MLFA
Entierro del dictador Franco, fallecido en 1975 tras una larguísima agonía, en premio a su crueldad desmesurada.
Segunda Parte
7
En los primeros días del mes de noviembre de 1975 la enfermedad del Caudillo empeoraba, y llegó a ser de suma gravedad, los médicos del equipo que atendía a su Excelencia, conocidos en la prensa como el equipo médico habitual, y dirigidos por el yerno de Franco, el Marqués de Villaverde, llegaron al encarnizamiento terapéutico, que llevó al enfermo a pronunciar aquella frase que se hizo famosa: ¡Qué duro es morir! que recorrió las redacciones de los periódicos de medio mundo, todas ellas habían destacado corresponsales en Madrid, por la trascendencia del caso, ya que nada se sabía acerca del proceso de Transición, que sería pilotado por el Príncipe Juan Carlos, personaje imprevisible, ordenado y conservador en su función pública de representación, pero audaz y liberal en su vida privada, como era de todos conocido, aunque nunca publicado por la prensa del Movimiento. El príncipe don Juan Carlos era un ‘bon vivant’ y España entera contenía la respiración a mediados de aquel noviembre.
El día 20 fallecía a la edad de 83 años, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, después de sufrir una larga enfermedad, ya que ese mismo Dios negó una muerte dulce a quien tanto sufrimiento había provocado; su hermana Pilar llegó a decir: “Mejor hubiera sido para España y los españoles que mi hermano Paquito hubiera sido fontanero’. Si la medicina se empleó a fondo para intentar prolongar su vida, la Iglesia no quiso ser menos y la parafernalia de su velatorio, funeral y entierro, no desmereció de la de los Reyes Católicos, de hecho la superó. Para el entierro del Caudillo no hubo necesidad de contratar plañideras, casi toda la ciudadanía lloró, algunos forzados por sus circunstancias, a la muerte del Dictador. Se le mantuvo con vida hasta el día 20 para hacer coincidir su óbito con el de José Antonio Primo de Rivera, asesinado 39 años antes en Alicante, un 20 de Noviembre de 1936.
En “Zagala” la desaparición de tan insigne figura tuvo consecuencias; la más curiosa fue la desaparición de Demetrio, que permaneció durante tres días encerrado en su dormitorio, con la escopeta al lado y dos o tres cajas de cartuchos, alimentado y a un tiempo consolado por Rita, su querida esposa; todo lo cual llegó a ser de dominio público gracias al ‘chincheta’, cliente habitual de la cafetería, por su trabajo en un taller mecánico próximo a “Zagala”.
El ‘chincheta’ era un conocido comunista que, actualmente, milita en la derecha y estaba obsesionado con Demetrio y familia, habiendo llegado a recabar información sobre ellos a sus conmilitones de Quintanilla; al mismo tiempo era un sátiro encelado con las empleadas del hostal, donde almorzaba a diario y astuto como era, amen de avispado por el vino, conseguía información de aquellos camareros a los que, de vez en cuando, arreglaba bicicletas y motos de segunda o tercera mano de forma gratuita, que aquellos le compensaban en los almuerzos cotidianos. En aquellos días el ‘chincheta’ bien se holgaba por haber conocido muchas cosas, siendo la más importante de ellas el encierro del jefe Demetrio en su aposento y el trajinar de su esposa, llevando y trayendo tazones de caldo y pan recién hecho, para alivio del encerrado con sus fantasmas, también para una adecuada alimentación, los achaques ya hacían mella en Demetrio, no en vano superaba de largo la cincuentena.
El ‘chincheta’ era un bacín (chismoso y a la vez chivato), expresión utilizada en la comarca, muy dados sus vecinos a averiguar y bacinear, todo ello consecuencia de la desconfianza hacia el foráneo, a lo que debemos añadir la envidia, una verdadera pandemia en la España del subdesarrollo; éste era el personaje siniestro que acudía hasta dos y tres veces por día a “Zagala”, desde su taller, próximo al hostal, bien cierto es que nunca consiguió enredarse con empleada alguna.
