MLFA, autor
Los asaltantes eran paquistaníes, a veces disfrazados de policías, provocaron el terror en las autovías españolas.
A fin de aliviar tensiones entre los lectores de nuestra saga: les anticipamos que la creación de un cuerpo especial operativo de la Guardia Civil, muy prestigioso en Ciudad Real, conocido coloquialmente como ‘lobos’; y el hecho de que algunos propietarios de bares de carretera, gasolineras y clubes de alterne se dotaran de armas de fuego, acerca de lo cual informaron a las bandas de la A4 a través de intermediarios, fueron parte de la solución. Los viajeros por carretera, en nuestra comarca, eran blanco por entonces de bandas de pakistaníes camuflados como policías, que causaban terror entre marroquíes y franceses, situación que se ocultaba a los medios de comunicación.
A “Zagala” llegaban viajeros de estas dos nacionalidades con el terror marcado en el rostro, con criaturas llorosas y mujeres jóvenes muy asustadas que no acertaban a articular palabra, ya que se habían temido lo peor; en ambos hostales actuaban de igual forma, enviaban a los asaltados al cuartel de la Guardia Civil de La Encomienda, ya que la política de Demetrio era terminante y pasaba por no poner en peligro sus establecimientos, ello suponía el abandono de las víctimas a su suerte, por falta de acogimiento inmediato y consolador.
El tráfico de estupefacientes pasaría a manos de algunos abogados y de políticos de partidos políticos del arco de la derecha, además de directivos de colegios privados, tal y como ocurría en La Encomienda y se pondrá de manifiesto; asegurando que los establecimientos “Zagala” no participaron en ese tráfico, sí lo hicieron, por el contrario, en el tráfico de personas, si bien es cierto que fue después de que falleciera el patriarca Demetrio, bajo la responsabilidad de la segunda generación. Demetrio era desconocedor de que se acercaba su final, lo que motivó que no procediera a una distribución ordenada y racional de su patrimonio, mucho menos que sentara las bases de cómo debería dirigirse su imperio cuando él faltara.
En la “Grandalla” pareciera que el Señor se alejara de los justos, de los limpios de corazón, tal que consideramos de esta manera, sin temor a errar, a Tomasillo y Teófila. Su hija Soraya, tan bella que provocaba admiración en propios y extraños, insistió en un amorío perverso, injusta para con sus padres, ya que sabía que ambos aceptarían sus deseos por encima de cualesquiera otra consideración; el elegido era un amigo de su pródigo hermano Juan, uno de aquellos sinvergüenzas que tiempo después tendrían algo o mucho que ver en el apalizamiento de aquella muchacha que perdió un ojo y devino en enferma mental al poco tiempo, con su respetable familia totalmente destrozada para siempre.
De nada sirvió que la madre, persona de gran equilibrio emocional, tratara de evitar aquella unión; en el fondo ambos padres eran conscientes de que había sido un grave error aislarse del pueblo, enclaustrarse en su isla, donde eran respetados por viajeros de cualquier lugar, y llegaron a echar la culpa de los males que rodeaban a sus dos hijos al infinito amor que se profesaban entre ellos dos, y a tildar su relación de egoísta, tal era su embeleso. Se casaron en 1979. Aquella unión de su querida hija, la nineta del seus ulls (la niña de sus ojos), duró poco menos de un año, la Soraya fue maltratada física y psicológicamente por aquel verraco, y ayudada a salir del trance por su padre, atento y muy pendiente de cada uno de sus gestos y bien informado por gentes de toda confianza. Volveremos con Soraya a lo largo de la narración antes del fallecimiento de Demetrio, que nunca se ocupó de sus dos sobrinos, no por falta de voluntad, sino debido al rechazo de ambos jóvenes a la figura del patriarca del clan.
Aquel canalla continuó acosando a la muchacha durante mucho tiempo, nuestro Señor fue muy compasivo y le incluyó en la lista de desperfectos por sobredosis de heroína, llevándoselo al Hades de los desgraciados de la vida; muertes que resultaban ser dulces al decir de los expertos en drogadicción; dulces o amargas resultaban definitivas para alivio de sus familias y de la propia sociedad, que en esos años vivía en la desazón. El otro hijo, Juan, vivía en el vértigo de los coches, motocicletas y, sobre todo, en el producido por el alcohol, otro de los grandes lastres de esta sociedad, a mitad de camino entre el medievo cultural y la modernidad, donde el ‘muera la cultura’ resultaba obvio en comunidades sin futuro profesional alguno para sus jóvenes.
