domingo, 28 de agosto de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (124-126)

MLFA, autor
Expo Universal de Sevilla 92 ad maiorem gloriam del tal González, el hombre de las JONS de la democracia tutelada.

El subidón correspondiente al bienio 1991-1992; grandes inversiones y proyectos, entre ellos el satélite de comunicaciones ‘Hispasat’, con la carga de trabajo que suponían, no eran capaces de compensar la recesión por la que atravesaba España, y se nos vendría abajo en 1993; ello hizo que sesudos economistas hablaran de la ‘Crisis Económica de 1993’, siendo así que la crisis venía de 1990, por mor de la recesión y el excesivo endeudamiento del régimen felipista, que así se denominó a principios de los ‘90’. En el sudoeste español algunos le consideraban dictadura socialista, con todo merecimiento. El gobierno de Felipe González aguantó como pudo; nadie le iba a estropear aquellos fastos de Barcelona y Madrid, tampoco la inauguración de las infraestructuras viarias y ferroviarias, para ello contaba con la complicidad de catalanes y vascos que, a cambio, se llevaban a su tierra competencias autonómicas que eran exclusivas del Estado. González, habilidoso y fullero en lo político, sabía que necesitaría de los nacionalistas para gobernar; acertó de pleno, ya al año siguiente, 1993, precisó del apoyo de vascos y catalanes, que en 1995 le dejaron caer, según declararon Xabier Arzalluz y Jordi Pujol porque ‘no se fiaban de él’.

Nada más apagada la última bombilla de la Expo Universal de Sevilla y finalizados los brillantes Juegos Olímpicos de Barcelona, llegaron las devaluaciones de la peseta, que fueron tres, y nuestras reservas quedaron temblando. El final del felipismo se acercaba a pasos agigantados. España sufría la peor sequía de las últimas décadas y el desempleo había aumentado exponencialmente, coincidiendo con el final de las grandes obras de infraestructura. El país entraba en bancarrota y tanto Sevilla como Barcelona se olvidaron pronto. El paro alcanzó el 24% en 1993, a pesar de lo cual el PSOE ganaría las elecciones de 1993, aunque en minoría.

Eulogio abandonó la prisión a finales de 1991, a la espera de que se celebrara el juicio oral, y con medidas cautelares, entre las que destacaba la obligación de presentarse en el Juzgado una vez al mes y seguir un tratamiento médico que le había sido impuesto por los forenses, ya convencidos de que se encontraban ante un enfermo de esquizofrenia. Dicho tratamiento había comenzado unos meses antes en prisión; prescripción de los psiquiatras que había contratado Demetrio antes de su fallecimiento, a petición de los abogados. Parecía que no existían dudas acerca del diagnóstico, aunque el forense no parecía convencido de ello durante los primeros meses.

Los forenses mantenían la tesis de que se trataba de un psicópata lo cual le haría imputable, mantenían que no se encontraban ante un desdoblamiento de personalidad, característico de los esquizofrénicos, sino ante un trastorno de personalidad del tipo bipolar. En opinión de las pocas personas que conocían al individuo, los forenses tenían razón, claro que ninguno de ellos fue llamado a declarar; de nuevo la Justicia se dirimía entre afamados psiquiatras bien remunerados y abogados de relumbrón, en demérito de médicos forenses bien formados, que se resumían en su condición de probos funcionarios. El seguimiento de Eulogio, por quienes siguieron siendo sus familiares, demostró que el pariente era un psicópata, del que convenía mantenerse alejados. Nadie entendió que se mantuviera el matrimonio; quizás la hija recién nacida fuese la razón y el hecho que aceptara someterse al tratamiento impuesto; algo en lo que incidieron los abogados, convencidos de que conseguirían la inimputabilidad.

También influyó, qué duda cabe, la petición de 13 años de condena solicitados por el fiscal, que como garante de la legalidad quería mantener a aquel individuo a buen recaudo; él creía firmemente que Eulogio estaba en condiciones de comprender el acto que había llevado a cabo y las consecuencias del mismo; este fiscal fue el que consiguió que el agresor declarara que era su intención dar muerte a su burlador, en cambio reconoció que a ella solo quería marcarle el rostro. Siguió el tratamiento de por vida, aunque hubo algún episodio de acoso sexual, del que no resultaría acusado, al tratarse la víctima, como comprobaremos, de una prima de su mujer. Protagonizó diversos episodios de violencia, pero el tratamiento mantuvo controlada a la bestia, de otro lado, la psicopatía pierde intensidad con la edad, al decir de expertos psicólogos que colocan el listón entre los cuarenta y cincuenta años. La pareja llegó a tener otro hijo, por lo que respecta a la esposa, se limitó a cumplir sus deberes como madre y dueña del negocio, y en su madurez cayó en la ludopatía. El negocio terminó en quiebra, se llamó ‘Venta de la Mancha’. El matrimonio vive hoy de sus pensiones, para las que cotizaron como autónomos.

