martes, 4 de diciembre de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (048)


Ayuntamiento de Ajofrín

En el año 2013 llegarán a formar parte de la Prelatura del Opus Dei 90.502 personas, de las que 2.073 serán sacerdotes, lo cual indica que la victoria de Manolo Fraga Iribarne resultó ser pírrica, tuvo que cambiar de partido como quien cambia de cabalgadura, con el único fin de perpetuarse en política, llegando a ser aquel patético anciano senador que no representaba a nadie y que a duras penas podía subir los escalones de acceso al Senado, donde echaba su siesta de rigor, con algún ronquido incluido. Don Manuel era la demostración fehaciente del atado y bien atado del Caudillo y supo inocular franquismo en vena a los actuales dirigentes de la derecha española, que le siguen estando muy agradecidos, ya que hasta los más jóvenes dirigentes son fachas, en lenguaje coloquial, permítase la licencia. 

Del total de fieles, alrededor de la mitad son mujeres y la otra mitad varones. La mayoría de miembros son mujeres u hombres casados, para quienes la santificación de los deberes familiares forma parte primordial de la vida cristiana. Ello no es óbice para que en la cúpula, es decir entre los supernumerarios se comporten como una verdadera mafia de intereses, a salvo la calidad del producto que ofrecen, particularmente en sanidad, educación y formación de los líderes de las mejores empresas, algo que resulta incuestionable. De igual manera que no se puede cuestionar la disciplina que emana de la cúpula, a cuyo frente han estado Álvaro del Portillo y Javier Echevarría, sucesores de José María Escrivá de Balaguer. Además, cientos de miles de personas participan en la tarea de formación que ofrece la Prelatura; entre ellas se encuentran numerosos cooperadores esparcidos por numerosos países. 

En Castilla La Mancha no tuvo mucha aceptación ya que falangistas de la talla del toledano Licinio de la Fuente frenaban su implantación; Licinio logró llevar su gran barrera o el muro de contención hasta Extremadura, donde ocupó cargos políticos de importancia; era hombre muy atento a las demandas que le llegaban de pueblos de la región, entre otros de La Encomienda. 

A Demetrio no se le daba nada de todo aquello, para él la política comenzaba y terminaba en Madrid, ciudad a la que se mostraba vinculado y agradecido, en la que se sentía señor y potentado a un tiempo, gracias a sus apariciones en el palco del Real Madrid y en la barrera de la plaza de toros de Las Ventas, cuya contrabarrera nunca llegó a cruzar, ya que su asiento, como el de sus hijos, estaba siempre en barrera, aunque sus invitados-empleados subieran peldaños hasta el tendido de sombra. Las mujeres nunca acudieron a esos eventos y fastos, conocían Madrid por acudir a revisiones médicas en los hospitales de ‘La Paz’ o en el ‘Francisco Franco’, ambos de gran nivel por sus instalaciones y cuadros médicos, los mejores de España en esta década de los ‘80’. También acudían a la famosa clínica ‘La Concepción’ (La Concha), con la faltriquera llena de billetes. Enfermedades y accidentes de los empleados, que no disponían de cartilla del Seguro de Enfermedad, al no estar dados de alta en la Seguridad Social, se solían sustanciar enviándolos de paga al médico del pueblo; si la enfermedad persistía, simplemente los mandaban a casa con el recado a los padres de que no volvieran por “Zagala”, y eso a pesar de que el franquismo quedaba ya en el recuerdo y gobernaba Castilla La Mancha y el resto de España el PSOE, a las espaldas sus famosos 100 años de honradez. 

Mención aparte merece el tema de los abortos, que si bien no eran frecuentes, haberlos los hubo, con el doble agravante de que el mozo que preñaba a una de aquellas desgraciadas podía ser de casa o ajeno, es decir, uno de los empleados; ahí es donde Rita, de natural bondadosa, tomaba las riendas de la situación y actuaba en consecuencia, ya que el segundo de los agravantes era la consideración de delito del aborto, faltaban años para que se procediera a su despenalización, que no se produjo hasta el año 2010, la Ley del Aborto de 1985 despenalizó el aborto solo en varios supuestos. Este segundo agravante no era una cuestión menor, ya que las penas hasta entonces iban desde los seis años de reclusión de la mujer que abortaba hasta los doce años que le caían a quien practicara el aborto o interrupción voluntaria del embarazo. Ese riesgo de comisión de un delito tan penalizado pone en valor la generosidad y desprendimiento de Rita, quien se hacía cargo de las gestiones conducentes a trasladar a la preñada fuera de España, a fin de evitar el peso de la ley, amen de la imposibilidad de que se le practicara en España, ya que el médico era el más castigado.