domingo, 3 de julio de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (104-106)

MLFA, autor
"El clan de la tortilla". El felipismo sevillano, la gran estafa al pueblo español. Felipe es multimillonario y vive a los 80 años. ¿Pesadillas?

Defendían a ultranza una España ‘autonómica y solidaria’, aunque tiempo después vinieron forzados a cambiar de eslogan, pasando a hablar de las grandes ventajas del ‘estado federal’; lo hacían para contentar a vascos y catalanes, y es que Felipe González no había entendido nada acerca de la realidad española, y sus colegas del partido en Euskadi y Catalunya no le ayudaban a entenderla; de puertas hacia adentro socialistas vascos y catalanes no confiaban en un líder andaluz con ceceo del que ya sospechaban que podía ser un trilero, y no andaban errados, ya que fue aquel ‘clan de la tortilla’ (de los andaluces) quien laminó dos potentes socialismos, el catalán y el vasco, casi al mismo tiempo. En paralelo, y a la chita callando, se produciría la desafección del socialismo madrileño. La fratría socialista desaparecería como por encanto en unos pocos años.

En el sudoeste hispano el socialismo felipista se constituía en régimen imperante y ya en la década de los ‘90’, como veremos, se produciría su consolidación definitiva; en el caso de los andaluces hasta nuestros días; en Extremadura y Castilla La Mancha hasta el año 2011, en que se produjo un breve interregno de la derecha, que solamente duró cuatro años, ambas comunidades serían devueltas al socialismo en el año del Señor de 2015, el ansia de aquellos populares de Rajoy por recuperar el tiempo perdido, nada menos que tres décadas, les llevó a descarrilo y a devolver las llaves del cortijo a los mismos socialistas que habían apartado del gobierno de Extremadura y Castilla La Mancha ayudados por el demoledor efecto Zapatero.

Ya estábamos de recalada en los ‘90’ y desconocíamos que las uvas de fin de año anticipaban la gran crisis económica que esperaba agazapada a que finalizaran los tres grandes fastos: La Olimpiada de Barcelona (1992); la Exposición Universal de Sevilla (1992) y la caída del muro de Berlín, que tendría lugar en Noviembre de 1989 y afectó seriamente a la locomotora alemana, dispuesta a gastar todos sus ahorros y a endeudarse ad infinitum con tal de sacar de la pobreza a sus hermanos del Este, una ardua tarea que correspondió al demócrata-cristiano Helmut Kohl, veterano canciller alemán.

En cuanto al presente que nos ocupa, y dejando de lado futuribles que llegarían en su tiempo, en el complejo hostelero de “Zagala” se devanaban los sesos discurriendo qué hacer, mejor dicho, cómo invertir el enorme capital que atesoraban y cometieron el error de hacerlo en negocios para los que no estaban capacitados. El problema del clan, como el de muchas de las empresas familiares españolas de entonces, era su absoluta desconfianza hacia profesionales que llegaran del exterior; quizás malpensaban que para que les robaran los de fuera, mejor que lo hicieran los de dentro, así todo quedaría en casa; no eran conscientes de que jugaban con fuego, ya que robarían los hijos, al tiempo que lo harían los encargados o mandos intermedios, que, de paso, provocarían rupturas matrimoniales entre miembros de la familia pertenecientes a la tercera generación, aunque resulte de justicia reconocer que algunos se limitaron a amancebarse con las más atractivas de las nuevas empleadas; eso sin olvidar que resultaría mucho más difícil evadir tributos en los nuevos yacimientos de negocio, que en el sector matriz de la hostelería, en cualquier caso, no se tomarían decisiones en vida del patriarca, era reacio a nuevos experimentos, igual que lo era a trocear el patrimonio.

En “Zagala”, los acontecimientos se sucedían en medio de cierta expectación por parte de los empleados, éstos escuchaban retazos de conversación que resultarían preocupantes para su futuro laboral; se hablaba de emplear, en los hostales nunca se contrataba, a inmigrantes ‘sin papeles’ de nacionalidad rumana, más que dispuestos a aceptar trabajos y bajos salarios, ellos necesitaban justificar un empleo, condición sine qua non, para iniciar su proceso administrativo de regularización, que les permitiera ser legales, como de forma equívoca se decía entonces, ya que una persona no es legal o ilegal, lo serían sus actos, en todo caso.

Igual de equívoco que hablar de salarios; los inmigrantes percibirían propinas y alimentos, los propietarios conocían que el interés de aquellos pobres desgraciados no era tanto el dinero, que también, sino los papeles, sin los cuales corrían el riesgo de ser repatriados a Rumanía. Muchos de estos inmigrantes utilizarían los papeles obtenidos en España para continuar viaje a más prósperos destinos, como Alemania y los países del Báltico.

