Ayuntamiento de Alcaudete de la Jara |
Se acudió al manido bombero-pirómano, de forma que quien provocó los desórdenes de convivencia, al acoger en la localidad a individuos expulsados de otros pueblos por la comisión de crímenes y por graves alteraciones de la convivencia; que aquí vinieron a acampar más de dos décadas, era el mismo que les hostigaba a ojos de los vecinos en tiempo de campaña electoral; de sobras sabían aquellos elementos antisociales que dicho hostigamiento era puro teatro, y se verían recompensados con la concesión de pisos y todo tipo de ayudas, lo que no era óbice para que siguieran traficando con estupefacientes, al ser ellos sus propios clientes.
Al tiempo que se les utilizaba como factor de inseguridad ciudadana se puso en marcha una operación de exterminio de jóvenes conflictivos, particularmente de etnia gitana que, en poco tiempo, y gracias al ‘caballo’ (heroína), contraían graves enfermedades de las que no conseguían salir airosos, ya que, en su inmensa mayoría, eran portadores del virus del SIDA, que anulaba sus defensas inmunológicas. El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirido se transmitía a velocidad de vértigo a través de las jeringuillas que utilizaban en sus picos y que compartían con desgraciados como ellos. Un sector de la sociedad castellano-manchega se limitaba a mirar para otro lado y la heroína se encargaba del resto; ya que donde no llegaba la Justicia, por razón de lógicas atenuantes hacia sus conductas delictivas, les alcanzaba la droga en forma de sobredosis; a fin de cuentas se trataba de droga para marginados y excluidos sociales, como se encargaron de demostrar estadísticas realizadas años después en la región; el caballo, y no precisamente el del señorito, campaba a sus anchas en el paraíso socialista del sur y oeste de nuestro país.
Los respetables patriarcas de la etnia gitana se veían incapaces de controlar a sus jóvenes, y experimentaban grande sufrimiento por ello; eran muy conscientes de que su raza, lo mejor de ella, sus hijos, había caído en una trampa mortal, nunca mejor empleada la expresión.
Habríamos de esperar al despegue de la cocaína, muy bienvenida entre las clases medias y altas de la sociedad, para que los poderes públicos, a nivel nacional, tomaran cartas en el asunto y comenzaran a legislar sobre prevención, casas de acogimiento, e incluso ayudas a drogodependientes, instando a las Comunidades Autónomas y a los Ayuntamientos a que (también) adoptaran medidas profilácticas; de acogimiento; y así mismo de control sobre la seguridad de los vecinos; eran años de gran alarma social y la mayoría de delitos violentos eran a menudo protagonizados por jóvenes enganchados a la droga dura, ya que la blanda, como el costo (hachís) y la maría (marihuana) no recibían reproche social, o éste era mínimo. Eran tiempos de mudanza y gran desconcierto, se temía la llegada de la frustración y ésta no se haría esperar.
Idéntica operación de exterminio utilizando la droga se intentó en el País Vasco, se trataba de neutralizar a una parte de la juventud vasca muy politizada; tuvo que ser la banda terrorista ETA, (que tiene todo nuestro desprecio), quien se ocupara del trabajo sucio ejecutando a narcotraficantes; mientras que determinadas fuerzas policiales pagaban con caballo a jóvenes vascos a cambio de cualquier información referida a los miembros de la organización terrorista, sus cómplices y hasta familiares. La droga había pasado a ser moneda de cambio en regiones empobrecidas como Castilla La Mancha, o conflictivas como el País Vasco.
En esta región, más concretamente en la comarca existente en el mismo cruce de caminos entre Portugal y Levante español y el Norte y Sur de España, el tráfico de drogas, que analizaremos más adelante en profundidad, estaba en manos de individuos de etnia gitana, que campaban a sus anchas, no podemos asegurar que por sus fueros, ya que esta gente no tiene ni respeta los fueros; ocurre que a finales de los años ‘80’ determinados municipios aceptan la presencia de delincuentes de esa etnia, incluidos homicidas convictos y confesos, que venían rebotados de ciudades importantes, como Tomelloso y Argamasilla de Alba. Este control del tráfico de droga, por parte de gitanos, se mantuvo hasta el año 2000, siempre en referencia a La Encomienda, ya que el eje de tráfico de estupefacientes Madrid-Jaén perduró en sus manos una década más, hasta 2010, como iremos viendo en los próximos años.
