sábado, 15 de diciembre de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (050)

Ayuntamiento de Jadraque

- Me complace escuchar noticias que deberías comentar con tus hermanos, a fin de consolar su orfandad. – Lo había pensado, mujer, respondió Demetrio tomando de la mano a su mujer y apretándola levemente, el reuma empezaba a hacer estragos en las manos trabajadas por el agua fría y la lejía y otros muchos álcalis, de su queridísima esposa. – Vámonos adentro, el tiempo amenaza lluvia, respondió ella, con un ligero apretón de su mano cogida. 

- Por cierto, añadió él; mi madre anuncia la visita de un vecino suyo, Eulogio, que conoce bien la situación en aquella comarca y de los nuevos políticos que se han instalado en Toledo capital y dirigen la región, inquietos ante las nuevas elecciones municipales y autonómicas del año que viene; esperan una dura pugna entre el PSOE y la AP de Fraga Iribarne, ante el hundimiento de la UCD, que había resultado ser flor de verano. Demetrio esperaba al hombre, para el que tenía preguntas más directas, referidas a las familias del pueblo reinstaladas desde los ‘50’ y sus intenciones, si ello fuera posible. “Zagala” estaba a punto de conocer la semilla del diablo, de nuevo el horror se acercaba a los Expósito, en forma de desgraciado personaje matador. En esas elecciones municipales y autonómicas de 1983 barrió el PSOE del tal Bono. 

Los años anteriores al advenimiento de la Transición era norma usual en “Zagala” hurtar de los camiones pescado fresco de calidad, como merluza y rodaballo y otros productos cárnicos, también de calidad; todo había comenzado con pequeños hurtos consentidos por los propios conductores, como melones, sandías y otras frutas, pero aquellos camareros irresponsables, al frente de los cuales estaba el hijo menor, Emilio, le tomaron gusto a meter la mano en las cajas que llevaban agolpadas aquellos vetustos camiones, que transportaban aquel pescado fresco entre barras de hielo, destinado a los grandes mercados de Madrid y Sevilla. Mientras eso sucedía los conductores eran invitados a copas de anís, coñac, o algún postre extra; incluso Mercedes coqueteaba con los rudos hombres del camión, encantados al verla aparecer, sobre todo si se sentaba en el pico de la mesa, no digamos si era ella quien les traía el helado con melocotón en almíbar, invitación de la casa, algo que solía poner frenético al Javier, encelado de ella, hasta del aire que la acariciaba. 

Mientras tanto, dos o tres desaprensivos del turno de las cenas se apropiaban de mercaderías de alto precio, fuera pescado fresco, carne y embutido, e incluso licores de alta graduación, que depositaban en el almacén más cercano, todo esto a la vista de las muchachas que reían divertidas, esperando nerviosas los escarceos de los camareros ladrones e inmorales, aunque ellas no los juzgaban como tales y eran conscientes de que alguno de los productos hurtados irían a parar a su propia casa, ya que aquellos hurtos excitaban a los muchachos, más todavía, si ello era posible, porque desde la mañana calzaban rabo largo cual asnos castellanos. 

Estos hurtos fueron menguando en función de la renovación del parque automovilístico, sobre todo con la aparición de camiones frigoríficos; mejora de los cierres de la caja del vehículo, y aumento de controles por parte de las empresas, con inventarios de salidas y destinos, nuevos en ese mundo del transporte por carretera; a instancia, mayormente, de las compañías de seguros, que eran las más perjudicadas por todos aquellos robos, que así era de razón como debían definirse. Los propietarios de “Zagala” eran amorales, no tenían clara la distinción entre el bien y el mal, como ya se dijo al calificar a Demetrio como un verdadero sociópata, según los cánones criminógenos actuales, ello por no referirnos a los crímenes de lesa malignidad, que dejamos al criterio de quienes lean la historia de horror que lleva en su interior esta “Saga de la Encomienda” y su grito desesperado de ¡Nunca Más! al igual que las dos Españas, Demetrio y Tomás eran Caín y Abel, sabemos quien era el bueno de los dos, pero no somos capaces de definir cual de las dos Españas era la menos mala. 

Solo habían transcurrido dos semanas desde el recibo de la carta de Quiteria cuando hizo acto de presencia el vecino de Quintanilla; de nombre Eulogio era la representación del señorito castellano pero visto a través de un cristal grueso y sucio, snob y ridículo, daba la impresión de haber padecido acondroplasia de pequeño, sus brazos desiguales giraban como aspas de molino cuya tela ha sido rasgada, remilgado y poseído, tenía toda la pinta de que no estaba acostumbrado a trabajar, y quizás representara el papel del necio para tratar de acceder al seno y acogimiento de aquella familia de la que tanto le habían hablado.