El consumo de drogas era elevado, alcanzaba a todos los estratos sociales, sin distinción; el más alto funcionario de la prisión de máxima seguridad veía como la droga hacía estragos en sus amadísimas hijas; en la localidad de La Encomienda, hijos de comerciantes y hosteleros relevantes sufrían la secuencia maldita: enganche, hurtos en casa, falsificación de soportes bancarios de familiares y, por último, los robos en establecimientos, y a los pocos años se producía ya su entrada en prisión, después de haber intentado su familia desengancharlos por todos los medios a su alcance, gastando en el empeño ingentes sumas de dinero, y en ocasión todos sus caudales. Curiosamente, no era tema que preocupara a los munícipes socialistas.
Como se ha dicho y subyace en el fondo más profundo de la narración, el fracaso escolar era notorio y el gobierno socialista era consentidor ya que le iba en ello su propia supervivencia; cercanos ya a los ‘90’ la elección era simple, camarero o albañil, por supuesto sin pasar por una previa formación adecuada a tan dignos oficios, lo que convertía a aquellos jóvenes en una mano de obra barata para empresarios sin escrúpulos de los dos sectores o gremios citados.
Soraya, no nos olvidamos de ella, quedó afectada, a pesar de lo cual fue capaz de emprender una vida de trabajo estable, con ayuda de personas que querían bien a sus padres. El mar de alcohol en que nadaba su hermano era ya un océano, ello a pesar de que festejaba con una joven del pueblo, hija de un corredor (intermediario) de melones que no quería saber nada de relacionarse con los de la carretera, especie de gitanos, según decía; era el mundo al revés; el oficio de ‘corredor’, en este caso de melones, pero los había de pisos y fincas, era considerado trabajo de estafadores; o cuando menos, de gremio de baja estofa, cuya herramienta más común era la mentira y la trápala, y se equiparaban a los mercheros, aunque los corredores no eran nómadas, los tenías a mano en los bares del pueblo señalados para tales cambalaches.
También el socialismo imperante había perdido el rumbo, nos referimos al imperante en el país, ya que en la región se convertiría en perenne, la corrupción invadía el ‘felipismo’ y a ella había que añadir el ‘terrorismo de Estado’, trampa saducea en la que había caido el nuevo régimen, al no ser consciente Felipe de que los poderes fácticos le cedían una parte del país, no el todo. Esa parte no era nada desdeñable, en absoluto; Andalucía, Extremadura y Castilla La Mancha suponían, como luego se vio en las elecciones generales de 1986, un granero (así se definía entonces, como ya hemos visto), de voto socialista; pero lo más importante era el poder en las tres comunidades, así como en la mayoría de municipios de las mismas.
El ‘café para todos’, que había comenzado a servirse en Andalucía, frío, muy frío ya que en el referéndum celebrado para ratificar su Estatuto de Autonomía se abstuvieron el 70% de los ciudadanos; realmente, como ocurrió en Castilla La Mancha y en Extremadura más tarde, la autonomía se la traía al pairo a gran parte de la población. Andalucía, es decir, los políticos andaluces, montaron un pollo nacional-regionalista-independentista muy considerable, lo que obligó al Gobierno de Adolfo Suárez a otorgarle la consideración de comunidad histórica, de forma que pudiera acceder a la autonomía a través del artículo 151 de la Constitución, lo que dio en llamarse la vía rápida; mientras el resto de comunidades lo haría por la vía lenta, a través del artículo 143.
La Constitución establecía diversas vías para acceder a la autonomía; resumido podríamos decir que había comunidades de primera, las tres que tenían lengua propia; de segunda, como Andalucía, a la que se definió como ‘histórica’; y de tercera, o sea las demás, que por lo visto no tenían historia y las murallas de Ávila estuvieran ahí desde el franquismo, no antes, claro que transitaras por autopista, carretera nacional o por el arcén, como los tractores, una vez que finalizara el proceso de transferencia de las respectivas competencias, al final del trayecto no habría autonomías de primera o de segunda, mucho menos de tercera, todas las regiones alcanzarían el mismo techo competencial, a excepción de prisiones, policía y hacienda, en los casos de Catalunya y Euskadi, de lo que ya hemos hablado.
