Isidra vigilaba que no hubiera abusos descarados que dieran al traste con la reputación del establecimiento. De esas ventas se beneficiaban los hijos, que de cuando en vez solicitaban efectivo a los camareros, caudales que no reintegraban a la caja de la barra, con la complicidad tácita del camarero veterano, más preocupado de su propia mordida, que variaba en función de la clientela y el grado de presencia de los hijos e hijas; la segunda generación de aquella saga, ya al mando de los dos establecimientos, a pesar de la gran lucidez con que se mantenía el patriarca, aunque ya sumido, la mayoría del tiempo, en sus recuerdos y muy poco pendiente de la marcha del negocio.
El ‘chincheta’ había tomado dos decisiones, propias de su conciencia carcomida por el odio y los celos patológicos que sentía por la menor de los Expósito; denunciaría al camarero, pero ocultaría su presencia frente a la vivienda en la noche de autos, más bien de cuernos, que a él le sentaban a quemados; y lo haría en el momento preciso en que el patán de Eulogio aparecía en la cocina y los patios de “Zagala” adulando a su mujer, Mercedes, autonombrada ayudante de su cuñada María, en tareas de control de limpieza y mantenimiento, así como de lavado y planchado de ropas de cama y comedores, que llevaban a cabo las muchachas. El tipo agradecía ampulosamente que ella conformara al padre acerca de la compra del segundo Land Rover, para uso y disfrute de su marido, que esperaba como agua de mayo la reapertura de la veda, para acercarse de caza mayor a la frontera con Despeñaperros, allí donde haría buenas amistades, que resultarían útiles para sus oscuros proyectos en tierras andaluzas, llegó a sugerir una invitación al mecánico, siquiera de acompañante, a la que el ‘chincheta’ no prestó la mínima atención. Acudiría en solitario a su primera cacería como potentado y hablaría de los “Zagala” como forma de impresionar a los compañeros de venación a quienes invitaría con el producto de sus ventas en el hostal. Los dos rifles los tenía a buen recaudo en “Zagala”.
A punto de salir con Teodoro a recoger el flamante todo terreno verde de camuflaje, había desterrado lo de carruaje, que le recordaba las galeras en que transportaban la mies allá en Quintanilla, se topó con el mecánico que acudía a almorzar, como era de hábito; y se sentó a su mesa para hacerle partícipe de sus planes, en viendo que Teo se demoraba preparando los pedidos del día que le había pasado el Emilio, con mala letra y tachones, alguna mancha de aceite o vino del tinto que trasegaba el cuñado a cualquier hora del día y de la noche. No lo pensó dos veces e interpeló a Eulogio, a su manera, siempre en tono de impertinente, en esta ocasión más impostado si cabe.
- ¡Eulogio! no son dados a viajes de cacerías, su vida social se reduce al Bernabeu y a la plaza de las Ventas, es ahí donde encontrarás acogimiento y complicidad, y la presentación ante gente importante. – ‘Chincheta’ se apuró en apreciaciones impertinentes que mantenían al otro con los ojos muy abiertos y de sobras callado. – Me dijeron – ya soltó la pieza mayor, que ese joven camarero, Javier, estuvo deambulando en las cercanías de vuestro piso, en ocasión, por las fechas que me dieron, de tu viaje a por aquellos papeles del ayuntamiento, más menos, y no lo puedo decir exacto.
Eulogio apretaba el antebrazo del mecánico en demanda de bajar el tono, el palmeo ya era un tremolar al no ser capaz de sujetar su brazo izquierdo; no podía dar crédito a las cuentas que ya se hacía el tipo aquél, cuando Teodoro le rogó que se preparara, que ya se iban; había aparecido por detrás, como siempre hacía, dada su naturaleza de comedido y hasta sigiloso en su proceder; por el rostro marmóreo del ‘chincheta’, de frente a su ubicación, dedujo que el cuñado no había llegado al meollo de la conversación, o no daba trazas de ello al levantarse de golpe y acceder a su petición. Había refrescado mucho y la niebla mantenía la escarcha sobre los ventanales, por lo que recogió chaqueta y su gorra castellana del monumental perchero de detrás de la recepción. Trataría de manifestar contento y satisfacción por la compra del Land Rover, y preguntar al cuñado por las característica del motor y los diferenciales del vehículo de campo, del que se decía que remontaba muros y hasta paredes con su portentosa reductora en acción. En marcha libre, según Teo le iba diciendo distraído, se alcanzaban los 120, hasta 130, kilómetros hora, quizás algo más en el vehículo corto, por menor peso e igual motorización, le llegó a advertir del riesgo de vuelco si no controlaba la velocidad, como vehículo campero, era alto de suspensión, algo que era de tener en cuenta en el manejo y conducción.
