Ayuntamiento de Alcázar de San Juan |
Tenía que resultar rentable - pensaba Manolo – que era el encargado de llenar el maletero del inspector de turno con todo tipo de obsequios, incluidos jamones de buena marca y bebidas alcohólicas de importación, además de invitarle a todo tipo de consumiciones, normalmente se trataba de platos de jamón y queso excelentes, regados con los mejores vinos. El sistema utilizado para mantener la fidelidad de las grandes flotas de camiones consistía en el relleno de facturas falsas por medio de las máquinas de facturar de la bandera de la estación, es decir, de la petrolera correspondiente, la que les abastecía; esas facturas ascendían a muchos miles de pesetas y se utilizaban para cuadrar balances fiscales con Hacienda, no se entregaban a los conductores sino a empleados de la empresa que visitaban la estación de forma periódica, con pedidos de facturación y matrículas de sus vehículos con expresión de las fechas de los falsos repostajes.
Esta idea se le había metido en la cabeza al cabo rojo de regulares con motivo de la visita de uno de sus compañeros de cuartel, a quien relató lo sucedido con el canalla de la gasolinera, y que le ayudó a preparar el plan de intrusión en la instalación; decidieron se llevaría a cabo de noche, a través del tejado y de la buhardilla sin ventanas que coronaba el edificio principal. La oficina se encontraba debajo de aquella buhardilla, que más bien parecía un palomar y podía estar repleto de palomina, necesitaría proveerse de botas de goma altas y deshacerse de ellas al término de la operación. Además precisaba de linterna, palanca y destornillador para perforar con limpieza el bombillo de la cerradura de la oficina; la palanca le ayudaría a reventar una red metálica que separaba la buhardilla de la escalinata. La cogería del almacén del hostal donde había de todo y se desharía de ella en alguno de los pozos colindantes.
Tendría que ser en noche de domingo, al ser la única de la semana que permanecía cerrada la estación y sin otra iluminación que la de emergencia; tenía a su amigo que, desde Palma del Río, se dirigiría al propietario de la gasolinera para tratar de llegar a acuerdos, bien de tipo económico o - quién sabe, le recordó el ‘lejía’ aquél – si se procedería a su readmisión. Manolo pensó en el dinero, no veía cómo salvar su matrimonio, la Luisi aquella, su mujer, era una total inmadura – pensaba Manolo hacía semanas – así que se trataba de conseguir pasta, había pensado en reclamarle dos años de sueldo, a cobrar directamente en las oficinas y a la vista, no quería traiciones que le llevaran al Juzgado y peligrara su reenganche en la Legión, a poder ser en el Tercio ‘Duque de Alba’ y acuertelamiento en el Serrallo de Ceuta. Solo echaría en falta a su pequeña, a quien vendría a ver en los permisos; seguro que su suegra, la Isidra, que era persona muy decente, al igual que su marido, se ocuparían de la niña, mientras la madre puteaba a su gusto en los pueblos del entorno.
En “Zagala” la consigna era hablar poco de Javier, ya repuesto hacía unos meses, aunque con algunas secuelas, su hombro derecho había perdido un 30% de movilidad en rotación, y los costurones de las heridas provocadas por la sierra del machete criminal tardarían en recuperar tejido perdido. El muchacho fue indemnizado con generosidad, gracias a la intervención de la hija mayor a instancia de su marido Teodoro, que veía la jugarreta que preparaba Diego con el apoyo del inútil del Emilio. Isidra sugirió a los padres, con gran amabilidad y buen tino, que vería conveniente que organizara su vida profesional fuera de La Encomienda, aunque – ella lo vio lógico así – viniera al pueblo de visita a su familia. Expresó su petición al tiempo que les entregaba un talón de dos millones de pesetas a cobrar en Madrid, en la sucursal de Orense. Si hacemos caso de quienes allí siguieron, no volvieron a saber nada de Javier, dedicado a su único oficio, la hostelería, gracias a comentarios de parientes del agredido aquella noche de amor y odio. Eulogio tardaría un tiempo en verse liberado de toda responsabilidad penal, de su cuenta, claro, el año que pasó en prisión y el desprecio de los suyos, a excepción de María, que le trató siempre con consideración, al suponer que aquel hombre había expiado su culpa y, en el fondo – explicaba siempre María – se trataba de un enfermo, al que se había de respetar.
La camarera de las tetas grandes hacía tiempo que había marchado de “Zagala”, se presumía que ya estaría casada con el novio de toda la vida y, en general, las personas se iban haciendo mayores, como los edificios en los que ubicaban los hostales, uno de los cuales amenazaba ruina, y se hablaba ya de proyectos de reforma, los tres hermanos estaban de acuerdo en el reparto por iguales partes decidido por el padre, la madre era garante del cumplimiento del mismo.
