miércoles, 3 de agosto de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (114-117)

MLFA, autor
Antigua cárcel de La Encomienda; fue internado Eulogio 'el degollador del machete de descuartizar reses', por poco tiempo, por influencia de Demetrio.

Personados varios familiares y puestos a disposición de las enfermeras para comprobar grupos sanguíneos y proceder, en su caso, a transfusiones de sangre que resultarían vitales para el proceso de resucitación del joven apuñalado, fueron informados del pronóstico reservado sobre su condición clínica. Informado el padre de que el homicida se encontraba a la espera de donar su sangre, caso de que fuera compatible, pidió a los médicos que rechazaran su oferta y a los policías que tuvieran a bien apartarlo de la puerta del hospital; como así se hizo, ordenado por el sargento de la Guardia Civil, quien ya se había hecho cargo del agresor.

Mercedes había sido recogida por su hermano Diego, llegado al poco rato acompañado de la mayor de los Expósito, Isidra, que lamentaba no poder hacerse cargo de la limpieza del piso, con ella venían tres de las muchachas más veteranas, al haberse procedido al precintado del mismo, a la espera de la autoridad judicial que impartiera las órdenes oportunas al Puesto de la Guardia Civil de La Encomienda. Una vez en “Zagala”, la muchacha, después de lavada con agua bien caliente y arreglada en debida forma, se desplazó al Cuartel, acompañada de nuevo por Diego y un abogado amigo de la familia, requerido de urgencia. Allí fueron aposentados en uno de los despachos oficiales, a la espera de que se les tomara declaración; Mercedes estaba sedada convenientemente con comprimidos de Valium, en poder de su madre hacía ya tiempo.

Eulogio permanecía en los calabozos del Cuartel a la espera de acontecimientos, horas antes le habían permitido lavarse la sangre, después de que fueran tomadas muestras de la misma por parte de una enfermera desplazada al efecto, aún no disponía de abogado y la operación se hizo en presencia de dos agentes que actuaron en calidad de testigos; la mujer traía ropa de hospital para el desgraciado, toda vez que le fue retirada la suya propia, embolsada y lista para entregar en sede judicial al cargo del forense de guardia, que se retrasaba lo suyo a la espera del Juez, a quien habían ido a recoger a un pueblo vecino donde se encontraba de visita a sus familiares. Ambos llegaron a media mañana y fueron informados por el Secretario Judicial, que había estado presente en todas las actuaciones; a pregunta de su Señoría sobre el arma, se respondió que estaba a buen recaudo, en dependencias de la policía municipal, obrante desde el primer momento en el lugar de los hechos.

Demetrio permanecía en contacto con un familiar directo de Javier, se trataba de un agente de seguros, que les había contratado alguna póliza tiempo atrás; hombre templado que se avenía a acuerdos, ante la propuesta del patriarca. “Zagala”, enfatizó Demetrio, se haría cargo de todo gasto que pudiera ocasionarse: abogados y médicos de Madrid, que ese mismo día serían puestos al corriente, de forma que desplegaran su red de contactos, tanto en el hospital de la comarca, como en sede judicial; su yerno Teodoro quedaba a su entera disposición para viajes a cualquiera de los destinos, con los dos potentes coches-taxi de su propiedad, el ya viejo ‘Supermirafiori’ y el espectacular ‘Plymouth Sundan’ recién adquirido a través de un cupo de importación. Afortunadamente; el chico estaba de Alta en la Seguridad Social, bien que por el mínimo cotizable. Demetrio aseguró al pariente de Javier que percibiría el salario íntegro, muy consciente de que la Baja médica que le correspondería resultaría misérrima. Para Demetrio se trataba de un accidente y como tal lo consideraría; afectado seriamente por lo ocurrido, Rita conseguiría a Demetrio un buen médico sin contar para nada con la opinión del amado esposo.

Demetrio Expósito se consideraba responsable de lo ocurrido por haber tomado la decisión de encuadrar al canalla aquél en el ámbito familiar y arreglar aquel matrimonio; el viejo empezaba a ser consciente de que el yerno era un enfermo, su fina intuición y su gran conocimiento sobre la condición humana ayudaban a esa comprensión; de hecho sería éste, el de la enfermedad mental, el primer planteamiento que haría a los médicos madrileños que se enfrentarían en el juicio a los forenses. No conocía la expresión clínica, menos aún la jurídica, pero, sin conocer definiciones, esquizofrenia e inimputabilidad se abrían paso en su mente, lúcida como siempre, a pesar de la grave perturbación que sufrían él y toda la familia. Instruyó a Rita para que se ocuparan de Eulogio, todavía en dependencias de la Guardia Civil; se ocuparía Emilio de ello.

