sábado, 18 de agosto de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (032)

Ayuntamiento de Motilla del Palancar (Cuenca)

Demetrio manejaba bien los tiempos y su ocupación principal, llevada a cabo la separación de los dos hermanos y sus respectivas familias sin que se produjeran roces; no olvidemos que la unión entre los hermanos era como el hierro forjado; consistía en hacer de casamentero, en función de los intereses del negocio sumar nuevos miembros a la familia, en ningún caso dejar al albur los posibles enamoramientos inadecuados de sus hijas, la pequeña, Mercedes, era bella, como una muñeca de porcelana, pero, como veremos más adelante, difícil de manejar. 

- Diego, hijo, he vuelto muy preocupado de mi último viaje a Madrid; en el norte y Cataluña van muy avanzadas las obras de autopistas de gran capacidad que, en estos años venideros desplegarán sus tentáculos por el resto del país, y deberemos estar preparados para esa contingencia, en nuestra región hablan de desdoblamientos ya que la iniciativa privada no está dispuesta a invertir aquí, en cualquier caso, esos desdoblamientos semejarán autovías, y los vehículos circularán a gran velocidad, evitando paradas de descanso o refrigerio como hasta ahora. 

- Padre, deberíamos pensar en la construcción de un nuevo hostal justo enfrente, de forma que quedemos receptores de los viajeros de ambas direcciones, de forma que, aún separados por una carretera doble vallada, tanto los viajeros que se dirigen al norte, como quienes lo hacen hacia la Costa del Sol y Levante, encuentren el acogimiento de nuestra familia en los dos establecimientos. 

Diego era la mano derecha de su padre desde que Tomasillo se ocupaba de su propio negocio, Demetrio se incorporó de la silla que ocupaba en la terraza de poniente para atender a Rita que se dirigía hacia ellos con gesto de preocupación. – Mujer: ¿qué te preocupa en una tarde como ésta? inquirió el patriarca con dulzura; - En la barra hay dos hombres que preguntan por ti, dicen ser del Toboso. – Diego atiéndeles tú, con corrección pero que no vean hospitalidad de tu parte, no tenemos relaciones con gente de por allí. 

Rita tomó asiento junto a su marido, al tomarle del antebrazo notó sudor en el mismo, ella no compartía los fantasmas de su amado, más le hubiera gustado hacerlo, siquiera por ofrecerle consuelo; con los años había ido atando cabos y llegado a conclusiones terroríficas que, de inmediato, alejaba de su mente, recordaba aquél sucio uniforme con manchas de sangre, de los tiros de gracia, que lavaba Tomasillo y las botas llenas de barro que, ella misma, había ordenado sacar de casa, coincidiendo con la horrible mutilación y muerte de aquel canalla llamado Justino. 

- Rita, no debemos atormentarnos, mañana bajaremos al pueblo, quiero hacer una ofrenda al sacristán de la ermita del Nazareno como agradecimiento al Cristo por el éxito de nuestro negocio y la felicidad de nuestros hijos, quizás deberíamos haberlo hecho antes. 

Ella estaba más atenta, a través de la cristalera, de la conversación de Diego con aquellos extraños, que parecía transcurrir con cordialidad, al menos eso le parecía, acostumbrada como estaba a controlar cuanto acontecía en el establecimiento y ejercer la debida vigilancia sobre los empleados; parecía que no ocultaba oscuras intenciones aquella visita intempestiva, no hubo más comentarios. Demetrio recurrió a su terapia personal quedándose adormilado allí mismo, una vez que Rita le dejó solo, y Diego no consideró oportuno despertar a su padre, que ya dormía beatíficamente. 

Para nuestro hombre la religión no significaba otro sentimiento que el que se refería al perdón, él aspiraba a que sus pecados le fuesen perdonados; el resto, la liturgia y homilías repetidas con fijación casi obsesiva por aquellos párrocos mezquinos, le resultaban indiferentes. El Cristo era otra cosa, lo vio con lucidez ante el Cristo de la Vega que significaba martirio, sangre, muerte, aditamentos todos ellos que le habían acompañado durante más de una década, en lo mejor de la vida, mientras proyectaba su futuro al lado de Rita y de sus hermanos Tomasillo y Edelmira, en el que incluía el número de hijos que Dios tuviera a bien concederle, ya que todos eran bienvenidos.