viernes, 30 de marzo de 2018

Pasión y muerte de Lluis Companys president de la Generalitat 3/3

Víctor Gay Zaragoza 
“El Defensor” – 2015

El fossat de Santa Eulàlia. Monumento al president Companys en el lugar donde fue abatido por el fascio.
(Fotografía propiedad de Jordi Puig)

Cuando por fin llegaron al Fosar de Santa Eulalia, Companys se relajó de nuevo. Debajo de su fino bigote una sonrisa embelleció su rostro. Se despidió de todos los miembros de la comitiva de manera efusiva. A todos les dio la mano. Agradeció al cura haberlo confesado y haber oficiado la misa a aquellas horas. También le dio las gracias al comandante por el trato recibido durante aquellos días. Al juez le agradeció haber expedido los permisos especiales para que sus hermanas lo pudieran ver. 

Cuando llegó el turno de su defensor, Ramón de Colubí, se paró un momento. Se miraron a los ojos. El capitán dio un paso al frente y lo abrazó con fuerza. Companys le correspondió. Después de aquello el reo se encaminó con paso decidido al muro y se dio la vuelta mirando al pelotón. 

Delante de él, a seis metros de distancia, se había alineado un piquete de cinco soldados que dirigía un joven teniente. Visiblemente nervioso, se dirigió hacia el president con una venda en la mano. Pretendía taparle los ojos y darle la vuelta para hacerle más llevadero el trance. Pero cuando el teniente estaba a pocos metros, Companys le dio a entender con un gesto que no lo necesitaría. El joven, sorprendido, regresó a su posición. 

Companys se quitó las espardeñas. Sintió la humedad de la tierra en la planta de sus pies descalzos. Se incorporó y miró a los ojos de los hombres que le iban a disparar. Estos le apuntaron con sus fusiles. El oficial levantó el brazo y se preparó para dar la señal. 

- ¡Per Catalunya! – gritó Companys justo antes de que una lluvia de plomo lo alcanzara. 

El president de la Generalitat cayó malherido al suelo. Todavía se movía y respiraba con dificultad. Su traje de lino blanco estaba desfigurado por los agujeros de las balas y la sangre que brotaba de sus entrañas. 

El joven teniente se acercó a Companys con rapidez portando en la mano derecha una pistola. Apuntó al president, que agonizaba, y le disparó a bocajarro varias veces más. Después se agachó y con la mano izquierda le quitó su mítico pañuelo, ahora teñido de rojo. El militar se lo guardó en el bolsillo de su pantalón creyendo que nadie lo había visto, pero uno de los guardias civiles del grupo se percató del gesto y lo denunció. Un tribunal de honor expulsaría a aquel joven del ejército poco tiempo después.