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Existía la posibilidad, previo pago de un estipendio extra al propio club, de llevarse la chica elegida fuera del local, bien al coche del cliente o a un hotel en condiciones, de los muchos que había en la carretera, parecidos a la “Zagala”, que era receptor, al igual que “Zagala II” de esos amores carnales. A fin de cuentas la ropa de cama se lavaba siempre con lejía por orden expresa de la esposa de Demetrio. Más adelante comprobaremos como aconteció la tragedia, en una saca de una de aquellas muchachas, en la que se vio implicado Juan, el hijo de Tomasillo, si bien de manera indirecta. En los ‘80’ no se contrataba por tiempo, sino por servicio. Podías contratar sólo un francés (fellatio), o un completo, que incluía caricias o masaje, francés y el coito final; no incluía besos, ya que la mayoría de mancebas nunca besaban en la boca. En el momento del orgasmo se acabó el servicio. Un completo venía a durar media hora, ya que la pobre desgraciada hacía lo posible para que lo alcanzaras (el orgasmo) lo antes posible.
Como curiosidad, en aquellos años no se depilaban el pubis; años después todas lo hacían, y antes de que el SIDA aterrorizara a la población, era normal que ella te preguntara si lo querías hacer con preservativo o bien a pelo; con posterioridad a 1983, fecha de aparición pública del síndrome, el condón se hizo obligatorio, bien es cierto que la norma no se llevaba a rajatabla, para no perder a determinados clientes. El precio normal de un ‘completo’ eran 10.000 pesetas, si incluía griego, que lo hacían muy pocas chicas, el precio era 15.000 pesetas. Aquellas que pretendían ser de más nivel cobraban 15.000 pesetas sin hacer griego. Los equivalentes a los fast-fuck actuales cobraban 5.000 o 6.000 pesetas por el completo. El precio normal de solo masaje con final feliz, o solo francés era 5.000 o 6.000 pesetas.
Resulta evidente que eran precios muy altos para los años ‘80’, porque son prácticamente los mismos precios que en la actualidad; ello se debía a que en aquella época había muy pocas prostitutas, casi todas españolas, ahora hay bastantes más, la mayoría extranjeras. Debemos reseñar que algunas de las mujeres, normalmente jóvenes, que plantaban sus reales en clubes de carretera lo hacían para costearse las drogas a las que estaban enganchadas.
La banda de canallas que merodeaba alrededor de la “Grandalla” se mostraba complaciente y amistosa con Juan quien, además de invitarles continuamente; este muchacho, de naturaleza noble, era desprendido, diría pródigo, debido a su baja autoestima y al deseo de pertenecer a un grupo social del pueblo, en el que fuera reconocido, además de que podía ayudarles, siquiera informarles, acerca de locales a pie de carretera, donde instalar un club de alterne, que era su intención. Juan terminaría arruinando a su familia, que se limitaba en su infinita bondad a tomar dinero suficiente de la caja registradora para así poder pagar a los proveedores, antes, claro está, de que el hijo la desvalijara de un plumazo casi a diario. Ocasión hubo en que desde la juerga nocturna correspondiente en los clubes de alrededor, se llegaban a Madrid, donde tomaban un vuelo para Canarias, con regreso a las pocas horas, liquidado todo el efectivo.
Este gang estaba constituido por dos o tres empresarios de poca monta y algún dirigente del partido socialista que llegó a ocupar cargos políticos de cierto relieve. En poco tiempo, de sobra conocidos por los dueños de locales próximos, consiguieron un cuchitril infecto y un par de chicas drogadictas, situado a 15 kilómetros de La Encomienda, en una pedanía agrícola, y lo más importante, situado a pie de carretera. Estos clubes se abastecían en gran medida de muchachas enganchadas a las drogas, muy principalmente a la mortífera heroína o caballo, y provenían de cualquier estrato social; ya fueran hijas de latifundistas, funcionarios de cierto nivel, o bien procedían de familias desestructuradas, a menudo por culpa de un padre jugador o alcohólico, ya que ambas taras eran frecuentes en esta tierra, que permanecía en el atraso, mientras el resto del país intentaba sumarse como fuera al tren del desarrollo económico y del progreso social que se atisbaba ante el cambio que ofrecía el partido socialista, a punto de ganar el poder a través de las elecciones, ya cercanas en el tiempo.