MLFA, autor
Quintanilla homenajeaba a Salvador Dalí, pintor catalán franquista y amigo de Picasso, comunista reconocido.
El primer ataque le sobrevino mientras sesteaba junto a Rita, fue muy breve, algo parecido a un pinchazo, pero no le pasó desapercibido; ella le miraba algo turbada, él sonrió ampliamente y le musitó un te quiero sincero. Al día siguiente mandó reunir a sus hijos y nueras, a excepción de Mercedes, que se haría cargo de la clientela y de los empleados, como ya había ocurrido en otras ocasiones; ella sólo quería saber como estaba su Javier y era María quien le informaba, en tiempo real, del estado del herido, que permanecía estable dentro de la gravedad; al quedar sola, la reunión era en “Zagala II”, trató de compartir su sentimiento con el del resto de aquellos empleados que se habían quedado sin líder, sin darse cuenta se encontró siendo abrazada por la muchacha de las tetas grandes que su Javier magreaba, y hasta penetraba, pero solo un poco, en vez de guardarle ausencia, algo que ella desconocía, el llanto de la muchacha parecía sentido, y es que Javier, además de excitarla muchísimo, le hacía reír todavía más, algo de lo que su novio era incapaz; ella con las simples puntadas de Javier ya se mojaba y se iba hasta el cielo, mientras él se terminaba aferrado a su muslo, siempre el derecho.
En la reunión Demetrio les expuso sus proyectos, se refería, claro está, al futuro de Mercedes; aunque dejó entrever algo que resultaría importante a la hora de intervenir el albacea ante la familia (algo habrían hablado entre ellos dos); albacea que no era otro que su amada esposa, que permanecía hierática a su lado, sin soltar la bocamanga de su chaqueta de lana y cuero; fue breve y conciso, como recordarían tiempo después los presentes; hijos e hijas, manifestó con la mirada puesta en Isidra, tendrían los mismos derechos sobre la propiedad, sin importar los cometidos desempeñados, a salvo de la voluntad que iba a expresar a continuación ante ellos.
Les había reunido para dictaminar dos cuestiones que no admitirían discusión, algo que les rogó con mirada vidriosa; la primera de ellas consistía en la asunción de su responsabilidad en el matrimonio de Mercedes, arreglado por él mismo, a pesar de ser consciente del rechazo de sus hijos y nueras, por lo que les rogaba el perdón a todos ellos. La segunda era una especie de última voluntad, manifestada en vida; se debería dotar al matrimonio de recursos suficientes para adquirir un hostal de carretera, situado a un mínimo de 40 kilómetros de La Encomienda, sin cargas, así como la intendencia correspondiente a un año de actividad, siempre a resultas de la condena que pudiera ser impuesta a Eulogio. Transcurridos dos años, a partir de este día, dicha operación se realizaría de igual manera, siendo los titulares de la nuda propiedad la madre y aquel hijo que esperaba a buen nacer. En ningún caso sería titular el marido de los bienes que se entregaban a Mercedes, Eulogio adquiría derecho de habitación y usufructo y su hija consentiría en el mantenimiento del matrimonio siempre que su esposo por ley se atuviera al tratamiento psiquiátrico que los jueces dictaminaran, algo que estaba seguro de que vendría en ocurrir, pues ese era su pálpito y el Señor les ayudaría a todos ellos. Procedería hacer capitulaciones y convenir - de inmediato - el régimen matrimonial de separación de bienes.
En resumidas cuentas, Mercedes venía en adquirir su independencia del clan convirtiéndose en la propietaria de un negocio que nacería saneado, pero renunciando ante notario a la herencia que, en su día, pudiera corresponderle, al haberla percibido ya en vida; de ello se ocuparían los abogados de “Zagala”. – El establecimiento no llevará el nombre de “Zagala”, de tal manera, - añadió Demetrio – que nunca se asocie lo ocurrido a nuestra familia, ni se genere morbo indebido. – Lo primero, padre – intervino Isidra - resultará imposible de conseguir, pero considero pertinente que se utilice otro nombre.
Rita añadió algo más, - apresurada ella – pues quería volver a su casa cuanto antes; se harían cargo de la reposición de los muebles en la vivienda de la hija menor, de estilo moderno en su opinión, y recordó a todos que en tanto se sustanciaran las cuestiones judiciales, Mercedes permanecería en “Zagala” bajo la custodia del clan y el cuidado fraternal de María; dejaba el espinoso asunto del control de las relaciones con los empleados para otro momento.
Demetrio tuvo tiempo para organizar los cuidados médicos del agresor, bajo el estudio y control de un reputado psiquiatra madrileño que llegó a pedir información en Quintanilla sobre aquella operación sufrida de niño, un plexo braquial, inervación dañada en cuello y axila, que repercutió en el estado psicológico del paciente, amen de provocar su deformidad en brazo izquierdo.