El equipo de limpieza, pintores y escayolistas, realizaron un trabajo de excelencia en el piso de Mercedes y Eulogio; Rita ordenó a una empresa de mudanzas de otro pueblo la retirada de los muebles, espejos, cortinas, lámparas y alfombras, incluyendo el mobiliario de cocina.

Una vez descargados en “Zagala” ordenó que se destruyeran; informado Demetrio convenció a su querida esposa de la conveniencia de entregar aquellos muebles y demás complementos a personas necesitadas, siempre que fueran de pueblos bien alejados, ella aceptó y propuso que fuera el sacristán de la ermita del Nazareno quien realizara gestiones en otros pueblos, siendo por cuenta de la familia los portes. Rita ordenó dar fuego al dormitorio matrimonial, incluida la cómoda y los cortinajes a los que había salpicado sangre del muchacho, todos estuvieron de acuerdo con aquel rito de purificación, pidió que se hiciera en terreno propio pero alejado y que comprobaran la combustión total de los restos, para ser esparcidos como ceniza irreconocible, que el viento terminaría llevándose de “Zagala”.

La tragedia no había causado excesiva alarma social en La Encomienda; los Expósito seguían siendo los de la carretera, gente asocial y poco dada a convivir con los del pueblo; de hecho los nietos eran llevados y traídos del colegio por Teodoro en el mismo vehículo que recogía a las empleadas, ello impedía el contacto social entre madres y niños, éstos formaban parte de una tribu, adinerada eso sí, pero como tal aislada del resto de la comunidad vecinal. Muy de tarde en tarde los mayores acudían a alguna representación teatral y disfrutaban de un café al final de la misma; Demetrio y Rita nunca se acercaron al pueblo, era el gestor administrativo quien se allegaba a los hostales en demanda de los pocos documentos obligados que requería su actividad mercantil, no sujeta a los códigos que regulaban la misma, siempre que pudieran hacerlo, aún a riesgo de sanciones que nunca llegaban.

No debe extrañarnos, a los buenos contactos de Demetrio en Madrid hay que añadir la anomia que regía en la región, idéntica falta de respeto por las normas que la que resultaba del común en las vecinas Extremadura y Andalucía; si hablamos de tribus, como resultaba notorio en caso de los Expósito, debemos extender tal consideración, acertada por cierto, a toda la región. Era de dominio público que la economía sumergida mantenía el consumo; así como el clarísimo incumplimiento de normas referentes a la Seguridad Social, Seguridad e Higiene en el Trabajo, y Convenios Colectivos. En aquellas empresas que se sometían al dictado de la legislación en materia laboral, también se hacía trampa al cursar las Altas falseadas en cuanto al salario y calificación del puesto de trabajo, no digamos al pago de tiempo extraordinario y, ya en cuanto a medidas de protección se refiere, aquello era el acabose, hasta el punto de que el intento de asesinato, con premeditación y alevosía, incluso con el intento de ensañamiento al repetir el apuñalamiento, mereció la calificación de accidente por parte de Demetrio; satisfechos en la familia, es una forma de exponerlo con respeto, de que no llevara el rifle con munición de posta recién comprada, lo que habría destrozado a la pareja y hundido para siempre a todas aquellas familias, incluso a la tercera generación, que ya apuntaba maneras.

Emilio había conseguido un abogado de Valdepeñas para que se hiciera cargo de la defensa de su cuñado, a la espera de obtener las representaciones legales del despacho de abogados madrileño contratado por el patriarca; tenía instrucciones muy claras y terminantes del padre, y de Rita también, al respecto del trato correcto que debía dispensar a Eulogio; comenzó así a perfilarse la estrategia de defensa, que se mostraría acertada, aunque Demetrio no llegaría a vivir su propio acierto, ya que fallecería pocos meses después del apuñalamiento. La estrategia no era otra que la calificación del agresor como perturbado mental transitorio, eximente; o llegar más lejos: a ser considerado inimputable, si se diagnosticaba desarreglo esquizoide. Comenzaba para la familia una andadura complicada, todos ellos en la esperanza de que los forenses aporten conocimientos científicos, en especial sobre estados psíquicos de pacientes imputados por delitos graves, como era el caso. Unas semanas después Mercedes informaba a su cuñada acerca de su preocupación por la falta de menstruación; ambas acudieron a un conocido especialista en obstetricia de la clínica de La Concepción, llevadas por Teodoro como verdaderas reinas, y la cartera bien repleta; pareciera que Demetrio se despedía de la vida haciendo el bien, todo el que estuviera al alcance de su mano, el dinero ayudaba en el empeño como muy bien sabía el viejo.

El ginecólogo confirmó el estado de gravidez de la desgraciada Mercedes; aquella falta no se debía al impacto emocional sufrido, sino a un embarazo real que, en principio, ya que era muy pronto para saberlo, parecía normal del todo.

