domingo, 15 de mayo de 2022

'La Saga de La Encomienda' - La Mancha - MLFA 2015 - (083-085)

MLFA, autor
En la España profunda los verdaderos centros de poder son las diputaciones; igual ocurre en el País Vasco, curioso ¿No?

La historia les daría la razón; ellos seguían empeñados erre que erre, y utilizaron a sus propios políticos para que se entregara Castilla La Mancha en manos del socialismo, que eran los verdaderos especialistas en el reparto de la miseria. Una incipiente conurbación para Madrid, beneficiosa claramente para ambas comunidades, fue rechazada de plano abrazando la tesis del gran capital, aceptada por aquellos políticos advenedizos y de cortas miras, no dejaremos en el tintero la gran oportunidad que se despreció de un plumazo; claro que hablaremos de la conurbación que no fue y debería haber sido. Es obvio que aquellos políticos listillos dejaron abierta la opción de que Navarra pudiera integrarse en Euskadi; pero impidieron que parecida integración se llevara a cabo entre las restantes comunidades autónomas, otro magno error.

Ajenos al pisto manchego que suponía la redacción de una nueva Carta Magna que satisficiera a todos, la anterior era del año 1931; lo que obligaba a consensuar un texto sujeto a múltiples interpretaciones, al haberse optado por un proceso de reforma política, que no de ruptura, los políticos socialistas, sabedores de que el viento soplaba a su favor, se desentendieron en gran medida y andaban ocupados en la confección de listas, largas listas de diputados, senadores, diputados autonómicos, alcaldes y concejales; y los propios interesados, directos o futuribles con posibilidades, estaban en lo del new look, que incluía decidir si el verde conjuntaba con el azul, o la disyuntiva entre corbatas de tonos pastel o de coloridos decididos y brillantes, algo que tenía a muchos vecinos y amigos estupefactos, al no comprender tanto cambio de pelleja en sus conocidos de toda la vida.

En La Encomienda el regidor se paseaba a bordo de un cochazo, con chófer particular, igual que hacía Demetrio; aquél había pasado de ser un don nadie, como el amigo Demetrio, a gran potentado; la diferencia era que el patriarca de los “Zagala” se ganaba la vida estrujando a los miles de viajeros, y el regidor haciendo lo propio a sus vecinos, que permanecieron impasible el ademán durante treinta años y cinco automóviles de gama alta, el chófer completaba su salario haciendo de guardaespaldas del primer edil. Otra diferencia estribaba en que Demetrio sería un potentado en La Encomienda durante 39 años (1950-1989) como su admirado Caudillo de las Españas y el regidor rojo, y antes camisa azul, solamente permanecería en el cargo 30 años, y como diría el recordado Gardel: “Sentir que es un soplo la vida, que treinta años no es nada, que febril la mirada errante, ya en la sombras, ni te busca ni te nombra”. En La Encomienda moraban 17.000 vecinos, con el transcurso de los años, lo de este regidor llegaría a ser de ‘Guinness’ de la corrupción; como la práctica totalidad de la política socialista en Castilla la baja.

En “Zagala” evitaban las denuncias por fraude laboral continuado recuperando cuando terciaba la ocasión a empleados que habían sido despedidos por hurto, abuso de bebidas alcohólicas o, simplemente por vagos; entraban y salían de aquellos dos hostales como si nada, ello hacía que tales desaprensivos aceptaran cualquier tipo de condición laboral y estipendios de miseria; claro que ello suponía un trato al cliente más que deplorable, algo que no preocupaba a los propietarios, al considerar éstos que la carretera era, como solían repetir a menudo, un filón inagotable de clientes, en su caso en la doble dirección de la nueva autovía, hacia el norte y el sur. En esa recuperación del personal desechado se incluía a Alicia, la esposa del Nicolás, al tiempo que amante de Nemesio, que era llamada a filas cuando se atendía a eventos del tipo de bodas o comuniones, que solían reunir a cientos de invitados.

Ocurrió con motivo de una boda múltiple celebrada en “Zagala”, se casaban dos hermanas de un pueblo cercano y habían contratado autobuses para la ocasión. La pareja aprovechó aquel enorme revuelo para introducirse subrepticiamente en una de las habitaciones; fue durante la preparación del velador, se trataba de una magnífica explanada con capacidad para quinientas personas, quizás más. La relación entre estos dos se mantenía, bien en el nuevo automóvil de ‘Neme’, o a veces en el piso de la pareja, ante la mirada indiferente de vecinos extraños, casi todos ellos procedentes de otros pueblos agrícolas que vivían en régimen de alquiler, siendo algunos de ellos prófugos de la Justicia por impago de deudas en sus lugares de origen. En La Encomienda no solo se afincaban gitanos, también lo hacían payos, como ya hemos dicho, se trataba de desecho de tienta, que, a la larga, emigrarían hacia otros lares, ante la imposibilidad de encontrar trabajo estable en La Encomienda.