En 1994 comenzó la recuperación, lenta pero segura, dejábamos atrás la recesión y el paro bajó al 22% de la población activa, a pesar de lo cual el PSOE felipista no levantaba cabeza y se vislumbraba su cercano hundimiento, éste ocurriría en dos años, al romper sus pactos los nacionalistas; seguíamos endeudados y con la Seguridad Social en quiebra técnica, como ya se ha dicho. Los socialistas, verdaderos expertos en el ‘agit prop’, controlaban con mano férrea los medios de comunicación, a excepción del periódico ‘El Mundo’, que no paraba de ganar cuota de lectores, y contribuyó de forma decisiva al naufragio de este partido socialista, que se había corrompido hasta las entrañas. En el sudoeste español continuaba la censura de prensa.
En “Zagala” cundía la desazón, volvían a estar en boca de todos por el desgraciado accidente de Manolo; había conseguido entrar en el edificio de la estación de servicio, una noche fría de Enero, sin problema, ya que la escalada resultó pan comido para alguien con esa preparación física, subió a través de los enrejados, incómodo por las pesadas botas de agua pero seguro. Una vez dentro de aquel asqueroso palomar, ayudado por el haz de luz de su linterna, reventó de dos palanquetazos la ventana de tela metálica y accedió al interior embaldosado, cálido y acogedor. Entrar en la oficina no supuso problema, una vez dentro extrajo un cigarrillo players navy cut de su lata metálica y se sentó unos minutos mientras lo disfrutaba; conocía el lugar exacto donde se guardaban los impresos oficiales de las descargas de los últimos meses y rebuscó hasta encontrar, en el viejo archivador metálico situado junto a la pared del recinto que hacía las veces de archivo-almacén, varios documentos correspondientes a su época, anterior a la incorporación a filas, su olfato le dijo, a la luz de la linterna, que aquellas costumbres no habían variado, tal y como había llegado a entrever fugazmente en las dos últimas semanas en que fue reincorporado, sin que le permitieran firmar ningún impreso de la máquina de sondas, el equipo electrónico que controlaba los volúmenes de cada una de las descargas, tanque por tanque, y que incluía el nombre del conductor del camión cisterna descargado.
Guardó todo en una bolsa de tela que llevaba en bandolera y la colilla apagada del cigarrillo inglés volvió a la lata, después de esparcir la ceniza por el suelo de la oficina; era medianoche, a su mujer le había dicho que tenía un trabajo como guardaespaldas de un empresario que había recibido amenazas provenientes de sicarios de los socialistas de La Encomienda, que, diez años después de alcanzar el poder municipal, actuaban ya como organización criminal, al amenazar y extorsionar a comerciantes y pequeños empresarios. Los sicarios, desgraciados de la vida y alcohólicos en la mayoría de los casos, constituían un peligro real ya que obedecían ciegamente a dos elementos, antiguos miembros de Falange, que pertenecían al Consistorio.
Confiado por los buenos resultados, se dispuso a descender por aquel enrejado a modo de escala, y fue al girar el torso cuando una de las botas enganchó el pico triangular que adornaba cada final de reja provocando un trastabilleo que le hizo perder el equilibrio y caer al vacío. Rota la espalda y con la caja torácica prácticamente separada del pecho, permaneció inmóvil, consciente de que la vida se le escapaba, las heridas en el cráneo sangraban profusamente y le impedían la visión, tardó poco en perder el conocimiento. El cadáver de Manolo fue hallado en medio de un gran charco de sangre por el conductor del camión de la basura a las tres y media de aquella fría madrugada de lunes. Personadas las fuerzas de seguridad no pudieron sino llamar a una ambulancia que se vio obligada a permanecer a la espera del Juez ante la comprobación del fallecimiento del joven. Durante la investigación salieron a relucir los papeles encontrados en aquella bolsa que colgaba del cadáver. La documentación no fue tenida en cuenta por la fiscalía, al tratarse de un robo con escalo y destrozos, pero sí fue tenida en cuenta por la compañía de bandera, de las más importantes del país, que proveía a la estación con su marca. El propietario no pudo hacer frente a la multa por importe de veinte millones de pesetas que le fue impuesta meses después, viéndose obligado a cerrar la gasolinera, que pasaría a otras manos al poco tiempo. El propietario sancionado era un tipo sin escrúpulos, un hijo de la carretera, que equivaldría a ser un gángster de poca monta, experto en explotación laboral, y absolutamente mendaz, como demostró en los interrogatorios a que fue sometido durante la investigación de aquella caída al vacío, enorme tragedia humana que unió, siquiera fuera durante unos meses, a los vecinos, conscientes de que aquellos negocios, situados en la gran autovía, hacía poco más de un año inaugurada, no les reportaban beneficio alguno.
