sábado, 17 de febrero de 2018

La desaparición de un vagón de cobre y nuestro capitán 'apaleado'

MLFA
Cuaderno de Bitácora

Vagón (viejo contenedor con ruedas) cargado de lingotes-barra de cobre, cada uno de 116 kilos de peso.

En el bienio 1969-1970 el puerto de Matadi (Congo Bas) era el más peligroso de África y eran pocos los armadores europeos que ‘fletaban’ sus buques para el delta del río Congo; nosotros también sufrimos las consecuencias de una ‘descolonización’ desordenada e irresponsable; en forma de apaleamiento del capitán, KEP, de Lasarte; y el intento de apuñalamiento del jefe de máquinas, IGA, en el momento de tomar un taxi para llegarnos hasta el hotel ‘Metropole’, como todas las noches; desarmados y sin protección hasta la puerta del hotel, dependiendo de taxistas piratas que contrataba el canalla del consignatario. La normativa internacional exigía que las armas de fuego quedaran a bordo, en un departamento llamado ‘sello’, donde también se guardaba la morfina (del botiquín general y de los botes salvavidas), el tabaco, la bebida alcohólica que hubiera a bordo y cualquier tipo de ‘valores’, vulgo ‘divisas’ internacionales, en nuestro caso: francos franceses y dólares USA. Hay que tener en cuenta que los salarios de la tripulación se percibían a bordo en aquellos buques liberianos, los cuales cambiaban de compañía naviera (armador) cada pocos meses, en función del mercado de materias primas y del capricho de los nuevos gobernantes. 

Tuve la suerte de pertenecer a la plantilla de ‘Fabre Line’, del grupo ‘Delmas Vieljeux-Chargeurs Réunis’, durante dos campañas, llegando a ‘africanizarme’, es decir, a sentir amor por aquella tierra, a la que volví años después, en régimen de carguero de ‘carreta’, esta vez entre puertos orientales de Mogadiscio, Tanzania, Etiopía y Somalia, países del ‘Cuerno de África’ asfixiados entonces por la pobreza, y en la actualidad por el yugo ‘yihadista’ y demás movimientos radicales islamistas, inexistentes entonces. En mi ‘Cuaderno de Bitácora’ ignoro banderías políticas y además utilizo un lenguaje inteligible para aquellos lectores aficionados a los viajes. Lo cual no es óbice para que analicemos a fondo, en sucesivos capítulos, la ‘descolonización’ del continente africano, al haber sido testigo directo del fracaso que supuso. Enorme fracaso del que hoy pagamos las consecuencias, particularmente ellos, los africanos. 


La independencia de las ‘colonias’ africanas recuerda mucho a la Transición española de 1978; todo quedaba ‘atado y bien atado’, en África por medio de ‘cipayos’ corruptos, verdaderos 'asesinos en serie' de los suyos (recuerden Congo, Tanzania y Kenya) y en nuestro país a través de aquellos socialistas-ex falangistas ‘vendidos’ a cambio de que se garantizara el futuro a varios cientos de miles de los suyos. Bien que a muy pequeña escala – faltaría plus – la matanza de Almería, recordada días pasados en AD, no la superan aquellos negros, desde M. Tshombe hasta Kabila, (tortura, disparos, descuartizamiento e incineración).

A media mañana llegó el camión cargado de soldados armados

Habían sido llamados por el capataz africano, una especie de bestia del averno que portaba látigo corto en la mano izquierda (como sus antecesores, los capataces belgas del puerto). Faltaba un vagón de tren cargado de lingotes de cobre (una fortuna) y los soldados asaltaron el barco; ello nos hizo recordar la matanza llevada a cabo en el buque “Leopoldville” nueve años antes. (Ver artículo de AD: ‘La matanza de 2.000 belgas en el puerto de Matadi, en el río Congo’ de fecha 04/02/2018).

Buque 'Alberta' fondeado en medio del río Congo en espera de atraque.

Aquellas bestias, armados hasta los dientes (con granadas de mano colgando del pecho), empujaban a los tripulantes que encontraban a su paso; al llegar al despacho del capitán hicieron saltar la puerta de sus goznes con fuertes patadas, el ‘viejo’ estaba en el cuarto de baño; allí fue dónde lo encañonaron y con lo puesto, prácticamente, se lo llevaron al camión, lo sentaron entre el conductor y el jefecillo de la tropa; no supimos nada de él hasta que llegó el consignatario, ya era mediodía y el calor era insoportable. La refrigeración del barco se realizaba por medio de ‘aire forzado’, para entendernos: aire ambiental circulando impulsado por ventiladores.

Eran las tres de la tarde, seguíamos sin saber nada del capitán, cuando volvió a aparecer el consignatario; visiblemente nervioso nos explicó lo ocurrido: son belgas quienes dirigen las operaciones portuarias, lo hacen trabajando de noche en oficinas protegidas por el ejército, de forma que la población no lo sepa. Eran equipos de hombres que trabajaban bajo enorme presión – incluidas las amenazas de los más bárbaros de la dirección portuaria – y ese día (mejor dicho: ‘esa noche’) cometieron un error de cálculo y ‘extraviaron’ uno de aquellos grandes vagones.

Hasta la medianoche no pudimos ver al capitán a bordo; tumefacto por los golpes recibidos en aquel cuartel-comisaría, después de lavar sus heridas se le preparó un baño y una buena cena; humillado, solicitó del oficial TSH que comunicara con los armadores, a quienes informó de lo sucedido. Aquellos soldados formaban parte del ejército de los sucesivos gobiernos congoleños nacidos de la independencia escasos años antes. Kasavubu, Patrice Lumumba (el único líder congoleño revestido de dignidad), Moisés Tshombe y Mobutu; cambiaban los políticos, no así los militares, que constituían una casta especial. También en esto recuerda uno la Transición española.


Días después decidimos celebrar una fiesta en homenaje al capitán y otros dos marineros que resultaron heridos en el asalto. El consignatario, advertido por la compañía Fabre, se ocupó de la reserva en el hotel ‘Metropole’ y de los taxis que trasladarían a los tripulantes (con sus mejores ropas) al mismo. En el nuestro se acomodaron capitán y jefe de máquinas, junto al TSH (Radio) y yo mismo. En el momento de arrancar el Peugeot-403, sin luces de servicio público, un negro malencarado abrió la puerta trasera, donde se ubicaba el jefe, y exigió dinero a gritos blandiendo un machete de cortar caña, arma terrorífica (que se ha mantenido muchos años después en manos de los africanos). Pensé que no podía estar pasando aquello y propiné un puñetazo en la nuca al conductor, que había quedado paralizado; arrancó de golpe aquella máquina briosa y pudimos llegar al ‘Metropole’ y celebrar la fiesta homenaje al ‘viejo’ y a los dos marineros que se enfrentaron a los fusiles AK47 de los ‘descolonizados’ (tarde y mal, claro).

De amanecida, borrachos, rezamos como siempre en la pared de los disparos a Lumumba