Carlos Elordi
¡Cogito ergo sum! |
En España la política se ha acabado. No hay más que juegos de manos que no engañan a nadie ni llevan a nada. Y campaña electoral. Permanente, la misma que desde hace años. Todo lo demás está paralizado. En primer lugar, la actividad parlamentaria y el presupuesto, dos pilares básicos del funcionamiento del sistema. Luego el debate, político, sobre el sistema autonómico y su financiación, sobre las pensiones, sobre los graves problemas de la economía y el modelo económico y sobre muchas cosas más. Todo está parado y sin viso alguno de que se mueva algún día. Porque el problema es de fondo y solo se aliviará si empiezan a aplicarse soluciones de fondo. En el terreno de la política, por supuesto.
Cuando hace cinco años Podemos entró en la escena como un rayo que lo conmovió todo, analistas de variopintos colores concluyeron que se había iniciado el principio del fin del bipartidismo, el mecanismo mediante el cual el PSOE y el PP, aupados sobre la normativa política creada en la transición, habían monopolizado el poder durante tres décadas. Algo más tarde, Ciudadanos dio nuevo vigor a esa idea. Pero ese proceso aún no ha acabado y mientras no lo haga definitivamente, generando un nuevo cuadro que hoy por hoy parece impensable, la política española seguirá bloqueada, incapaz de atender a las demandas de la sociedad y de la realidad de cada día.
Los dos partidos tradicionales se resisten, y no con poca fuerza, a asumir el nuevo escenario. Sufren pero aguantan. Sin futuro, pero con un presente al que no están dispuestos a renunciar. Por instinto de supervivencia, comprensible cuando se trata de miles de personas que solo viven de la política y, sobre todo, cuando su adscripción partidaria es una seña de identidad personal, su razón de ser social. Pero también porque los nuevos partidos aún están lejos de consolidarse como alternativa.
La dinámica de Podemos se ha frenado. Nació para ir a por todas, y cuando lo hizo, ese planteamiento no era del todo insensato. El sistema hacia agua por todas partes, la gente estaba harta de los que mandaban o habían mandado, la crisis económica y social hacía estragos. Luego bajó un tanto la intensidad de esas cuestiones. Y se produjo una reacción conservadora. Que fue precaria pero que permitió que tanto el PP como el PSOE capearan el temporal. Y Podemos tuvo que aflojar el acelerador. Y limitarse a dar la batalla por la hegemonía en la izquierda.
No la ganó. Aunque avanzó mucho, hasta posiciones en las que probablemente se mantendrán durante bastante tiempo, pero se quedó lejos de esa meta. El PSOE ha aguantado. Sufriendo graves traumas internos, dividido, sin proyecto, pero siendo aún una referencia para una parte significativa del electorado. Y firmemente decidido, aunque en algún momento dijera lo contrario, a no establecer alianza alguna con Podemos, a esperar las posibilidades de volver al gobierno procedan de otras latitudes, nunca de un partido que está a su izquierda.
La situación no es muy distinta en el otro lado del espectro. También el PP ha aguantado, aunque dejándose en el camino muchos electores y no poco poder. Y Ciudadanos sigue siendo solo la segunda referencia del centro-derecha, aun cuando últimamente haya un dado un gran salto hacia delante en su pugna con los populares. Que es, desde que nació, el punto principal y determinante de su proyecto político.
Los unos resisten. Los otros siguen atacando, con distinta fortuna según cada caso y momento. Y mientras esas pugnas no produzcan resultados, resistir y atacar -el PP y Ciudadanos en un lado, el PSOE y Podemos en el otro- y no hundirse en esos empeños, concentrarán todas las energías de los cuatro partidos.
Ningún puente, ningún acuerdo y, por tanto, ninguna forma de política destinada a atender a los problemas de España y de los españoles, será posible mientras algo no cambie en esa guerra que ya dura demasiado. Todo seguirá bloqueado a la espera de que unas nuevas elecciones digan cómo va la cosa, si hay o no cambios, si hay vencedores o vencidos.
Y tendremos que seguir asistiendo al insoportable espectáculo que esos cuatro actores nos ofrecen desde hace años. A las declaraciones sin contenido, a las pullas de colegio, a las maniobritas únicamente destinadas a tocarle las narices al contrario. Y a las encuestas que tantas veces no aciertan al final.
La crisis catalana es el más claro ejemplo del desastre a que conduce tanta inanidad. Porque está rotundamente claro que en un país normal, en el que hubiera una vida política normal, las cosas nunca habrían llegado al punto en que han llegado y mucho antes de eso se habría pergeñado una vía que impidiera la ruptura.
Hoy, cuando la situación parece que ya no tiene arreglo, que solo puede ir a peor, produce melancolía recordar esas oportunidades perdidas. Y no solo porque Rajoy fuera incapaz siquiera de imaginárselas, sino, en parte, también por culpa de los demás. ¿O es que el PSOE, o incluso Podemos, no pudieron en su momento jugarse unos votos proponiendo a los otros partidos españoles un acuerdo aceptable por todos ellos para ofrecer una negociación a los independentistas antes de que fuera demasiado tarde? No, porque todos ellos estaban en otras cosas, en su campaña electoral, o incluso esperando que la crisis catalana les beneficiara en ese camino. Y, matices aparte, ahí siguen.
Hablemos del tiempo, tanto debatir sobre este Gobierno resulta cansino |
Hoy esa crisis ha dejado de ocupar las primeras, a las que sólo vuelve cuando a alguna de las partes se le ocurre alguna estúpida iniciativa, como la que mantiene el PP contra el modelo de enseñanza catalán, que nunca llegará a concretarse. Y lo que mandan son los procesos por corrupción. Que tienen morbo, sí. Que pueden hacerle perder más votos a un PP que ya no es capaz de quitarse ese peso de encima y que puede estar temiendo que un día la cosa se ponga tan mal que lleve a alguno de sus actuales dirigentes a la cárcel. Pero se quiera o no, son cosas de hace un tiempo, de un momento en el que no se dieron las circunstancias para que la corrupción acabara de verdad con el PP. Y se permitió que reaccionara.
En estos días manda eso. Y las encuestas que sugieren la posibilidad de que Ciudadanos gane al PP en unas próximas elecciones. Si las cosas se hicieran siguiendo la lógica de los hechos éstas tendrían que celebrarse ya, con la esperanza de que eso acabara con una parálisis política que puede generar problemas terribles a este país. Y no sólo en la economía. Pero la lógica está desterrada. Aquí mandan los cálculos. Los del PP, que tiene la papeleta de tener que afrontarlas con un nuevo líder. Y los de Ciudadanos, que por muy bien que se lo pinten los sondeos, aún no puede estar ni mucho menos seguros de si lo mejor es esperar o no.
Moraleja: que la agonía del bipartidismo, del viejo modelo de poder político, va a seguir. Muy tocado, pero sin variaciones sustanciales en el horizonte político previsible. Y tendremos que escuchar lo mismo que unos y otros dicen desde hace mucho tiempo, sin la mínima variación. A algunos, en la derecha y en la izquierda, eso les reconfortará. Porque lo entenderán como que los suyos se mantienen firmes. A otros les descorazonará. Y puede que estos últimos sean muchos.