Ese horroroso 24% de parados, la tasa de paro que habíamos alcanzado, nos colocaba a la cabeza de Europa en número de desempleados sobre la población activa; el resto de variables económicas estaban descompensadas, así la inflación campaba a sus anchas, con los precios disparados a pesar de la disminución del consumo de los españoles, debido a la recesión y el déficit público, es decir, la diferencia entre lo que el Estado ingresaba y lo que gastaba; este desequilibrio era del 7% en 1993, una barbaridad.

Si la tasa de paro nos situaba en los primeros lugares entre los países con más paro de la CEE (Comunidad Económica Europea), el enorme déficit nos colocaba en las últimas posiciones; la conclusión era simple y de puro sentido común: aquel proyecto socialista del cambio había sucumbido estrepitosamente; como no podía ser de otra forma, ya que sus dirigentes se habían comportado como nuevos ricos, despilfarrando el dinero público y endeudándonos.

Siendo las comunidades del norte y nordeste de España las más industrializadas del país, González optó por situar su tren eléctrico en dirección contraria; desde Madrid se accedía a la Giralda en tres horas, a su llegada a la estación de Santa Justa, allí, el viajero se toparía con pedigüeños y mendigos, que no le dejarían en paz hasta alcanzar el taxi. La clientela habitual de AVE estaba compuesta por famosos y políticos; en ocasiones se podía reconocer algún empresario que otro, en la mayoría de casos por razón de ocio social o visita turística.

Los catalanes tardarían dos décadas en ver pasar el AVE por sus tierras, los vascos todavía no lo tienen, nos preguntamos el porqué de aquella inversión tan costosa, la respuesta no puede ser otra que la corrupción implícita en las grandes obras civiles y en la compra de maquinaria de alta tecnología, amen de un guiño hacia el electorado andaluz, tan necesario para ganar elecciones en el Estado. Parecería lógico haber dedicado esa fabulosa inversión en dotar de infraestructuras viarias y ferroviarias a la Andalucía interior, enlazando sus principales núcleos de población, de forma que las empresas se sintieran atraídas por aquella comunidad y poner en marcha la industrialización de la misma. Si las regiones industrializadas podían prescindir de la alta velocidad, lo de Madrid-Sevilla parecía un capricho muy caro eso sí, y no una necesidad.

Por el contrario, la infraestructura viaria de Despeñaperros, arteria vital para el desarrollo de la zona, tardaría veintitrés años en ser operativa; atascos y retenciones que suponían entre cincuenta minutos, en el mejor de los casos y dos horas en situaciones punta, se convertirían, veintitrés años después de la inauguración de aquel AVE, en sólo once minutos de trayecto, en condiciones de extrema seguridad.

El viajero de los ‘90’, bataneado hasta la extenuación en paradas consecutivas, desde Europa hasta las costas andaluzas, de forma especialmente cruel entre Madrid y Málaga-Algeciras, cuando no asaltado a lo largo del recorrido, comprobaba anonadado precios y calidades de los productos que le ofrecía la hostelería instalada a pie de carretera; llegaría un momento en que desistiría de consumir en ruta otra cosa que no fueran alimentos aportados por él y su familia; sin olvidar el elevado porcentaje de gasolineras que mezclaban los carburantes de diferentes calidades y eran puestos a la venta al precio del más caro, y la imposibilidad de realizar sus abluciones en servicios y retretes que parecían letrinas de campamentos tercermundistas.

Esta era la realidad objetiva en nuestra red viaria, a excepción de las autopistas de peaje, que representaban otro mundo, demostrando al viajero que España no era el cutrerío consentido por los gobernantes socialistas, que se habían propuesto matar la gallina de los huevos de oro que suponía la industria turística para nuestro país. Ausencia de inspección por parte de ‘Consumo’ que redundaba en descontrol de precios, no digamos ya de calidades, en bares, restaurantes, gasolineras y hostales de carretera, a la caza del viajero atolondrado y cansado, que se veía obligado a parar para repostar su vehículo e ingerir alimento y bebida que le permitieran continuar viaje, a menudo acompañado de su esposa e hijos, que preferían hacer sus necesidades en el campo abierto, antes que en aquellas gasolineras y bares. Cada año era más frecuente contemplar como extraían del maletero sus neveras de plástico, que rellenaban de hielo justo a la salida de viaje, junto a éstas se podía ver el flamante rollo de papel higiénico, que resultaba tan de agradecer en aquellos yermos decorados de pajitos.