Nuestro país era puerta de entrada, como lo era Italia, desde el momento que formábamos parte de la Comunidad Económica Europea (CEE); nuestra adhesión se había producido tres años antes, en 1986; aquellos inmigrantes que serían explotados en los establecimientos de “Zagala” y en sus propiedades rústicas, sabían más del Tratado de Roma que los propietarios del complejo. En cualquier caso, los empleados aún podían respirar tranquilos, ya que el patriarca no era partidario de emplear inmigrantes.

Habían comenzado a reivindicar mejores salarios y condiciones de trabajo, la respuesta no se hizo esperar: se produjeron despidos a goteo, el encargado de informar a aquellos muchachos sobre su despido era, está claro que no podía ser otro, Eulogio, el último en incorporarse al clan y desconocido en La Encomienda, de hecho, todavía no estaba empadronado, aquellos papeles del Registro de Quintanilla se hacían de esperar y, por consiguiente, se demoraba la compra del vehículo ‘todo terreno’, por parte de Demetrio, que lo pagaría al contado rabioso, como era norma en todas las transacciones que llevaba a cabo, a la recepción de los papeles.

Había compartido un par de almuerzos con el ‘chincheta’ y empezaba a estar preocupado, el mecánico no entraba al trapo si la conversación discurría por derroteros que hicieran la mínima referencia a su mujer; algo se le ocultaba y su retorcida mente le advertía de que ese algo podía resultarle perjudicial. Decidió extremar el trato educado y amable con el tipo aquél, que ya empezaba a resultarle desagradable; intuía que por las buenas obtendría mejor información, no cabía duda de que sabía muchas cosas de los negocios y de la vida de aquella gente.

El ‘chincheta’ trataba de proteger su información sin complicarse la vida, algo que le resultaría imposible, como veremos en el transcurso de la canallesca operación contra la hermosa hija de Demetrio, que tenía al mecánico obsesionado, a pesar de que preparaba ya lo boda con su prometida, aquella forastera de familia humilde y honrada a carta cabal. Hubo un tiempo en que soñó con desposar a Mercedes; y justo cuando comenzaba a pisar en el suelo y no cabalgar aquella nube de encantamiento, apareció este contrahecho del pueblo de ellos y la muchacha le fue ofrecida en bandeja por aquel Demetrio, que oscuras razones tendría, y ocultas desde luego, para tomar aquella decisión, con la opinión en contra del resto de la familia; como le constaba, por comentarios robados aquí y allá a los camareros nuevos, a quienes arreglaba bicicletas y amotos desvencijadas, fuera de su jornada laboral y sin cobrar por la reparación, a salvo las piezas nuevas, si se terciaba el recambio de alguna.

Eran chavales jóvenes de La Encomienda, que se mataban a chicuelinas, aquellos actos que venían provocados por la pavonería de las muchachas, algunas de ellas enseñaban parte del sostén cuando estaban acaloradas, el mundo de la tauromaquia iba muy de mano con el corto vocabulario de aquellos jóvenes, cuyas caras estaban llenas de granos, que tenían mucho que ver con las pajas que se hacían, como les recriminaba de continuo el bueno de Teodoro, una de cuyas costumbres era obligar al lavado de manos, con enjabonadura de aquél Lagarto, en las grandes fregaderas de la cocina, muchas de las veces en su presencia; así ‘entrar a matar’, ‘empujar más con la vara’, y otras expresiones propias del mundo del toro, al asociar al torero con el macho hispano, eran moneda corriente entre aquellos analfabetos funcionales que se veían obligados al abandono de la escuela a fin de aportar tan siquiera un magro sueldo a la familia, necesitada del concurso de todos sus miembros. Eran vilmente explotados por el clan, con el consentimiento tácito de los munícipes sociales, que sólo acudían a los Inspectores de Trabajo o de Higiene y Consumo cuando querían ajustar cuentas o, simplemente amenazar a algún empresario díscolo; estos alcaldes y concejales mamporreros no tardarían mucho en componer redes mafiosas, llegando a incorporarse al accionariado de pequeñas y medianas empresa, tal y como veremos, siguiendo el ejemplo de sus principales dirigentes de Toledo.

Algunas muchachas se dejaban magrear por los chicos más jóvenes, siempre que sólo fueran los pechos, de abajo, les decían, nada de nada, pocas se dejaban pasar a mayores en aquellas sucias naves; ya no eran los malos tiempos de antes, y todas aspiraban a novios que no tuvieran nada que ver con su trabajo y que fueran de su pueblo, ahí las madres tenían mucho que ver y su opinión terminaba calando; más difícil era librarse de los dueños, que seguían satisfaciéndose en sus delantales, cuando no en las piernas, de ser buen tiempo y lograr medio abrir aquellas batas largas de botones negros.

