- Mira, que necesito que arranques mi coche y lo dispongas para salir a la carretera, tengo que ir a mi pueblo con urgencia, por unos papeles del Registro, espero que tengas un hueco, que te agradecería como tú sabes, almorzaremos juntos en cuanto llegues. Era temprano y no había mucha faena; - Estaré ahí en cuanto vuelva el patrón, que ha ido al pueblo a por recambios y algunos cobros, según me ha dado a entender, no te preocupes porque tendrás el coche listo por la noche.
Eulogio le esperaba sentado, junto a la mesa del rincón donde apilaban los atizadores y fuelle de la chimenea central; allí pidió el almuerzo para el ‘chincheta’ y se dispuso a contarle grandes hazañas al frente de sus nuevas funciones como miembro de pleno derecho del clan. No pudo hacerlo al verse interrumpido por el mecánico.
- Eulogio, le dijo sin miramientos, es que yo te he tomado aprecio y quiero que sepas que por aquí ronda gente que ha acosado a tu bella esposa, aprovechando que ella hacía vida en el hostal, por razón de su soltería y siguiendo instrucciones de tu suegro.
- ¿Te refieres a clientes? le espetó a bocajarro Eulogio, miró al techo, azorado, al tiempo que el otro engullía un pedazo de morcilla grasienta y se limpiaba los restos con el dorso de la mano; y eso lo sabrán mis cuñados, imagino.
- No son así las cosas, me refiero a un empleado vuestro, y la familia desconoce cualquier roce del joven con Mercedes; tampoco se dirigen a mí pero siempre tengo alguna noticia de primera mano, procuro ajustarles precios cuando me traen los coches y alguna moto o bicicleta. Ahora están todos preocupados, algo ha debido ocurrir entre el Nemesio y la mujer del pobre Nicolás, una real hembra, hay que decirlo. Una de dos, o los empleados no saben nada o no quieren soltar prenda, sé que se reúnen en el otro hostal y que ‘Neme’ terminará fuera de ‘Zagala’, más pronto que tarde.
- Ese Nemesio ha acosado a mi Mercedes, es lo que me estás diciendo. – No, no, tampoco me explico bien y no resulta agradable hablar de casa ajena. Chincheta vio oportunidad de cerrar el paso al listillo que tenía enfrente; violento Eulogio porque se supiera de su desconocimiento de lo que allí ocurría, el gesto era ya de enfado, y el otro lo captó al momento; este Javier, que lleva unos años con la familia es el que enreda de pretendiente de tu esposa, pero no hagas caso, porque ella habrá puesto distancias, no me cabe la menor duda, por su nueva situación.
- Lo del Nemesio, continuó el 'chincheta', ante el ominoso silencio del otro que rumiaba la noticia con muy mal gesto, es más complicado porque como sabes es familia de tu cuñada Isabel; buena pareja, eso sí, estos dos, Javier y Nemesio y hacen piña con las empleadas, que no les hacen ascos a estos niñatos que se ayudan de la caja registradora y del aparador de los quesos para sus gastos de ropa y algo más, que caerá en las bolsillos de las batas de estas muchachas, que para eso se las desabotonan con ellos.
Eulogio no atinaba a sacar agua de este molino que se le ofrecía sin razón aparente, nervioso, era consciente de que todavía no era nadie en esta casa, su único aval lo constituía el patriarca y él conocía alguna de las razones que pesaban en Demetrio al acogerle; no podía decir lo mismo de sus cuñados, que se limitaban a tratarle con educación sin hacerle partícipe de los proyectos que concernían al negocio.
- ¡Eulogio! debo marcharme y no lo haré sin decirte que cuentes conmigo, si te parece, porque aquí tienes un buen futuro, y no olvides que se ha dado demasiada confianza a los empleados, y eso se termina pagando.
- Gracias, amigo, tenía tantas preguntas que hacer al bacín aquél que estaba bloqueado por las extrañas circunstancias en que parecía desarrollarse el portentoso negocio de su nueva familia, ya pensaría que hacer con la información que pensaba obtener del sucio mecánico; gracias por tu sinceridad y amistad. En cuanto vuelva de Quintanilla pasaré a pagarte.
– No te preocupes por lo de hoy, pero recuerda cambiarle la batería antes del invierno, y pásate por el taller cuando vuelvas, su sonrisa era torva, debido al mordido palillo con el que se hurgaba los dientes, él creía que todo estaba saliendo como lo había pensado.