Manolo, el marido de la hija mayor de Isidra, había regresado de Ceuta hacía varios meses, recuperada su vida civil junto a su esposa Luisi y la hija de ambos; el regreso había supuesto un desastre ya que, junto al despido que le propinó el dueño de la gasolinera, alegando que su plaza había sido cubierta; fue informado por alguno de sus familiares de que la esposa no le había guardado la ausencia, ella continuó, durante aquel año y medio de servicio militar del marido, haciendo vida de soltera, utilizando a los de “Zagala” para que se hicieran cargo de la niña durante sus salidas, tanto los fines de semana, como a ferias y fiestas de La Encomienda y de pueblos de la comarca.

Había servido en Regulares y sus mejores amigos pertenecían a la ‘Lejía’, eran hombres duros de pelar, que habían encontrado en la Legión un estilo de vida nuevo, diferente de la sociedad de la que procedían, una religión, en suma. Manolo sentía admiración por ellos, y no se había reenganchado debido al profundo enamoramiento que sentía por su esposa, que, de ninguna de las maneras, compartiría aquella decisión. Aunque no dejaría de replantearse la posibilidad de reenganche, su hoja de servicios era impecable; aquellas charlas con los legionarios que volvían de Líbano, Afganistán, Irak, Malí y Senegal se hacían interminables, pero él escuchaba con atención y leves destellos de admiración hacia sus compañeros.

Ante la negativa del dueño de la gasolinera a reubicarle en otro puesto se decidió por presentar una reclamación, para ello se presentó una tarde en el sindicato comunista de La Encomienda, que se avinieron de inmediato a mediar ante el propietario, antes de iniciar la interposición de una demanda por despido nulo ante los tribunales de lo Social. La mediación resultó un éxito y Manolo fue readmitido en la gasolinera, con las funciones que tenía asignadas antes de su incorporación al Ejército. Los sindicalistas no quisieron o no supieron, es más probable esto último, blindar el puesto de trabajo de Manolo; lo que provocó su despido a las dos semanas de la reincorporación al empleo, buscando el despido improcedente que sería sustanciado con la indemnización que le correspondiera por ley. En “Zagala” tampoco readmitían a los milicos.

Aquello complicaba aún más la estabilidad de su matrimonio; dolido ante semejante injusticia, Manolo se dispuso a tomar venganza contra aquel empresario desalmado que, por ley, debía haberle guardado su puesto de trabajo y proceder a su incorporación al mismo al volver de cumplir sus deberes con la Patria. Recordó las trampas que se venían haciendo en la estación de servicio y dispuso un plan de intrusión en el edificio, para el cual se consideraba preparado. Precisaba extraer de las oficinas documentos, que conocía bien, al estar firmados de su puño y letra, con ellos en su poder podría demostrar ante el Juzgado que en la gasolinera aquella, al igual que en otras muchas de la zona, se procedía a la mezcla de carburantes y venta al precio más caro de los productos mezclados.

El sistema habitual consistía en mezclar gasóleos y gasolinas de dos clases en aquellos grandes tanques de la estación de servicio y proceder a la venta del producto así mixturado al precio del de superior calidad, para lo cual sobornaban al conductor del camión que les traía el carburante desde la terminal de carga correspondiente. Se trataba de una práctica habitual en las gasolineras de carretera, en las que los clientes llegaban y desaparecían hasta Dios sabe cuando y, en el caso de que sufrieran averías en sus motores, resultaría difícil, por no decir imposible, que recordaran donde habían repostado sus vehículos; dependiendo de la falta de honradez de los conductores, en algunos casos se trataba de verdaderos desaprensivos, había llegado, su jefe en concreto, a mezclar gasóleo normal con el mismo producto para calefacción, que a buen seguro habría producido graves averías en los camiones que habían cargado allí sus tanques de hasta doscientos litros.

Otro de los trucos consistía en demorar las bajadas de precios del carburante, esto se llevaba a cabo durante los fines de semana, al tratarse de usuarios diferentes, domingueros más atentos a su llegada a destino que a fijarse en los precios del carburante; resultaba peligroso ya que, a pesar de ser clientes de fin de semana, solían estar informados acerca de subidas y bajadas en los precios, aunque no con el conocimiento riguroso y preciso de los clientes de hoy en día.