Nemesio estaba satisfecho del trato llevado a cabo con sus parientes; abandonaba “Zagala” pero le compensaban; él sabía que lo hacían por ser conocedor de muchos de sus secretos, lo hacían pagando el traspaso de aquel bar, de nombre ‘La Peña’ que cambiaría por el de “Neme” en cuanto tuviera los papeles. No esperaba la reacción de su mujer, muy pensada, según le comunicó la Rosi en presencia de su hermano mayor, eran cuatro los hermanos, que le pedía un tiempo de separación. Ella estaba muy influenciada por aquel hermano, del que conocíamos que sentía envidia de su cuñado y sabía de sus trapicheos en “Zagala”, por no mencionar allí mismo, con su hermana ya a punto de llanto, sus escarceos con las muchachas aquellas de los pueblos vecinos que se ocupaban de la limpieza del hostal, el diálogo se fue enconando, y ella se levantó a cerrar las cortinas que daban al patio que compartían con otras dos familias, de paso les pidió que bajaran la voz, y pañuelo en mano, volvió a sentarse con la espalda muy erguida en una punta del sofá que había comprado Nemesio el año anterior a una familia que dejaba el pueblo, a quienes también compró una buena mesa de comedor y sus cuatro sillas.

El ‘Neme’ se había percatado, le advertía su instinto de ello, que desconocían su ilícita relación con Alicia; lo cual le tranquilizaba enormemente, hasta el punto de que su separación pasaba a segundo plano, limitándose a escuchar a su mujer y asintiendo con gestos de comprensión.

- Creo que lo mejor es que quedes en casa de tus padres durante un tiempo que ya veremos y te ocupes del bar ese que te has hecho cargo. - Cumpliendo los pagos que tenemos, añadió y mi gasto normal de la casa, le dijo Rosi con voz tranquila aunque entrecortada por la llantina.

- Vendré por la tarde a recoger ropa, puntualizó Nemesio, dirigiendo la vista a su cuñado, queda en tu poder la libreta de la Caja y yo tendré los talones para mis gastos. – Mi pariente, les añadió, se ha hecho cargo de los primeros pedidos a los proveedores, hasta dos meses, me creo, ya lo confirmaré.

El perro no cabía en sí de gozo, su mente pergeñaba planes de inmediato, que tal era su habilidad, y pensaba ya en ocupar a su amante en las tareas de limpieza del bar, una vez que los proveedores hubieran llenado estanterías y anaqueles, por cuenta de los de “Zagala”; tendría a la moza a su lado en horario que no fuera de clientela. Retiró de su mente aquel plan rebuscado, en el momento en que notó un aviso claro de erección, allí de pie, junto a la puerta de la casa, de propiedad del matrimonio. Ahora solo le correspondía un gesto circunspecto de resignación y abandonar el domicilio familiar con premura.

Eulogio estaba contento, los papeles obraban en su poder y solo quedaba presentarlos en el ayuntamiento y solicitar que procedieran a su empadronamiento; se lo comunicó a Demetrio, que aprovechó la ocasión para confirmarle la compra del Land Rover corto, de color verde, e informarle de que iría a nombre del establecimiento. Quedó perplejo, conocedor como era de que los vehículos de Diego y Emilio figuraban a su nombre; no obstante calló prudentemente, a fin de evitar que su suegro le viese molesto por la decisión tomada, a todas luces injusta para él y la propia hija. Quedaba intentar que no fuera público lo de los papeles del coche, hablaría de ello con Mercedes, y también con Teodoro, que a buen seguro lo entendería.

Abandonó la mesa donde sesteaba Demetrio de buena mañana y se dirigió en busca de Teo, que atendía a unos viajeros en el refrigerador de los quesos y embutidos envasados al vacío, mercadería de ínfima calidad que elaboraban industriales desaprensivos para venta en bares y hostales de carretera; a excepción de los quesos, que eran de origen manchego y así deberían ser etiquetados al público, el resto: embutidos, mieles, vinos y aceites, eran de ínfima calidad y elevado precio. Tenían buen cuidado con las ventas a clientes fijos y a huéspedes conocidos, a los que se les vendía productos de calidad, estratégicamente situados en grandes aparadores refrigerados junto a la caja registradora del restaurante, a cargo de Teodoro, donde además de comidas y cenas se hacía efectivo el pago de las pernoctaciones. Las neveras de cafetería se utilizaban para abastecer a la clientela de autobús o viajeros que hacían parada en “Zagala” de forma esporádica; ocurría lo mismo con la ingente cantidad de bollería industrial que vendían al cabo del día, las marcas les proveían de producto de calidad inferior, a petición del cliente, que solía ser el Emilio.