Se ocupó de enviar un ayudante a Quintanilla a fin de que realizara labor de campo y obtener así cualquier detalle, por minúsculo que fuera, acerca de la personalidad del paciente que le habían encomendado. También se ocupó de la atención médica del camarero, como anunció a su familia; Javier estaba a punto de ser trasladado a la Residencia de La Paz en Madrid, los médicos de La Encomienda precisaban confirmar que no había sido dañada la arteria ilíaca externa derecha, con el riesgo subsiguiente de hemorragia interna, al tiempo que se analizara, con los medios de que disponía aquella formidable Residencia, hígado, páncreas y bazo del joven, estaban ciertamente preocupados por el semblante descolorido del paciente, y manchas en rostro y cuello que indicaban malfuncionamiento de aquellos órganos. Demetrio dispuso la financiación oportuna dotando de firma en su cuenta del Banesto, sucursal de la calle Orense, a Diego y Teodoro, por ser éste quien se ocuparía de los traslados y atención de los familiares del camarero, visitas de Mercedes al ginecólogo y transmisión y recepción de datos clínicos y jurídicos a los médicos y abogados contratados. Lo hizo con la finalidad de que la Hacienda Pública no detectara aquella facturación extraordinaria en “Zagala”; conocía de sobra que, tanto los galenos como abogados de reconocido prestigio, admitían pagos en negro, que disiparían cualquier rastro de financiación de aquella gran operación en la que, a buen seguro, se precisaría de la presencia de peritos, algunos de ellos serían reputados neurólogos, además de psiquiatras concienzudos que se verían obligados a desplazarse a La Encomienda y desde allí ser trasladados a la prisión de Alcázar de San Justo, donde permanecía ingresado Eulogio. Teodoro, bien asesorado por su esposa, se convirtió de facto en una suerte de gran patriarca, con pleno apoderamiento de Demetrio; sobre él recaerían enormes responsabilidades, al no tener formación adecuada a la envergadura de los problemas que habría que sustanciar en los siguientes meses; graves problemas médicos y jurídicos que sobrepasaban su capacidad, y a los que se dedicó con toda entrega, generosidad y grande disposición, pero, sobre todo, con buen ánimo, algo que no abundaba precisamente en aquellos días, a pesar de que los hostales seguían trabajando sin descanso. Teodoro se había convertido en el liberado del clan familiar. No por ello abandonó su tarea de recoger y trasladar empleadas a sus domicilios familiares, así como sus habituales y frecuentes viajes a colegios y profesores particulares de paga, al cargo de los nietos. Ausente a menudo, convirtió en ayudante y conductor de sustitución a Pruden el familiar de Isabel, la mujer de Diego, que había sido contratado en sustitución de Nemesio.
En ocasión y necesidad de urgente evacuación, un policía municipal descendió de su vehículo y atinó con la puerta entreabierta del bar de Nemesio, que parecía estar de cierre al ser ya más de medianoche, empujó la puerta para recabar el permiso del dueño y aliviarse de vientre; cual no sería su sorpresa, le comentaría enojado a su compañero, al ver arrodillada aquella hembra apetecible sorbiendo del miembro del ‘Neme’ cual si de un buen polo o helado se tratara. Con la premura en satisfacerse, aquellos dos habían olvidado echar el cierre y de esta guisa fueron sorprendidos por aquella autoridad, que contrajo un poco más su vientre y se llegó hasta un solar cercano donde evacuó su molestia en medio de gratificante petardeo y gran salpicadura que alcanzó sus botas y avergonzó al propio compañero al comprobar tan lamentable estado, azorado y atento ante cualquier presencia indeseada de vecino trasnochador. Daría que hablar aquella fellatio al tomar venganza el policía del apretón.
De un momento a otro se produciría el traslado del herido a la Residencia de La Paz, donde permanecería ingresado y sometido a todo tipo de pruebas, el pronóstico continuaba siendo reservado, a la espera, precisamente, de esas pruebas a realizar en Madrid. Teodoro llevaría a los familiares y los alojaría en un hostal nuevo próximo a la Residencia, ya había contratado la pensión completa para tres personas. Se cometieron fallos, en el momento de grande agitación por la pérdida de sangre, que años más tarde afectarían a la salud de los familiares donantes, por pérdida excesiva de hierro, ya que las transfusiones fueron muy copiosas y realizadas con premura, aquel hospital no disponía de un banco de sangre con reservas suficientes, lo habían instalado recientemente. El trato exquisito que recibían los familiares del agredido, tuvo como consecuencia, prevista por Demetrio, que no se hablara del asunto; la ausencia de una cierta alarma social resultaría beneficiosa, que duda cabe, para el proceso judicial en marcha, en el cual se pedía por parte del fiscal la calificación de intento de asesinato, con agravantes de alevosía, nocturnidad, premeditación, y parentesco, al reconocer el encausado que llevaba en mente agredir a su esposa, añadiendo ante el Juez que no recordaba si lo había llegado a hacer.
