincias, andaluzas para más joder. Con el tiempo se le pasaría el enfado y llegaría a ser el Virrey de Andalucía. Comprendió, a toro pasado, claro, que el cortijo andaluz era para ellos y el mayoral tendría que ser un figura, como él mismo, concluyó, aficionado como era a los silogismos. Felipe se había limitado a sugerirlo, de hecho, no sería hasta 1989 cuando se produciría el desembarco en su tierra, para ganar por goleada las elecciones autonómicas de 1990. Él, que había sido profesor en Bilbao, aunque decía Birbao; y no se prodigó mucho, ni poco, con sus paisanos afincados en esa ciudad, que eran llamados maquetos (años después maketos), iba de vuelta para Andalucía; es que no paraba de darle vueltas al asunto, que no era otro que su carrera política frustrada a la primera de cambio, claro que le había tocado y dejado tocado la gran huelga que le montaron sus ex de la UGT, algo que nunca comprendieron, mucho menos aceptaron, Felipe y el mismo Chaves, ministro del ramo. 

En La Encomienda se había instalado un populismo paternalista, lejos de reivindicar industrias, diseñaron un plan de equipamientos lúdico, deportivos y culturales que dejarían con los ojos en blanco a los vecinos; era un plan a diez años vista, convencidos como estaban, de que detrás de una mayoría vendría otra, como así fue hasta el año 2011, que se dice fácil. Falangistas de toda la vida accedieron a Tenencias de Alcaldía, y lo hicieron sin rubor, convencidos de que el pueblo les respaldaría; tenían razón. Sobre la industrialización, nada de nada, convencidos de que las empresas las carga el diablo; precisan de técnicos, mano de obra cualificada, gentes que harían vida social y también crítica social y política, bien en los centros de trabajo, o en los bares y lugares de ocio, profesionales que exigirían cultura y, por supuesto, libertad de prensa. 

Piscinas olímpicas enmarcadas dentro de un macro complejo deportivo que ocupaba varias hectáreas; dotado de velódromo, campos de fútbol y de baloncesto, rodeados por grandes torres de iluminación, que permitían su uso de día y de noche. Frontón vasco de considerables dimensiones, amen de pistas de tenis, que, posteriormente, se complementarían con nuevas pistas, éstas de pádel, tan de moda al inicio de siglo. Todo ello ad maiorem gloriam de este nacionalsocialismo de corte populista; fue llevado a cabo punto por punto, reservando para una segunda fase otros equipamientos, tales como nuevos polideportivos y piscinas climatizadas. La Encomienda, junto con otros pueblos de la provincia, de entre 20.000 y 40.000 habitantes, disponía del mismo equipamiento que ciudades españolas de 250.000 habitantes, algo que no se podía sostener por cuenta de los ayuntamientos ni por medio de precios públicos abonados por los propios vecinos. 

En el área cultural; se tiraban antiguos teatros y cines y se construían nuevos, espectaculares, los primeros se utilizaban media docena de veces al año, bien por la banda de música o por compañías de teatro dedicadas al género de comedias; por entonces, no existía nada parecido en Euskadi, Navarra, Catalunya o el Reino de Valencia, no digamos en Galicia y en Asturias; y exceptuamos Cantabria por beneficiarse del mecenazgo del Marqués de Comillas y de la familia Botín, que repartía parte del mismo, en obras de acción social y equipamientos deportivos con verdadero altruismo. 

Si retrocedemos en el tiempo y volvemos a 1981, fecha del macabro crimen de Almería, cuya secuencia de inicio procede de La Encomienda, más concretamente de aquél cliente que les confundió con etarras enviando a los tres pobres muchachos santanderinos a una muerte cruel en tierras del sur de España, recordaremos que fue, gracias a la familia Botín, propietarios del Banco de Santander, que se interesaron por el esclarecimiento de aquellos crímenes, como las tres familias consiguieron satisfacción judicial y dignidad, bien que post mortem para sus pobres hijos. Don Emilio Botín llegó hasta las más altas magistraturas del Estado en demanda de aclaración de los trágicos hechos y petición de justicia correspondiente. 

En la denominada, por décadas, zona roja, que comprendía Castilla La Mancha, Extremadura y el interior de Andalucía, había dado comienzo la política de subvenciones que les mantendría en el poder sine die, dinero público y empleo a cambio de votos, que posteriormente, en varios pueblos del entorno de “Zagala”, tuvieron el añadido inicuo de empleo por sexo, con el visto bueno, por omisión de acciones, de la derecha agazapada en derredor de la iglesia, multitud de ermitas, cofradías penitenciales y medios de comunicación ceñidos al área cerrado de aquella beatería que, casi a finales de la década de los ‘80’, la de la movida de Tierno Galván, seguían a machamartillo las consignas que llegaban de Ciudad Real, donde radicaba la representación oficial de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava y otras, que seguían imponiendo mucho respeto por la brillantez de sus uniformes clérigo-militares, la figura del monje-guerrero; todas estas instituciones resultaban del agrado y complacencia de los socialistas, amen de destino de pingües subvenciones, dinero que salía directamente del bolsillo de los ciudadanos. 

Aquella política de pegarse al terreno, preconizada por Felipe González y sus consejeros áulicos en 1982, comenzaba a dar sus frutos, hasta el punto de que conspicuos relatores empedrados en revistas y boletines religiosos, todos ellos miembros del conservadurismo enraizado en los pueblos castellano-manchegos, procuraban sacar las castañas del fuego a los nuevos próceres socialistas si les veían en dificultades, de forma que la pinza socialismo y parroquia resultó ser muy eficaz, al arrinconar y mantener en el ostracismo más absoluto a los liberales y a gentes de la progresía real, incluida la propia burguesía autóctona. 

En La Encomienda la convivencia social vino en resentirse a partir de graves enfrentamientos entre vecinos de la localidad y foráneos de etnia gitana, que habían acudido al pueblo al llamado de congéneres que se habían percatado de que eran bienvenidos de parte del nuevo poder municipal, al constituirse en cohorte del propio gobierno municipal, en tanto en cuanto mantenían a la población miedosa, enmudecida y sigilosa, y en estado de inseguridad constante.