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Claro que hubo catalanes dedicados a la trata de negros, al comercio de esclavos, que había sido abandonado por los ingleses en el siglo XVIII, y terminante es que hubo mucho mal trato a aborígenes por parte de catalanes en Cuba, también por algún que otro gallego en Argentina y Uruguay. Pero constituían las excepciones a la generalidad; son bien conocidos en algunos pueblos del Maresme Catalán: los Maristany y Xifré; y en otras comarcas o veguerías, donde son famosos Suma i Martí y Vidal Quadras, entre otros reconocidos esclavistas. Ello no es óbice para reconocer el trabajo que los catalanes de aquella diáspora económica llevaron a cabo en los inmensos ingenios azucareros y en las vastas plantaciones de tabaco, grande riqueza que revirtió a España y más concretamente a tierras catalanas, como resulta obvio.
Furibundos anticatalanistas con vitola de historiadores rigurosos tratan de justificar a aquellos burgueses castellanos que se dedicaron a comprar títulos nobiliarios para oficiar toda su vida de rentistas, vulgo parásitos, en base al castigo que les imponían los ‘borbones’, en cuanto a dificultades para ejercer el comercio; lo cual es una verdad a medias. Es cierto que hubieron de contratar testaferros catalanes para determinadas prácticas de comercio, entre otras el tráfico comercial con Cuba; lo es también que aquellos invirtieron sus riquezas en industrializar la Cataluña de sus mayores y convertirla en locomotora del resto de España, y los castellanos, al revés, utilizaron aquellos enormes caudales para construir palacios y dedicarse al dolce fare niente, acorde con su escasa laboriosidad, en dedicación a la vida opulenta y a mesarse las barbas o atusarse los cabellos.
El castellano del siglo XX es poco laborioso en general, resulta atávico en él y ello debido a sus estructuras sociales y económicas, muy endebles todavía. Ese castellano aventurero y hacedor fuera de la tierra, acoplado a diferentes estructuras de producción, deviene en trabajador sin cansancio; prueba de ello la tenemos en la emigración a las Vascongadas y Cataluña, donde fueron ejemplo de productividad, entereza, lealtad y honradez; les hemos visto levantar de la nada estructuras fabriles o portuarias, incluidos altos hornos y acerías a lo largo del siglo XX en las zonas industrializadas del país.
Demetrio falleció a finales del año del Señor de 1989, de quien recibió una muerte dulce al lado de su querida esposa, sin un gemido postrero, falleció al dormir, durante el sueño, algo solo reservado a los afortunados. En él se dieron cita muchos de los condicionamientos de aquella Castilla que salía de la guerra civil, de la contienda fraticida; en él se concitó el bien y el mal, no sabemos en cuanta proporción el uno y el otro. Fue símbolo de explotación, quasi esclavista, al tiempo que defensor a ultranza de un paternalismo mal entendido, por injusto y castrador. Bien cierto que la vida le puso en su sitio al rodearlo de fantasmas de los que no pudo deshacerse a lo largo de toda su vida, ya que, a fin de cuentas, se trataba de sus propios fantasmas, que se habrán vuelto a reunir con él allá donde esté. Rita, su querida esposa, hizo un último esfuerzo por apartar de él los fantasmas compañeros y se negó a darle sepultura junto a su madre; dio tierra al marido en La Encomienda, donde no recibe otras visitas que las de sus familiares, que no se prodigan mucho en tal empeño. Ella, Rita, la amantísima esposa, llegó a centenaria, sin regalar a los hijos ninguno de sus secretos; todas las mañanas hablaba con él, aunque no de todo, ya que le ocultaba lo malo del presente y lo que faltaba de desgracia por venir.
A imagen y semejanza de su admirado Caudillo no dejó todo ‘atado y bien atado’, antes por el contrario, todo quedaría desatado y al albur de situaciones complejas mal gestionadas por sus deudos; la segunda generación ya estaba subida al carro del despilfarro desde el minuto uno de su desaparición física; recién finalizado el duelo, a los pocos meses, aparecieron dos cochazos mercedes de alta gama, uno de ellos de muy alta gama, adquiridos por los varones, que tuvieron el detalle de elegirlos negros para que todos supieran que seguían de luto. Se iban a enterar los comendadores, debieron de pensar ambos hijos. Llegaron en un camión alemán desde Stuttgart y habían sido pagados encima de la mano, como correspondía a unos nuevos ricos de la deprimida Castilla La Mancha, donde si no te bajabas de un mercedes no eras nadie.