Demetrio despachaba a diario con Teodoro, complacido por la eficacia demostrada por el yerno y atento a sus consideraciones, por nimias que pudieran parecer; ambos habían decidido dotar de suficientes provisiones de fondos a médicos y abogados; no olvidemos que el viejo patriarca se ocupaba de costear los gastos clínicos y jurídicos de ambas partes, si bien es cierto que la familia de Javier había rechazado la oportunidad de personarse como acusación particular, en atención a la solidaridad mostrada por los Expósito, demostrada fehacientemente, y constatar que el trato recibido por parte del yerno Teodoro era sentido y de excelencia, hasta el punto de demorar su regreso al hostal con tal de compartir un buen café con leche con ellos, que tenían a bien informarle al detalle sobre la evolución del muchacho, con el ruego de que se lo hiciera saber a Demetrio.
La evolución era lenta, debido a la complejidad de las pruebas a realizar. Los desgarros musculares producidos por aquel machete mortífero comenzaban ya a recomponerse, a sabiendas de que quedarían secuelas por destrucción de tendones. Existía cierta inquietud, al tener conocimiento de que la sangre recibida por el joven había sufrido grave pérdida de aquel óxido nítrico del que hablaban las enfermeras y que provocaba escasez de oxígeno en sangre, que, a su vez, podría retrasar procesos de cicatrización, ellas, las profesionales, de trato muy comedido aunque amable para con ellos, les recomendaban paciencia, llegando a sugerirles que el tiempo obraba en su favor, no en su contra, como podría pensar cualquier profano.
El ‘chincheta’ desapareció un buen día, sin despedirse de nadie de “Zagala”, había conseguido un local a buen precio en la comarca, justo en las inmediaciones de una aldea de agricultores y bodegueros, a unos 12 kilómetros de La Encomienda; preparaba ya su boda, íntima, ya que los padres habían contribuido en gran medida a la compra del taller; el novio disponía de algún dinero, de forma que se hizo cargo del banquete, al que acudieron una treintena de familiares y dos compañeros del partido; amigos, lo que se entiende como tal, no tenía el mecánico. Uno de esos dos, aprendiz de historiador político, escribiría dos años después un libro en el cual se hacía referencia de forma tangencial al ‘chincheta’, unas líneas que dejaban entrever el vínculo entre Eulogio y el mecánico comunista y la posibilidad de que éste contribuyera al corto circuito de neuronas en la mente enferma de aquél. Poco más se supo de este hombre, al menos hasta su reaparición como militante de la derecha en La Encomienda, una especie de cajón de sastre donde había de todo, incluidas tres o cuatro hembras de merecer, que cautivaron al komintern reciclado en protofascista, que entrevió allí la posibilidad de reconocimiento social tan deseado.
El negocio hostelero de los Expósito navegaba viento en popa, también lo hacía el alquiler de parcelas y naves; tal y como había predicho Demetrio hacía ya tres décadas, el pueblo tendría que expandirse en dirección Madrid, abrirse al norte, allí estaban sus posibilidades, llegarían empresas y se conseguiría urbanizar aquel vasto terreno rústico, claro que acertó a medias; poco a poco se fueron vaciando sus naves, él no llegaría a verlo, impotentes ya ante la política anti industrial que llevaba a cabo el socialismo castellano-manchego.
Es obvio que los gobiernos no deciden sobre la política industrial en un país libre, es el propio mercado quien adopta decisiones sobre inversiones industriales, son, en definitiva, las mismas empresas quienes deciden acerca de su instalación en unas áreas de desarrollo u otras, y lo hacen en función de expectativas de rentabilidad, para lo cual tienen muy presentes factores como el valor del suelo, la red de comunicaciones, la existencia de mano de obra cualificada, y un sinfín de factores en función de su propia viabilidad y desarrollo.
En el siglo XIX Cataluña era la región española con más emigrantes en la isla de Cuba, fueron ellos quienes más contribuyeron al desarrollo de la isla; ello en paralelo a la industrialización de su propia tierra, de lo cual se deduce que gran parte de la riqueza que obtuvieron con su trabajo la invirtieron en su tierra contribuyendo a su gran desarrollo. Como ocurre en todos los procesos expansivos y de generación de riqueza siempre hay quien explota al prójimo sin consideración. Un claro ejemplo lo tenemos en el imperio creado por Demetrio Expósito, en La Encomienda; en casi todas las grandes empresas el principal estímulo es el enriquecimiento.