Aquel maldito mecánico había excitado neuronas aún no reconocidas, presentes en el desorden cerebral de la mente escindida de Eulogio; agravando el trastorno de personalidad y conducta desviada que se conocía ya desde su juventud y que aún no había sido tratado convenientemente, algo habitual en aquellos pueblos del Común de la Mancha y otras comarcas, a sotavento de vías de comunicación y dotadas de escasos recursos sanitarios, particularmente en cuanto a neurología y sus ramas se refería. Estos elementos de mente disociada quedaban al albur de la sociedad, a excepción de quienes eran diagnosticados certeramente por médicos de cabecera responsables que actuaban en el seguimiento de la conducta de los pacientes que podían estar afectados de enfermedad mental, como era el caso de Eulogio, que pasó desapercibido entre los suyos, que se limitaban a definirle como violento e inconstante, eso sí, muy dado a subidas y bajadas de ánimo; bipolaridad que devendría en esquizofrenia con los años, con ayuda del alcohol. Eulogio podía ser objetivado como enfermo mental precoz que no fue diagnosticado como tal hasta que fue demasiado tarde, como se venía conociendo en el tiempo, más de un año, que moraba en el entorno familiar de “Zagala”.
De vuelta en el hostal, al volante del nuevo ‘todo terreno’, se ocupó de que todo pareciera más que normal, deberían verle satisfecho y contento, de forma que nadie pusiera en duda que aquel vehículo era suyo; además necesitaba efectivo para adquirir munición y equipamiento de calidad, que no encontraría en La Encomienda; había que subir dirección Madrid, a unos 70 kilómetros, allí encontraría un gran almacén homologado específicamente para caza; allí era donde se abastecían los cazadores franceses y los belgas, que estaban impedidos por ley de atravesar la frontera con munición de cualquier calibre, la bestia que llevaba en su interior ya comenzaba de asomo y resultaría imparable de ser ciertas aquellas sospechas inducidas por el mecánico despechado.
Tres días empleó en dotarse de fondos suficientes, “Zagala” era una mina de oro para todos, y de manera especial para hijos y yernos, comenzó la rapiña ese día del coche, que se contaba jueves y todo quedaría listo a la noche para atender la demanda de fin de semana; “Zagala II” no disponía de autonomía financiera, no llegaría hasta que desapareciera el patriarca, así pues dependía de proveedores de toda la vida, que almacenaban en “Zagala” los pedidos de ambos hostales; los jueves eran decisivos para aquellos buitres, que llegaban a falsificar albaranes con excusas peregrinas del tipo de mal recuento o mercaderías dañadas. Al fin y a la postre se tapaban unos a otros, situación irregular en la que ambiciones desmedidas generarían odios cainitas cuando esta segunda generación estuviera al frente del negocio de forma oficializada.
En el pueblo las irregularidades y perturbaciones eran de orden político; convencidos estaban que durarían en el tiempo y perfilaban plantillas municipales contratando a los suyos en fraude de ley, por medio de pruebas de acceso, que tenían el valor de definir como oposiciones, del todo amañadas, llegando al punto de entregar las cuestiones a resolver en el examen al propio interesado, normalmente vago y de cortedad manifiesta, de tal forma que familiares y amigos le desasnaran, siquiera fuese a los efectos de garantizar el apto y consiguiente archivo de la hoja de examen, para prevenir posibles reclamaciones en el contencioso-administrativo, que eran palabras mayores, de producirse. Toda una urdimbre aceptada con resignación por los vecinos que venían bataneados del régimen anterior, acostumbrados al convendrá y en aquel dañino tendrá que ser así, tan propio de la sociedad castellano-manchega.
Había aparvados que, colaboradores en el saqueo de las plazas municipales, justificaban tal nepotismo con expresiones del tenor hora era de que les tocara a los nuestros, que, escuchado en bares y plazas, provocaba oleadas de afecciones al nuevo régimen, del que se esperaban empleos y prebendas; los primeros en agachar la testuz fueron, ya lo hemos comprobado a su llegada, los comerciantes y propietarios de bares, los gasolineros, libreros y ferreteros, que conseguían la exclusiva en calidad de proveedores del reino. Ponemos en valor el nepotismo al ser los familiares de los munícipes, algunos de ellos calificados de acémilas, quienes primero accedieron al empleo, pero sin olvidar el amiguismo y lo que hoy día se conoce como tráfico de influencias. Este claro enmerdamiento del tejido social provocaría manchas indelebles; claro que en el resto de España venía en suceder parecido, aunque la diferencia era muy notoria al haber, en otras regiones, una cierta capacidad de respuesta por parte de la ciudadanía.
