jueves, 29 de marzo de 2018

Pasión y muerte de Lluis Companys president de la Generalitat 2/3

Víctor Gay Zaragoza 
“El Defensor” – 2015

Mapa de Europa en 1940 cuando fue fusilado Lluis Companys. Entonces se dijo que era acorde con la Ley.

Castillo de Montjuich, Barcelona, 15 de octubre de 1940 

En la pequeña capilla del castillo se estaba celebrando una misa a petición del condenado. La capilla era una pequeña habitación situada en una de las esquinas del patio de armas. La decoración era austera: cinco bancos y un humilde altar presidido por un crucifijo con Jesús de Nazaret agonizando en la cruz. Lluis Companys se había confesado antes de empezar. 

En la primera fila de aquellos bancos estaba sentado el defensor, Ramón de Colubí, que contemplaba la escena en silencio. Observó cómo el cura levantaba el cáliz y después de alzarlo se ponía de rodillas. Rezó. Companys, arrodillado, se inclinó para rezar con él. Tras levantarse pasó la copa a Companys, que absolutamente concentrado hacía de monaguillo ayudando en la eucaristía. Companys repetía el mismo ritual que hacía de niño en la iglesia de El Tarròs. 

- ¿Hay algún fragmento que quiera que leamos? – oyó Colubí que le preguntaba el sacerdote a Companys. 

- El que usted elija, padre – le respondió Companys. 

El religioso asintió con gravedad. - Leeré una bienaventuranza, senyor Companys

Su voz empezó a sonar entrecortada -. Bienaventurados aquellos que sufren persecución por la Justicia, pues de ellos es el reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los Cielos será grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros. 

Después de la lectura Companys y su defensor comulgaron. Colubí sentía cómo se aceleraba por momentos el latir de su corazón. Una fascinante y triste inquietud le hacía cosquillas en la barriga. Tras despedirse del cura regresaron a la celda. Allí Colubí miró una vez más a su defendido. Companys estaba tranquilo, sereno. Después de quitarse la americana fue hasta un rincón de la habitación. De allí volvió con una botella de coñac. 

- Mis hermanas me han traído esto – dijo Companys alzando la botella -. Si te parece bien nos la podemos beber juntos. Colubí asintió contento. Descorcharon la botella y se sirvieron el contenido en dos vasos de metal.