El matrimonio había accedido a la vivienda que había sido de Eulogio y Mercedes, siguiendo las instrucciones de Isidra, madre de Luisi e hija mayor de Demetrio, que previamente había tenido el detalle de consultarlo con su madre, Rita, perfectamente lúcida, aún dedicada al recuerdo de su marido, pero muy pendiente del clan, con plenos poderes como madre y representante del desaparecido Demetrio, su esposo querido. Ellos dos estrenaron muebles y electrodomésticos, y no había huella alguna de cuanto aconteció aquella noche trágica; lo cierto es que estaban encantados de vivir en el reestrenado piso, hasta entonces se habían visto obligados a vivir en “Zagala”, apretados y faltos de intimidad, si bien es cierto que a la Luisi no le importaba mucho esto último.
La noche anterior a su trágica muerte Manolo se vio sorprendido por su mujer; a la hora de acostarse, Luisi se desnudó del todo y perfumada se introdujo entre las sábanas, ante el gesto de asombro del hombre, que estaba a punto de salir de la habitación para fumar uno de sus cigarrillos ingleses traídos de Ceuta, dudó acerca de volver, pero al final se decidió por acudir al débito conyugal que se le ofrecía de forma tan explícita. El cuerpo de la mujer mantenía su tersura juvenil, a pesar de la maternidad, aunque el muchacho prefería descubrirlo poco a poco y no de golpe en desnudez apremiante; no obstante, se atrevió a buscar su sexo entre sábanas en un intento de besarlo que ella frustró de inmediato, actuando como si aquello no le gustara. Realizada la consumación del acto con efusividad y más voluntad que deseo, el hombre volvió por sus fueros y se sentó a fumar un cigarrillo, cubierto con el albornoz de ella, satisfecho, aún convencido de que la relación con aquella mujer había sido un error desde el primer momento.
Aquel niño engendrado en aras de un acto de correspondencia matrimonial nacería sin padre y supondría otra atadura para su madre, aunque sería más exacto decir que para la abuela Isidra que se hizo cargo de ambos niños mientras la hija trataba de rehacer su vida en la vecina Jaén, en casa de unos familiares del padre, donde llegó a formarse como auxiliar de enfermería y a madurar como mujer y madre, convencida de que, si hubieran hablado lo del asalto a aquella oficina, Manolo no habría muerto; dos años después todavía soñaba con él.
En las comunidades deprimidas pertenecer al partido gobernante o, entregarle el voto cada vez que correspondía, era un signo de pertenencia a, una especie de seña de identidad. El PSOE había laminado la cultura en todas sus vertientes; con los socialistas se volvían a representar aquellas comedias de enredo de los años ‘50’; las procesiones de Semana Santa resurgían en su máximo esplendor; llamaba la atención ver a aquellos regidores socialistas enfundados en trajes de color oscuro, con aquellos nudos de corbata grandes y planos, blandiendo bastones o varas de mando que semejaban huéspedes en sus manos, regalando gestos, simples tics de tono facial, a quienquiera que fijara su vista en ellos, no digamos a los militantes que se hacían de ver; aquello era una astracanada de proporciones considerables, solo comparable a gestos de satisfacción como los que expresaban los miembros del clero local y asociaciones afines. Las procesiones eran interminables, y los vecinos aguantaban estoicos el final de las mismas, a muy pocos de ellos se les ocurría abandonar la fila o el puesto en las aceras que tanto les había costado conseguir. En Oriente Próximo, en la cuna de las civilizaciones, EEUU atronaba cielo y tierra en defensa de los valores occidentales y cristianos, con la consiguiente pérdida de lo mejor de su juventud, y la España profunda volvía al siglo XIX de la mano de señoritos de un nuevo cuño, políticos fogosos, a la búsqueda de placeres como nunca soñaron, en el ejercicio de un poder dictatorial, conscientes de su incapacidad supina para iniciar cualquier tipo de debate enriquecedor, verdaderos asnos con acceso al poder y al dinero, muy cercanos el uno del otro. Todo aquello, la vuelta a la incultura y a los tótemes de orden religioso, y la retro cultura del madero, en los albores del siglo XXI, que se acercaba de forma inexorable. Se hacía necesario mantener aquella ficción, es por ello que los socialistas se aliaron con el clero local; cualquier atisbo de modernidad ponía en riesgo ambos poderes, el religioso y el político. Se llegó a un punto de no retorno al dificultar la implantación de empresas en la región; ya se ha dicho por activa y por pasiva; de hecho todo formaba parte de una vasta hoja de ruta que les mantendría amarrados al poder; las compañías traían consigo profesionales y técnicos, o los demandarían allí donde se ubicaran; los cuales exigirían ciertos niveles de cultura y ocio para el desarrollo o simple desenvolvimiento de sus vidas, así como una educación para sus hijos y centros lúdicos para los jóvenes, también una cierta desacralización ya que era impostada.