La joven reaccionó, sin que lo notaran el médico y su cuñada, haciendo cuentas con los dedos, las manos ocultas en el regazo bajo el reborde de la mesa de la consulta, y tardó poco en conocer que estaba preñada de su marido, no podía ser de su amante, algo que le hubiera hecho inmensamente feliz. Al entender María que podía tratarse de un embarazo de riesgo por las presiones a que se vería sometida su pobre cuñada durante la investigación judicial, que se preveía larga, solicitó permiso para hablar con su suegro, de lo que se ocupó Teodoro, que permanecía fuera en una sala de espera, decorada con gusto y la asepsia que uno espera de las grandes clínicas. Se trataba de obtener la autorización familiar para concertar los servicios profesionales del departamento de Ginecología y Obstetricia de la Concepción. Demetrio, sin pensarlo dos veces, accedió a la petición de María. Mercedes quedó registrada en La Concha, adonde se vería obligada a acudir una vez al mes, sin que valiera excusa o demora; el bueno de Teodoro las trasladó con premura al restaurante preferido de Demetrio, junto al Bernabeu.

‘El chincheta’ restaba aterrado, algo malo podía ocurrirle; ni se imaginaba la magnitud de la tragedia, desconocía todas aquellas historias que escuchaba en el pueblo sobre rifles de caza mayor, y machetes de descuartizar jabalíes, eso sin contar lo que la gente añadía de su propia cosecha; decidió no volver a “Zagala” y en un tiempo corto dejaría aquel empleo de mecánico, junto a la propiedad de los Expósito, aunque era más exacto decir dentro de la propiedad, ya que la parcela del taller era propiedad de la familia hostelera. Llevaba dos días dándole vueltas a la cabeza, la solución estaba en salir de allí, no podía dejar La Encomienda a punto como estaba de casarse, pero sí que podría montar algo propio, con ayuda de su familia, en un pueblo cercano, allí donde nadie pudiera relacionarle con la tragedia de “Zagala”, los mismos camareros podrían comentar, si no lo estaban haciendo ya, que parecía ser el confidente del Eulogio de hecho era el único con el que hablaba aquel criminal, al no gustarle servir las mesas y no quedarle otro remedio; no mantenía relación ni con los huéspedes fijos, y los empleados le rehuían. Si los otros jefes les explotaban a más no poder, éste, el Eulogio, cometía actos que resultaban de cierta crueldad en momentos de trabajo intenso, llegando a darles empellones y haciendo gestos obscenos a las muchachas; era despectivo en el trato con clientes del tipo de trabajadores por cuenta ajena, o conductores de camionetas pequeñas, y se fijaba mucho en la ropa y modelo de automóvil y lo tenía en cuenta en el trato.

Eulogio llegaba a coquetear con clientas a las que no le unía ninguna relación, lo que provocó tensiones en ocasiones, sin ser consciente de que al mismo Demetrio no se le escapaba aquel comportamiento a todas luces incorrecto.

El ‘chincheta’ ya no tendría información de primera mano, los empleados le iban a rehuir, con toda seguridad, y en el pueblo pronto dejarían de hablar de aquel trágico suceso, que no había tenido consecuencias para los suyos, nunca llegaría a enterarse de que el patriarca apostaba ya por ayudar a Eulogio al mismo tiempo que al agredido y a su familia; la noche anterior le habían llamado a casa de sus padres dos compañeros del partido, el ‘chincheta’ militaba en el partido comunista y le pedían información de lo ocurrido. El era dado a inventar noticias, o bien a añadir a la realidad su porcentaje de invención, este sistema le servía para ser considerado entre sus compañeros de partido, unos zoquetes consumados, bien es cierto que buena gente donde los hubiera, mal tratados social y políticamente por aquellos falsos socialistas que regían la vida municipal, incluidas en ella la económica y social, el control era absoluto, ya que disponían de topos en todas las empresas, que no eran muchas, que actuaban como bacines o informadores de los munícipes, también en el seno de las asociaciones cívicas.

Poco pudo decirles a los camaradas, que se fueron dando cuenta de la mala raza del individuo aquél que hacía proclamas revolucionarias cuyo único fin era ser tenido en cuenta por el PSOE de La Encomienda, cuyo cupo de ex comunistas ya estaba resuelto; el mecánico de bicicletas quedaba amortizado; años después apareció entre las gentes que intentaban representar a las derecha manchega, sin mucho éxito, por cierto, ya que fue acusado de acoso sexual a una de aquellas dirigentes populares, alcohólica precoz, a la que intentó besar entre botellines y, como diría don Miguel en su grande obra: ‘es que ella tenía marido”. En “Zagala” nunca le echaron a faltar, a pesar de que siempre pensaba en alguna de aquellas hijas o incluso en las cuñadas al momento de meneársela, afición a la que era dado de siempre, y la narración recuerda.