El ‘chincheta’ deseaba a Mercedes desde que era una jovencita, se trataba de un sentimiento sucio por demás, que le acompañaba, aún estando con su prometida, aquella buena muchacha conquistada en una de sus salidas por los pueblos vecinos, a la que veía todos los festivos que conseguía librar, ya que en el taller solo estaban el dueño y él mismo y habían conseguido hacerse con tractores y maquinaria agrícola, equipamiento que ya se veía por la comarca como parte del paisaje, gracias a las ayudas de Europa que financiaban la maquinaria hasta en un 60%, en lo que se vino a llamar modernización del agro español.
A finales de la década de los ‘80’ Castilla La Mancha seguía exportando mano de obra a otras comunidades, esta vez incluida la de Aragón, donde se instalaban polígonos industriales que acogían capital catalán y empresas de nuevas tecnologías, al abrirse Cataluña por el valle del Ebro y convertirse Zaragoza en base logística que apuntaba al espacio triangular comprendido entre Bilbao, Madrid y Valencia, en paralelo a la mejora de las comunicaciones por autovías y ferrocarril. Las máquinas seguían expulsando de la tierra a sus productores, incluidos aquellos temporeros que complementaban con los jornales que les proporcionaba el campo sus magros ingresos en la hostelería y en la construcción, todavía incipiente en la comarca. Faltaban más de diez años para el boom del sector inmobiliario, quizás quince en Castilla La Mancha.
El gobierno de Castilla La Mancha no apostó por la industrialización cuando había que hacerlo, aquel despliegue de infraestructuras solo podía beneficiar a quienes se encontraban en lugares estratégicos, geográficamente hablando; esa situación geoestratégica tenía que resultar muy atractiva para inversores de toda España. Industrias básicas para la elaboración de productos agroalimentarios, con centros de distribución y logística adecuados. Industria de ensamblaje de piezas para automoción y ferrocarril aprovechando las antiguas infraestructuras de la región y también componentes para la aviación comercial.
Grandes bodegas, al estilo de Valdepeñas, que habían conseguido la calificación ‘TIR’, que aseguraba los intercambios ágiles y el transporte internacional por carretera. Nuestro vino y nuestros productos alimentarios en vehículos con caja y los contenedores de carga con precintos aduaneros podrían transitar por los países sin ser controlados en las fronteras. Gracias al TIR se racionalizan los pasos de frontera, cumpliendo las formalidades aduaneras a la salida (de Valdepeñas) y a la llegada (a Beijing, Pekín) y no en cada frontera; se garantiza el pago de las tasas y derechos aduaneros, también se aceleran los intercambios internaciones, al tiempo que se reducen los costes.
Aquello resultó ser el sueño de una noche de verano; la Castilla La Mancha socialista no quiso incidir en esa línea, la de los grandes emprendedores, en este caso bodegueros; aquel TIR que atrajo a empresarios madrileños a Valdepeñas, admirados y esperanzados por aquel éxito internacional, prueba de máxima confianza. Y había ocurrido en el patio trasero de los propios madrileños. La alegría dura poco en casa del pobre, es cosa sabida; aquello no fue a más, ya se encargaron los socialistas de ello, retomando otra calificación bien diferente, la de región rural empobrecida, subsidiada y dependiente de Ayuntamientos y Diputaciones a efectos de la obtención de empleos precarios, normalmente barrenderos y peones de albañil, los albañiles de oficio estaban en Cataluña desde hacía tiempo.
Es debido a ello por lo que los fontaneros tuvieron su década dorada en los ‘80’; aquellos albañiles poco formados instalaban mal, en muchos casos (en este caso serían casas) los miles de retretes que Bono metió en las viviendas. Y aún llegó mas lejos; Alicia, la amante adúltera del ‘Neme’, que tanto juego daba por el anverso, y en breve lo daría por el reverso, aquella montaña de placer, disponía de bidet, en el cual templaba su sexo irritado por las fricciones a que era sometido por aquel hombre que le hacía levitar, vulgo volar.
