domingo, 30 de junio de 2019

¿Van a propiciar que vuelva la derecha? en otoño, por Carlos Elordi


¿Es realmente posible que esa derecha vaya a hacerse con las riendas del poder en este otoño? No es seguro, pero tampoco es descartable. El pulso, para muchos incomprensible, que están librando Pedro Sánchez y Pablo Iglesias conlleva ese riesgo. Aparte del oprobio para la izquierda durante unos cuantos años, la peor consecuencia de una repetición de elecciones sería que abriría la puerta a una victoria de la derecha. Es una posibilidad que distintos análisis demoscópicos avalan. Y la evidencia también: la diferencia en votos entre ambos bloques no fue muy grande el 26 de abril y una previsible caída de la participación del electorado potencial de izquierdas podría colmarla. 

Los sondeos también apuntan a que el reparto de fuerzas entre las tres derechas se modificaría en unos nuevos comicios. Algo, según los sondeos hasta ahora publicados, bastante probable si Ciudadanos no consigue salir de su crisis actual. Y en todo caso, siempre a favor del PP. Vox lucha desesperadamente por defender su especificidad. Pero la posibilidad de que una parte significativa de su electorado vuelva al partido de Pablo Casado, de donde buena parte del mismo procede, es muy grande. 

Un fracaso de las negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos sería por tanto la mejor noticia que podría recibir el PP. De ahí que no tenga sentido la propuesta de su abstención en la investidura que Pedro Sánchez sigue haciendo. Está claro que Ciudadanos tampoco va a recoger ese guante. Aunque le cueste nuevas defecciones en su partido y aunque algunos poderes económicos le vuelvan la espalda. 

Por mucho que el líder socialista avise que sin la abstención de la derecha, sería la de los independentistas catalanes y vascos la que le daría la presidencia el gobierno, una vez que hubiera pactado con UP, ni PP ni Ciudadanos le van a hacer ese favor. Tal vez porque comprendan, aunque nunca lo dirán, que tampoco es tan grave que Esquerra, y quien sabe si también Bildu y el PDeCAT, haga lo que esté su mano para propiciar una negociación entre el gobierno central y el independentismo. 

Aunque luego, en público, la derecha denunciaría cualquier paso en esa dirección poco menos que como una traición de Estado. Una falacia que le eximiría de estrujarse el cerebro para parir un programa que no tiene, ni de lejos. Pues le bastaría con repetir uno y otro día lo que lleva diciendo hace años al respecto. 

Y que seguramente también sería uno de los ejes de su nueva campaña electoral. Porque más allá de las invectivas, los insultos, y la demostración de su gran fuerza mediática, la derecha tiene poco más que eso en su bagaje propositivo. Hace algunos años Albert Rivera trató de llenar ese hueco con alguna propuesta innovadora en materia económica y social. Hoy aquel intento se ha perdido en los archivos del partido. 

Pablo Casado, ni eso. Su programa de reformas es puro papel y su insistencia en la rebaja de impuestos es más que demagógica. Pues choca con un mantenimiento en lo sustancial de los gastos del estado que la hacen inviable. Y la experiencia de los gobiernos de Rajoy confirma que los únicos recortes fiscales que practica el PP son los que benefician a las rentas más altas y a las grandes empresas. 

Las cada vez más altitonantes denuncias de las aspiraciones del independentismo y de cualquiera que ose no compartirlas cubre esos huecos. Con ellas responden a cualquier pregunta que se les haga, aunque casi siempre queden en ridículo. Nadie en sus ámbitos políticos se ha preguntado públicamente qué clase de proyecto político es el de unos partidos que carecen absolutamente de propuestas, como no sea la del palo, respecto de un problema, el de los nacionalismos, que es el más grave que tiene España y que afecta a dos de sus regiones económica y socialmente más pujantes. 

El hecho de que el PP haya desaparecido prácticamente de la escena política catalana y vasca y de que Ciudadanos comparta esa suerte en Euskadi y tienda claramente a la baja en Cataluña no lleva a ninguno de esos dos partidos a cuestionarse su línea maximalista. "Porque les da votos en el resto de España" se dice siempre que se plantea esa cuestión. ¿Hasta cuándo? En el horizonte temporal previsible. Sólo cuatro años en la oposición podrían propiciar alguna reflexión al respecto. 

Pero si hay elecciones en otoño nada de eso va a ocurrir. Volverán a decir lo de siempre. Con algunas mentiras añadidas. La de que la voluntad de indultar a los independentistas eventualmente condenados y los pactos secretos entre Pedro Sánchez y Esquerra se añadirían a su arsenal habitual. 

Paradójicamente ha sido Vox el que ha introducido algunas novedades en el discurso que la derecha nos viene ofreciendo desde hace años. Porque su imprescindible concurso para conquistar espacios de poder municipal y autonómico ha obligado al PP y a Ciudadanos a hacerle algunas concesiones y porque el giro conservador, hacia lo ultramontano, que en el PP se viene produciendo en los últimos tiempos, con el ascenso de Casado, de la mano de Aznar, como más claro exponente del mismo, las hacen más digeribles. Albert Rivera flota en esas aguas como un corcho. 

¿Es realmente posible que esa derecha vaya a hacerse con las riendas del poder en este otoño? No es seguro, pero tampoco es descartable, ni mucho menos. El pulso, para muchos incomprensible, que están librando Pedro Sánchez y Pablo Iglesias conlleva ese riesgo, aunque ninguno de ellos parece tenerlo en cuenta. Pero si sus negociaciones fracasan no pocos de sus votantes se lo van a hacer pagar. Absteniéndose. Y, por tanto, dando más posibilidades de victoria a la derecha. 

Y que ninguno de ellos se atreva entonces a pedirles un comportamiento responsable