jueves, 30 de agosto de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (034)

Memoria Histórica

“Zagala II” se demostró inversión acertada, no solo porque cubría necesidades a futuro, cuando la carretera nacional se desdoblara, faltaban diez años todavía para esa gran obra viaria, sino porque ejercía de complemento, a veces de contrapeso, a “Zagala”, convirtiendo la novedad en motivo de curiosidad para el viajero, que podía elegir con un simple giro de volante. 

En el pueblo se producen situaciones novedosas por inesperadas, que son consecuencia del buen hacer del alcalde franquista y de algunos próceres del régimen bien situados en la política nacional; estos hombres consiguen dotar a la Encomienda de importantes infraestructuras, entre las cuales destacan el polígono industrial y una estructura sanitaria de la que el pueblo era claramente deficitario. Estos prebostes son conscientes, en los albores de la década de los ‘70’, de que existe una evidente relación entre la falta de recursos materiales, o ausencia de industrialización, y la pérdida de identidad, colectiva e individual, y tratan de evitar que ocurra, e intentan mimetizar las ideas de la clase dominante, inmersa en lo que dio en llamarse el tardo franquismo, conscientes de que la clase dominante impone sus ideas y proyectos en cada época y sociedad; en definitiva, hombres del régimen, muy preparados, que supieron ver con claridad que no bastaba con ser un pueblo de paso, sino que había que dar paso a una futura industrialización, creando para ello la correspondiente infraestructura. 

En “Zagala” se comprueba que las nuevas inversiones de Demetrio (nunca consiguió el don) son acertadas, incluida la construcción del nuevo hotel, al tiempo que se cierne sobre ellos el peligro de morir de éxito y ello debido a la política de personal, mal pagado y peor alimentado, no tanto en cuanto a la cantidad de la ingesta sino en referencia a la calidad de la misma, viven un gran descontrol que se manifiesta en hurtos dinerarios, los billetes desbordaban casillas de las famosas registradoras de timbrazo y el control era inexistente, ya que eran los propios guardianes, en tanto miembros de la familia y dueños de los caudales, quienes echaban mano de los mismos sin rendir explicaciones y según les venía de necesidad imperiosa. 

Demetrio empieza a ser consciente de que su errática política salarial, más propia de peculio asignado al albur, que de salario regulado, atrae a empleados y miembros del clan a disponer de los dineros de las cajas. Junto al trapicheo de caudales, que fue en aumento, aparecen las relaciones íntimas entre empleados y miembros del clan; relaciones no siempre consentidas, sino producto del acoso acompañado de dádiva generosa. A la explotación laboral se le une la sexual, siendo los máximos responsables, al inicio de los ‘70’ los hijos del magnate hostelero, que campan por sus fueros y acosan a las muchachas, fuerza laboral de la que disponen en sus establecimientos entre doce y catorce horas al día, muchachas que a muy duras penas consiguen permisos de un día cada quince, a diferencia de los camareros, que ya disfrutan de permiso semanal, en teoría; ya que en la práctica les eran denegados por necesidades del servicio. 

Aquel ambiente libertario que facilitaba accesos carnales y manejo indiscriminado de caudales provocó que se acercaran por los hostales de Demetrio personas de dudosa reputación, los desclasados del pueblo, conscientes de que serían aceptados; como así ocurrió en algunos casos. Hemos de resaltar que los principales acosadores fueron los hijos del patriarca, llamados a dirigir en pocos años este emporio cimentado en la carretera nacional, sin el menor contacto profesional con el resto de establecimientos hosteleros de La Encomienda. Acosaban a empleadas de otros pueblos que, en ningún caso, denunciarían tales prácticas, por miedos atávicos al señorito o patrón. 

Ciertamente, las relaciones entre empleados eran consentidas y tenían lugar dentro del propio establecimiento, al disponer de una red de habitaciones, servicios y pasillos, amen de grandes naves vacías e instalaciones de almacenaje. “Zagala” deviene en una gran casa de lenocinio sin pupilaje, situación aceptada de facto por la familia dirigente, siempre que no se perdiera del todo el control de la situación. Se casa el hijo pequeño de Demetrio, muy joven, su prometida María estaba embarazada y aparece recomendada por la familia de la esposa del mayor, Diego, que aporta muy buenas referencias sobre la muchacha.