Carlos Elordi
Estaba claro desde hace mucho tiempo que Mariano Rajoy no era un dirigente político capaz de gestionar con eficacia y sentido de Estado la crisis catalana. Podría haber escogido otras vías, sin duda más fáciles de formular en un papel que de llevar a la práctica, pero que en todo caso habrían evitado el desastre que se ha consumado este viernes. Por contra ha optado por llevar las cosas hasta el despeñadero, cometiendo además no pocos errores de recorrido que las han agravado. Ahora, cuando ya estamos metidos de lleno en la tragedia, ha pedido a los ciudadanos que estén tranquilos, que es lo mismo que decir que confíen en él. Y eso, a menos que en las próximas semanas aparezca un nuevo Rajoy, alguien que desmienta toda su anterior trayectoria, es poco menos que imposible.
Las incógnitas que se abren para todos los españoles son muchas y muy graves. La primera es cómo se va a revertir la situación. Una ola de indignación contra el independentismo se ha desatado en la sociedad y la mayoría apoya que se tomen medidas drásticas para abatirlo. Por cierto, que esa ola ha nacido sólo hace muy poco, porque a la vuelta del verano sólo una minoría, también en los ambientes mediáticos y políticos, era consciente de la gravedad de lo que se estaba fraguando en Catalunya. Tal vez porque las teles y los grandes diarios no hablaban mucho de ello, siguiendo las consignas de La Moncloa.
Rajoy, además de que no tenía más remedio que reaccionar algún día, se ha subido sobre esa ola. Aunque hablar de los beneficios electorales que ello puede reportarle no tiene mucho sentido en estos momentos. Porque la situación puede evolucionar de manera que la posibilidad de unas elecciones quede arrumbada durante bastante tiempo y porque en la aplicación del artículo 155 y en el panorama general, el económico incluido, se pueden producir hechos que dejen muy tocada la imagen de determinación que a los ojos de muchos votantes Rajoy ha conseguido en los últimos tiempos.
El gobierno español va a ocupar la Generalitat. Más allá de que eso puede dañar gravemente el funcionamiento de la administración pública catalana y de sus muchos aledaños -entre otras cosas porque no va a encontrar una colaboración entusiasta por parte de muchos funcionarios y no digamos de sus cuadros- ¿cómo va a arrinconar eso al masivo movimiento independentista?
Aunque al principio el Gobierno opte por la moderación en las formas, muy pronto la represión será inevitable. Y puede ser creciente. La desestabilización de la vida pública catalana está garantizada. Porque los independentistas no se van a rendir, ni mucho menos, y están repartidos por todo el territorio. Aunque las cargas policiales puedan retraer a no pocos a medida que pasen las semanas y baje el nivel de entusiasmo de estos días.
Y si la intervención de los organismos públicos y de acción policial no son suficientes para devolver la normalidad democrática a Catalunya, otras vías posibles, las de la mediación y la negociación que siempre ha utilizado la política, están cegadas. Y lo estarán más si los tribunales se ceban con la dirección del independentismo. Todos los puentes han sido dinamitados. Hoy por hoy no hay atisbo de tercera vía en Catalunya. Y a menos que pasen cosas totalmente imprevisibles, quién sabe lo que ocurrirá más adelante si la crisis deviene en drama, el frente independentista no se va a romper. Por muchas tensiones internas que hoy tenga, del mismo no se va a separar un sector dispuesto a pactar con Rajoy.
Si la aprobación del artículo 155 representa el fracaso del presidente del Gobierno en la gestión de la crisis catalana, su aplicación concreta puede ser tan nefasta que no pocos de los que hoy la apoyan sin reservas pueden arrepentirse de haberlo hecho. Es cierto que Rajoy podría optar por llevar a cabo sus medidas con la máxima contención, limitando sus efectos a meras actuaciones coercitivas contra los dirigentes independentistas y evitando arremeter contra símbolos como los medios públicos, la educación u otros.
Estaría bien. Pero no parece muy posible. Primero porque los tribunales ya están en marcha y sus iniciativas van a golpear las conciencias de todo el mundo soberanista y desatar reacciones sin cuento. Segundo, porque la presión de la derecha centralista e intolerante, que desde siempre tiene maniatado a Rajoy, no le va a permitir que se ande con contemplaciones.
Cabe por tanto ser muy pesimista sobre lo que puede ocurrir en Catalunya y prever que la situación no se va a estabilizar en mucho tiempo, lo cual va a afectar gravemente a la vida ciudadana, a los equilibrios sociales y a la marcha de la economía. ¿Cuándo se va a poder garantizar a un inversor, catalán, español o extranjero, que las cosas ya se han normalizado y que ya puede poner su dinero?
Todos los analistas están convencidos de que el crecimiento económico español va caer como consecuencia de la crisis catalana y algunos temen que lo haga mucho si ésta se prolonga en el tiempo. Rajoy y su gobierno están inermes ante esas perspectivas. Y si los peores augurios se confirman, de poco valdrá decir entonces que la culpa la tienen Puigdemont y Junqueras.
La paralización del resto de la vida política española como consecuencia de la previsible concentración exclusiva del Gobierno en la crisis catalana no es una cuestión menor. Se está produciendo desde la vuelta del verano pero irremisiblemente va a seguir durante meses y meses, dejando aparcados asuntos tan importantes como la reforma de las pensiones y otros. Este viernes la Comisión Europea ha pedido a La Moncloa que confirme que en breve le mandará el proyecto de presupuestos para 2018 que De Guindos le había prometido. Pero, ¿qué proyecto le puede enviar si no sabe si será aprobado porque no cuenta con el imprescindible apoyo del PNV para cerrarlo? ¿Y cómo va a negociar Rajoy con los nacionalistas vascos en las presentes circunstancias?
Muchos capítulos de la gestión política están en el aire y otros más se les van a sumar en un inmediato futuro. Rajoy se habrá reforzado con su dura respuesta al independentismo, pero sus errores y la crisis misma han debilitado a España y pueden debilitarla aún más. En esas condiciones el presidente del Gobierno no va a tranquilizar a muchos. Hay quien piensa que un pacto, éste ya para gobernar, con el PSOE y Ciudadanos mejoraría su situación. Habría que verlo. Y además seguramente es imposible.