Además de pagarle las sillas de la salita de estar; ella era zalamera, cierto es que con orgasmo incluido, algo que sus amigas casadas aún no conocían y que probablemente nunca llegarían a experimentar. Muchos años antes de la llegada a España de los hombres de negro, para que se hicieran cargo del control presupuestario y de la deuda soberana que llevaría a la asfixia del país; en Castilla La Mancha y Extremadura teníamos a las mujeres de negro; se caracterizaban por su pelo recogido en moños que semejaban espaldares de grandes lagartos; faldas largas que fueron sustituidas por pantalones de corte recto que ocultaran debidamente prominencias de nalgas y muslos y chaquetas saco que despistaran pechos, nunca contundentes. Todo ello sobre zapato plano, a veces de plataforma mínima, y siempre de color negro. La mayoría de mujeres, de esta guisa ataviadas, resultaban inexpresivas y carentes de brillo; que era, a fin de cuentas, lo que se trataba de conseguir, por parte de aquellos varones acomplejados, que, normalmente, tenían menos preparación que ellas, de superior inteligencia muy a menudo, y, por consiguiente, complejas de comprender y por ende de tratar. Nos acercábamos a los ‘90’ con un bagaje sexual más propio de conejos que de seres cultivados en el arte del amar.
En los ‘90’ las más atrevidas optaron por los cardados, nunca por las melenas sueltas, y en cuanto a pantalones tejanos se buscaban cortes de hombre, rectilíneos, que no marcaran las formas femeninas, por lo que rechazaban los modelos ajustados que hacían furor en el resto de España. A nadie se le escapa que debajo de aquellas mortajas palpitaban reales hembras, de pechos enhiestos hasta la maternidad repetida, costados redondos y vellos púbicos, las más de las veces ensortijados, que cubrían vulvas de labios poderosos.
Cuerpos que no eran tenidos en cuenta por el varón más allá del corto espacio de tiempo que conducía a la primera maternidad, ya que la sexualidad del macho castellano se refería más a la propiedad del territorio conquistado, que a la práctica gozosa del sexo conyugal, que huía de la reiteración de actos, debido al falso pudor de las hembras y al respeto mal entendido que creían merecer. No obstante, a pesar de constatar el desapego hacia el sexo de sus mujeres, era frecuente que los maridos ejercieran un control constante sobre las mismas; algo en su interior les decía que aquellos destellos fugaces que entreveían en los rostros de ellas, no muy a menudo, claro está, eran señales de aviso sobre capacidades amatorias ocultas que ellos no habían explorado. Era frecuente que la mujer, consciente de que la penetración sería rápida y nada vigorosa al no conceder tiempo el varón al aporte sanguíneo requerido por su sistema vascular, sin carga de energía, simplemente endurecido el miembro, que nunca a repletar, manifestara cierta fogosidad en sus movimientos de acople que terminaban, sin quererlo, en mayor premura del varón en su saciedad casi de inmediatez. Restaban hueras a pesar del llenado rápido a que se sometían, y sus cabalgadas frenéticas no servían de nada, al contrario.
La fogosidad fallida de la hembra tenía consecuencias; de un lado molestaba al varón que solo aspiraba al vaciado lento de su fluido en el recipiente de su propiedad; aquellos movimientos desesperados de ella, por otra parte, podían ser indicio, pensaba para su aquél, nuestro castellano viejo, incluso el no tan viejo, de que su hembra podría aspirar a goces más propios de rameras o de simples criadas. Si recordamos, a modo de ejemplo, los escarceos aquellos en “Zagala” y otros establecimientos, y el desabotonar aquellas batas debajo de las cuales vibraba el sexo en plenitud, podemos llegar a la conclusión de que se trataba de ‘cualquieras’, diferentes del sexo doméstico, inexistente para la mujer en la mayoría de casos y hogares.
La frustración era de tal magnitud que la mujer casada pasaba a la condición de asexuada en breve espacio de tiempo, y en la medida en que, de forma lógica y pausada, se hacía cargo de las riendas del común matrimonial, llegará al rechazo de la relación, manifestado en toda suerte de excusas para no rendir el débito conyugal; ya que recordaba bien, por su especial sensibilidad, los vaciados y descargas del compadre aquél, su esposo, en el preciado vaso de su esencia femenina, siempre de fondo seco, y a veces maltratado, incluso de suciedad.
La ausencia de cultura, en cuya perseverancia se ocupaban los dirigentes socialistas, al ser ese uno de sus negociados, afectaba, es obvio, al desenvolvimiento sexual dentro y fuera de las parejas establecidas ya, o en ciernes de serlo; de igual forma que el mantenimiento de costumbres abyectas, en cuanto hacía referencia al sometimiento de la mujer al varón.