Faltaba un lustro para que el PSOE de los 200 disputados diputados entrara en caída libre por mor de la corrupción y a la pregunta de ‘por quién doblan las campanas’ del viejo Gironella, las respuestas apuntaban ya al socialismo dominante; hecha y expuesta esta reflexión en clara referencia a la mayor parte del país, puesto que Castilla La Mancha no experimentaría cambio político hasta bien entrado el nuevo siglo, tan entrado que hablaremos de la segunda década del mismo. En Andalucía perduraría en el tiempo más que el franquismo, todo un Guiness solo superado por México, Corea del Norte y Cuba; ahí, en la vasta tierra de María Santísima, se desconocía la alternancia en el poder; y sus críticos se veían obligados a abrevar en aguas sucias, advertidos por aquel famoso Guerra de que: ‘si se movían no saldrían en la siguiente foto’, al tiempo que su hermano repartía favores entre cafelitos y se forraba con aquella gestión cutre-mafiosa, desde un despacho oficial que no le correspondía, ni tan siquiera pisar. Alfonso, que tenía la patria potestas del clan familiar, es aquel político que se bajó en el arcén de la autovía y pidió un avión al estar ya harto de retenciones, el Mystere no pudo aterrizar en la autovía, que seguía repleta de vehículos y lo hizo en un campo de trigo próximo al vociferante Guerra, a la sazón vicepresidente del Gobierno de España y experto en las artes amatorias, acompañado siempre en el acto por la música de Mahler. Había dado comienzo la corrupción y el abuso de autoridad por parte de los principales augures de aquel socialismo en libertad que no llegaríamos a conocer.
La relación entre el clan de “Zagala” y el nacionalsocialismo que imperaba en el municipio en el que estaba instalado hacía casi tres décadas era inexistente, tampoco mantenía relaciones con la Diputación provincial y mucho menos con la Junta de Comunidades; no obstante, se podía constatar el retraimiento por parte de aquellas Instituciones que deberían regular, y en su caso sancionar, conductas de ilícito social, nos referimos a las Inspecciones de Trabajo, también a las de Consumo, no digamos ya el escaqueo defraudatorio hacia la Hacienda Pública de parte del grupo de los Expósito. Si hemos convenido que no había trato de favor por parte de las tres administraciones operativas, la autonómica, la provincial y aquella más directa y sobre el propio terreno, como era la municipal, podemos deducir sin temor a engaño que se aceptaba de buen grado lo que dio en llamarse la economía sumergida, que alcanzaba porcentajes del 40% en estas tres regiones. “Zagala” no era la excepción, al contrario, era la regla bien consolidada.
Y esa aceptación era responsabilidad de los socialistas que okupaban democráticamente los gobiernos municipales a través del voto cautivo; que hacía que su representación política fuera legítima, que no legal y, muchísimo menos moral, al tratarse de votos condicionados. El parado cobraba la prestación de desempleo al tiempo que trabajaba en negro en la agricultura, en la hostelería y en todo tipo de empresas de chapuzas que le llamaran; dentro de ese mundo de fusión a negro destacaban la albañilería y la fontanería; en estas comunidades deprimidas, los socialistas eran responsables de los miles de millones de pesetas hurtados a Hacienda, fuertes capitales de imposible recuperación. Eran conocedores de que su permanencia se aseguraba siempre en proporción directa al consentimiento de estas ilegalidades; el fraude fiscal permitía que un parado cambiara de coche a voluntad, así como permitirse una vida lúdica de continuo; pueblos de Castilla La Mancha y Extremadura que empalman: Reyes con Carnavales, para en solución de continuidad preparar la Semana Santa y las Cruces ya en el esplendor primaveral con todo tipo de ferias de barrio, cutres pero debidamente subvencionadas por ayuntamientos y diputaciones socialistas; todo tipo de eventos deportivos igualmente subvencionados, y presentación allá por el mes de junio de toda una vorágine festera y feriada que cubriría todo el verano, a la espera de santos viejos y jóvenes, así como de patronales; santos vivos y nuestros queridos difuntos, que nos arrastraban hacia la Navidad. Los ausentes se hacían cruces, claro.
Nada que ver con otras comunidades españolas, mucho menos con países de nuestro entorno, sin olvidar la vida cotidiana en bares y cervecerías, que ayudaban a mantener récords trágicos en alcoholismo, confirmados por aquellas asociaciones benéficas que se dedicaban a tratar la deshabituación y posterior rehabilitación de entre 300 y 500 vecinos, en poblaciones de 15.000 a 18.000 habitantes, lo que supone ratios de epidemia. Los socialistas cabalgaban a lomos de un tigre, bien cierta la aseveración, pero de lomo pulido, incluso bruñido, y dientes limados de forma que quedaran romos. No se daban cifras de aquellos alcohólicos de entre si y no, por no estar sujetos a control benéfico, aquellos que manifestaban desamor y desencuentro, cuando no violencia, en la intimidad de los domicilios familiares. Guerra seguía con lo de más ‘cultura’.