A fin de aliviar tensiones entre los lectores de nuestra saga: les anticipamos que la creación de un cuerpo especial operativo de la Guardia Civil, muy prestigioso en Ciudad Real, conocido coloquialmente como ‘lobos’; y el hecho de que algunos propietarios de bares de carretera, gasolineras y clubes de alterne se dotaran de armas de fuego, acerca de lo cual informaron a las bandas de la A4 a través de intermediarios, fueron parte de la solución. Los viajeros por carretera, en nuestra comarca, eran blanco por entonces de bandas de pakistaníes camuflados como policías, que causaban terror entre marroquíes y franceses, situación que se ocultaba a los medios de comunicación.
A “Zagala” llegaban viajeros de estas dos nacionalidades con el terror marcado en el rostro, con criaturas llorosas y mujeres jóvenes muy asustadas que no acertaban a articular palabra, ya que se habían temido lo peor; en ambos hostales actuaban de igual forma, enviaban a los asaltados al cuartel de la Guardia Civil de La Encomienda, ya que la política de Demetrio era terminante y pasaba por no poner en peligro sus establecimientos, ello suponía el abandono de las víctimas a su suerte, por falta de acogimiento inmediato y consolador.
El tráfico de estupefacientes pasaría a manos de algunos abogados y de políticos de partidos políticos del arco de la derecha, además de directivos de colegios privados, tal y como ocurría en La Encomienda y se pondrá de manifiesto; asegurando que los establecimientos “Zagala” no participaron en ese tráfico, sí lo hicieron, por el contrario, en el tráfico de personas, si bien es cierto que fue después de que falleciera el patriarca Demetrio, bajo la responsabilidad de la segunda generación. Demetrio era desconocedor de que se acercaba su final, lo que motivó que no procediera a una distribución ordenada y racional de su patrimonio, mucho menos que sentara las bases de cómo debería dirigirse su imperio cuando él faltara.
En la “Grandalla” pareciera que el Señor se alejara de los justos, de los limpios de corazón, tal que consideramos de esta manera, sin temor a errar, a Tomasillo y Teofila. Su hija Soraya, tan bella que provocaba admiración en propios y extraños, insistió en un amorío perverso, injusta para con sus padres, ya que sabía que ambos aceptarían sus deseos por encima de cualesquiera otra consideración; el elegido era un amigo de su pródigo hermano Juan, uno de aquellos sinvergüenzas que tiempo después tendrían algo o mucho que ver en el apalizamiento de aquella muchacha que perdió un ojo y devino en enferma mental al poco tiempo, con su respetable familia totalmente destrozada para siempre.
De nada sirvió que la madre, persona de gran equilibrio emocional, tratara de evitar aquella unión; en el fondo ambos padres eran conscientes de que había sido un grave error aislarse del pueblo, enclaustrarse en su isla, donde eran respetados por viajeros de cualquier lugar, y llegaron a echar la culpa de los males que rodeaban a sus dos hijos al infinito amor que se profesaban entre ellos dos, y a tildar su relación de egoísta, tal era su embeleso. Se casaron en 1979. Aquella unión de su querida hija, la nineta dels seus ulls (la niña de sus ojos), duró poco menos de un año, la Soraya fue maltratada física y psicológicamente por aquel verraco, y ayudada a salir del trance por su padre, atento y muy pendiente de cada uno de sus gestos y bien informado por gentes de toda confianza. Volveremos con Soraya a lo largo de la narración antes del fallecimiento de Demetrio, que nunca se ocupó de sus dos sobrinos, no por falta de voluntad, sino debido al rechazo de ambos jóvenes a la figura del patriarca del clan.
Aquel canalla continuó acosando a la muchacha durante mucho tiempo, nuestro Señor fue muy compasivo y le incluyó en la lista de desperfectos por sobredosis de heroína, llevándoselo al Hades de los desgraciados de la vida; muertes que resultaban ser dulces al decir de los expertos en drogadicción; dulces o amargas resultaban definitivas para alivio de sus familias y de la propia sociedad, que en esos años vivía en la desazón. El otro hijo, Juan, vivía en el vértigo de los coches, motocicletas y, sobre todo, en el producido por el alcohol, otro de los grandes lastres de esta sociedad, a mitad de camino entre el medievo cultural y la modernidad, donde el ‘muera la cultura’ resultaba obvio en comunidades sin futuro profesional alguno para sus jóvenes.