Muchos vascos, gallegos y catalanes se dijeron que para este viaje no hacían falta alforjas; los centenares de muertos por las bandas terroristas: ETA, Grapo, Exército do Povo Galego y Terra Lliure, así como los grandes estragos causados, no habían servido para nada. El resto de las regiones accedían a las mismas competencias, con diferencias notables, que favorecían a las autonomías de segunda división, las del artículo 143; ya que Ertzaintza vasca y los Mossos d’Esquadra no estaban a la altura de la Policía Nacional, mucho menos de la Guardia Civil, y no lo estarían nunca, a pesar de los cuantiosos recursos que se emplearon en la creación de esos nuevos cuerpos policiales; y lo de las prisiones, menuda embolada, y encima todos los presos hablaban castellano, por lo que no entendían las instrucciones de sus guardianes.
La diferencia entre la vía del 151 y la del 143 es de premura en la entrega del poder regional a políticos de nuevo cuño, ansiosos por mandar en su tierra y dejar de tener que acudir a Madrid para poder renovar las tapas de retrete de algún instituto de provincias; las del 151 asumían las competencias propias, o bien la gestión de las competencias exclusivas del Estado antes que aquellas que habían accedido a través del 143, éstas lo hacían cinco años más tarde, para que diera tiempo a sus políticos a aprender normas mínimas de desarrollo de programas políticos y sociales y, también para que dispusieran de tiempo para cambiar de vestuario, automóvil y algunos hasta de esposa, con la debida diligencia, que se correspondía con la exigida por el partido.
Muchos de estos políticos de aluvión trataban de imprimir ritmos más briosos a la operación de transferencia de competencias; algunos eruditos lo consideraban un error ya que mantenían que forzar el ritmo podía ser una grave ligereza que podía llevar al fracaso del proceso de transferencias. Todo el procedimiento quedaba al albur de la interpretación del farragoso texto jurídico que constituía la esencia del Capítulo VIII, que era el correspondiente al Estado de las Autonomías, también era necesaria buena voluntad por las partes, algo más difícil de conseguir tratándose de políticos españoles, siempre a la greña y concediendo prioridad a los intereses de sus respectivos partidos, que eran, a la postre, sus intereses personales, en gran medida.
Al grito de ¡Nafarroa Euskadi da! de los nacionalistas vascos: ¡Navarra es Euskadi! que levantó a Erasmo de Rotterdam de su tumba para volver a recordarnos que llevamos la estupidez en los genes, los padres de la Constitución reaccionaron ídem, o sea con tremenda estupidez, y se inventaron la disposición transitoria cuarta que abre el camino a la unión (por absorción) de Navarra con Euskadi, si se cumplen unos requisitos legales bastante facilones de reunir, como se comprobará hacia el año 2025, ‘más menos’ (la primera frase hecha que aprenden los maguebrines al llegar a la península Ibérica). Ambas comunidades forales terminarán unidas, no olvidemos que ya hay políticos radicales allá arriba que aseguran que Nafarroa es la madre de Euskal Herría, no una invitada pariente pobre al convite. Resulta obvio que el Título VIII fue deficiente, jurídicamente hablando, plagado de lagunas, también de obviedades, las menos, y una bajada de pantalones en lenguaje coloquial, que se quiso contrarrestar con aquel ‘café para todos’ de Adolfo Suárez. En definitiva, el Estado de las Autonomías no satisfizo a nadie, si excepción hacemos de los políticos, que habían encontrado (en él) un verdadero filón de plata del Perú, quinientos años después.
No es una licencia atrevida de este autor, Navarra tiene todas las garantías jurídicas para incorporarse libremente a Euskadi, así lo manifestaron algunos de los redactores de nuestra Constitución de 1978. Hoy ese escenario resulta irreal, al estar divididos los propios navarros, algo que se comprueba fácilmente viajando por aquella tierra; ante el viajero aparece una ‘Ribera de Navarra’, prima hermana de las tierras de Aragón, más concretamente de Zaragoza y sus comarcas; de otra la alta Navarra, euskaldun hasta la médula, que mira con desconfianza a sus hermanos del sur, y retiene en sus mentes a sus paisanos requetés, fuerza de choque de las brigadas que se allegaron al general Franco desde el minuto uno del Alzamiento Nacional.
Se habló, entre otras alternativas dentro del proceso autonómico, de una comunidad Madrid-Castilla La Mancha, que, por desgracia para los castellano-manchegos, no prosperó, ante la oposición frontal de los grandes empresarios madrileños, que no querían cargar con el lastre, pesado según ellos, que suponía tirar de una región deprimida económica y socialmente, a la que no veían futuro industrial ni posibilidad de desarrollo social y cultural.