Resultaba ser una de las trágicas consecuencias del reparto de la miseria llevado a cabo por el nuevo régimen político imperante en Castilla La Mancha; aquellos que no se veían capaces de emigrar a Cataluña o al cercano Madrid, bien por falta de voluntad o por carencia de capacidad para dar el gran paso adelante que la ocasión y la necesidad requerían, optaban por recorrer diferentes pueblos de la región a la búsqueda del sustento necesario para mantener a sus familias; gentes ya en el desespero, a las que no se les hurtaba que en aquella vivienda entraban dos hombres, uno lo hacía de día y otro por la noche, ellos lo aceptaban con absoluta indiferencia, comprobando de paso que el hombre de día era más señoritingo que aquel que llegaba siempre ya entrada la noche, bien deslomado y desastrado en el vestir, que se limitaba a dar las buenas noches a algún vecino rezagado.

Nemesio estaba más que dispuesto a correr todo tipo de riesgos por aquella hembra de la que se había enamorado perdidamente, cada vez que la tenía a la vista en su desnudez era como si sucediera por primera vez; su erección, con carácter de inmediatez, semejaba en dureza que le hacía sentir un suave dolor por el interior del miembro, al cerrojo de un penal de los de antes, y había comenzado a experimentar nuevos goces que aplacaran aquel a modo de ariete, que a ella satisfaría siempre, pensaba él en su desbocada imaginación, el dolor en el miembro viril era real, y la vista de aquellos rincones entre picos de nalgas sobresalientes y muslos tersos, así como la abundante cabellera que se desplegaba entre ellos, excitaba al hombre de forma que no se venía en explicar bien, si se daba el caso le dirigía algún que otro piropo comedido, aunque ante él solo había gran exuberancia y exaltación del sexo. La vulva, oculta en aquella fronda, aparecía en todo su esplendor al momento de producirse la inflamación de la misma, regada por los capilares que venían ya cargados de sangre roja, como el carmín con el que se adornaba Alicia los labios bien dibujados en su rostro; regalo que le hacía este hombre, entre otros muchos detalles para con ella y que le conducirían, a buen seguro, al inminente desastre matrimonial. Él friccionaba los dedos en aquella humedad que brotaba y hacía brillar el sexo.

Entre aquellas montañas de placer que acrecentaban su hombría, el gallardo y atrevido mozo, se había decidido por introducir esos húmedos dedos en aquel rosado ano de su pareja, no encontrando oposición de parte de ella, y cavilaba, en su portentosa imaginería sexual, acerca de la penetración anal, que tan misteriosa resultaba a caballero de tan pocas luces de intelecto, no se atrevía por el momento, aunque el dedo palpaba anillos desconocidos y bien prietos, que invitaban a la penetración. Alicia esperaba impaciente que ‘Neme’ la penetrara, experimentaba mayor sensación de miedo a ser descubiertos que en su propia casa, ya que su marido no disponía de vehículo que le acercara a la vivienda antes de la hora de finalización de su larga jornada en el hostal; no iba descaminada, ya que fue producirse la tan esperada penetración y un roce de llaves les condujo al espanto.

María, en su afán por el orden, éste llevado al máximo, se encontraba dando un último repaso visual a aquellas habitaciones que iban a destinarse a algunos de los asistentes a la boda; como quiera que escuchara ruidos en la habitación que ocupaba la pareja, desocupada según la lista que llevaba en mano, entró en la misma al tiempo que daba unos golpes en la puerta con los nudillos de su mano, con firmeza no exenta de cierta inquietud. La escena resultaba de gran bochorno y sintió vergüenza ajena, lo que hizo que apartara la vista fijándola en un punto indefinido, sólo acertó a pedirles que se vistieran y abandonó aquel tálamo secuestrado por aquellos dos faltos de decencia y hasta de dignidad; rebosaban desnudez y desvergüenza, se dirigió a la puerta, no sin tropezar con un brazado de ropa que supuso eran los pantalones de aquel mentecato, que, para colmo, era familiar de su cuñada Isabel, la mujer de Diego; a pesar del poco tiempo que permaneció en aquella habitación, una tenue capa de viscosidad olorosa parecía arracimarse en su membrana nasal, bien podía ser una simple impresión olfativa ante aquellos cuerpos desnudos y bien acoplados el uno al otro. Algo iba mal en aquella casona, así lo intuía María ya desde hacía bastante tiempo.

Decidida a hablar con el necio de su marido, que no le prestaría atención, a buen seguro, pidió a su cuñada que convocara a los matrimonios sin incluir a los padres y menos aún a Mercedes y Eulogio; la reunión se llevaría a cabo en “Zagala II”, adonde había que desplazarse en coche, toda vez que la autovía hacía de muralla infranqueable, eso sin contar la distancia entre ambos hostales, uno de los cuales, el viejo, en dirección a Madrid y el nuevo, en la vía de Andalucía.

