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Además de pagarle las sillas de la salita de estar; ella era zalamera, cierto es que con orgasmo incluido, algo que sus amigas casadas aún no conocían y que probablemente nunca llegarían a experimentar. Muchos años antes de la llegada a España de los hombres de negro, para que se hicieran cargo del control presupuestario y de la deuda soberana que llevaría a la asfixia del país; en Castilla La Mancha y Extremadura teníamos a las mujeres de negro; se caracterizaban por su pelo recogido en moños que semejaban espaldares de grandes lagartos; faldas largas que fueron sustituidas por pantalones de corte recto que ocultaran debidamente prominencias de nalgas y muslos y chaquetas saco que despistaran pechos, nunca contundentes. Todo ello sobre zapato plano, a veces de plataforma mínima, y siempre de color negro. La mayoría de mujeres, de esta guisa ataviadas, resultaban inexpresivas y carentes de brillo; que era, a fin de cuentas, lo que se trataba de conseguir, por parte de aquellos varones acomplejados, que, normalmente, tenían menos preparación que ellas, de superior inteligencia muy a menudo, y, por consiguiente, complejas de comprender y por ende de tratar. Nos acercábamos a los ‘90’ con un bagaje sexual más propio de conejos que de seres cultivados en el arte del amar.