Los 12 kilómetros que separaban a los dos hostales, antes del desdoblamiento de la Nacional IV, se habían convertido en 23 al tener que llegarse hasta el puente que cruzaba la flamante autovía A4 y que contribuyó a una mayor separación entre miembros del clan, ya que Demetrio era reacio a abandonar su cuartel general, situado en “Zagala”, desde hacía más de 35 años, quizás debiéramos hablar de 37, ya que su llegada se produjo en el año 1950, aunque nunca le gustaba fijar fechas que le acercaran, aún fuera en el recuerdo, a aquella época negra.

Castilla La Mancha se acercaba a los ‘90’ con mentalidad y costumbres de los ‘70’, veinte años separaban a los castellano-manchegos del resto de regiones españolas, excepción hecha de Extremadura y el interior de Andalucía, algo que no preocupaba a sus gobernantes, más bien por el contrario, mantenían el acial bien ajustado sobre el ciudadano, de forma que no se perdiera alguna coz que les expulsara de las poltronas. Este atraso estaba justificado en un principio, ya que el mundo rural se ha venido caracterizando de siempre por el individualismo; las pocas asociaciones agrícolas existentes, que, resultaba muy curioso, recibían el nombre de hermandades, estaban dirigidas por los terratenientes de cada comarca y, consiguientemente politizadas, en nuestro estadio, finales de los años ‘80’, en manos de un socialismo que no era tal, de igual manera que en el franquismo, ya que el caldo de cultivo era el mismo: penuria económica ya que los agricultores no eran los beneficiarios de su trabajo, el fruto de sus esfuerzos enriquecía a los intermediarios, ya hablamos de aquellos corredores que adquirieron mayores cuotas de presencia en los mercados con los sucesivos gobiernos socialistas, ignorando el cooperativismo real que sentaba sus reales en el resto de España; cada productor agrícola iba a su bola, no digamos ya los bodegueros, cada uno por su lado, todo lo cual les convertía en presas fáciles para los corredores o intermediarios de cualquier jaez.

Eran amigos y allegados del poder municipal, se vanagloriaban de ello en plazas y bares, al tiempo que esquilmaban a los agricultores; ese poder municipal socialista copaba la mayoría de las Diputaciones, fuente de créditos a los pequeños y medianos agricultores; era el mismo poder instalado en la Junta de Comunidades y, por ende, en las Cortes de Castilla La Mancha, poder de quien dependía el reparto de las cuantiosas ayudas que provenían de Europa a través de la PAC (Política Agrícola Común). Era ahí, en el palacete de Fuensalida, donde se tomaban las decisiones que vincularían al sector primario, agricultura y ganadería, con el falso socialismo del patriarca Bono, sin olvidar que la región era el viñedo de mayor extensión del mundo; y donde comenzaba una cadena diabólica que amarraba al poder financiero al poder político, aquel aplaudía con las orejas las decisiones del poder político rampante, que disponía de armas financieras letales para los bancos privados, se trataba de las muy conocidas ‘Cajas Rurales’, una especie de timo de la estampita, al ser órganos dedicados a la explotación de los agricultores, por su influencia en decisiones sobre precios de mercado, por un lado; y del otro, no menos importante, quienes les concedían los créditos que les eran necesarios para no caer en la ruina, a intereses de mercado, obviamente. La versión cutre de las ‘Las uvas de la ira’.

El caldo de cultivo, en el que medraban estos políticos del nacional-socialismo contemporáneo, era ya líquido amniótico, sin el cual la supervivencia quedaba en vilo ya que, sin la debida protección política, los pequeños agricultores no podrían alcanzar la condición de medianos, condición sine qua non para acceder a las ayudas europeas de cierta enjundia. Los alcaldes, socialistas en su inmensa mayoría, eran los reales intermediarios entre la propia Junta, nunca mejor expresado lo de propia, y las Diputaciones, y el agricultor; que dejaba de ser propio al vender su individualismo, y su voto, claro está, a los socialistas, fuera su ideología la que fuese igualando esta época con la anterior, franquista, solo que con más tractores, gracias a la ayuda de la PAC, sin ser conscientes, para nada, de que la PAC ayudaba a los principales países de Europa, ya que el agricultor se veía obligado a aceptar las directrices y normativas europeas, le gustara o no el contenido de las mismas. Las sucesivas PAC recortaron y adaptaron nuestra agricultura a los intereses de países como Francia e Italia, de forma que tu campo se reducía y tu tractor aumentaba, de tamaño en ambos casos. El nacionalismo del que hacía gala Felipe González en 1982 había durado cuatro años, tiempo que habíamos tardado en ser admitidos en la (entonces) Comunidad Económica Europea, eso fue en 1986; la agricultura castellano-manchega había comprado su ataúd, sólo le faltaban los clavos, que llegarían catorce años más tarde, con el euro, y el posterior anuncio de que había que destinar las ayudas a otros países adheridos de cualquier manera a la Unión Europea.