Tal y como Demetrio había previsto cuando invirtió su fortuna en aquel páramo La Encomienda se expandió en aquella dirección; talleres de automoción, empresas pequeñas y medianas de almacenaje y distribución de paquetería; algunos falsos chalets, disfrazados de casillas de campo, en las que no había ningún apero agrícola y sí grandes explanadas ajardinadas y piscinas para solaz de aquellos falsos agropecuarios, ocultas a la vista por altos setos y vallas.
Estos chalets construidos en parcelas adquiridas a la familia Expósito, disponían también de pozos de agua ilegales y algunos obtenían electricidad tomándola directamente de los postes y torres de la luz más cercanos. Y obtenían subvenciones por cuatro olivas y un majuelo.
El filón que había encontrado el ‘chincheta’ tardó poco en ser sepultado por muy determinadas fuerzas de la reacción; en aquél año de 1975 los comunistas seguían en la clandestinidad, y es un concejal de derechas, familiar de alguno de los responsables del PCE, quien sugiere a su pariente que acallen al ‘chincheta’ por el bien de todos, y, dicho y hecho, el encierro del jefe del clan de “Zagala” pasó a la historia, y el bacín mecánico dejó de ser bienvenido en el hostal, al tiempo que vituperado por sus compañeros de partido, deseosos de permanecer tranquilos e inactivos a la espera de una pronta legalización e informados de que el individuo era acosador.
Conforme transcurren los meses Demetrio ya es consciente de que el régimen franquista está siendo dinamitado, aunque ello no es totalmente cierto, ya que los pasos que han comenzado a darse son más propios de una reforma pactada que de una ruptura, y menos de la vuelta a un sistema republicano. Los comunistas, ilusionados algunos y exaltados los más, se dirigían, sin saberlo, unidos, a la derrota final. Lo que Franco no consiguió lo hizo la democracia, que, tras las primeras fiebres y júbilos condujo al Partido Comunista al ostracismo político, reducidos al papel de tontos útiles, necesarios para adornar la Transición, de forma que ésta fuera aceptada en el concierto de las naciones occidentales.
Para Demetrio todo este encaje reformista era algo así como música celestial y decidió seguir con medidas de protección, que consistían en pasar lo más desapercibido posible y controlar con mano férrea el desmadre de sus hijos y empleados; más interesados los primeros en la adquisición de grandes automóviles, como correspondía a su estatus de nuevos ricos así como a perseguir a las muchachas ocupadas en la limpieza del establecimiento y cuidado de la lencería, cubertería y vajilla. Se decidió por amueblar los pisos adquiridos en La Encomienda por su hijo Diego y obligar a todos ellos a vivir fuera del hostal, donde podrían seguir comiendo y cenando, algo que resultaba lógico por los horarios extremos a que venían obligados.
Rita convenció a hijos y nueras, incluido el yerno, sobre las bondades de residir en el pueblo, eran ya cuatro los nietos, y algunos acudían a la escuela pública y de cara al futuro veía muy positivo el hecho de que se relacionaran con otros infantes, algo que no consiguieron nunca, a pesar de tan denodados esfuerzos por parte de la matriarca. Se ha de tener en cuenta que Demetrio no estaba de acuerdo, en su fuero interno, con la idea de apertura de miembros del clan hacia los vecinos de La Encomienda; temía los efectos devastadores de la envidia, que podía cebarse en sus orígenes de bastardía y obligada orfandad, ello sin tener en cuenta los otros episodios macabros de su juventud.
En cualquier caso, tres hijos, Isidra, Diego y Emilio pasaron a ocupar los pisos de su propiedad en el casco urbano de la localidad. Mercedes, soltera, quedó bajo la custodia de los padres, feliz en extremo por poder continuar, a cualquier hora del día o de la noche, su relación amorosa con Javier el camarero, que, a pesar de admitir su enamoramiento, no le hacía ascos a cabalgar a las otras muchachas, ya que resultaba fácil manosear sus cuerpos, cubiertos de una simple bata con botonadura, y llegar a la penetración rápida con las más decididas, que se veían recompensadas con paquetes de alimentos que el muchacho distraía de aquellas grandes neveras y de las fresqueras y despensas exteriores, aquellos cuerpos velludos y tersos eran para el chico montañas de placer, con ellas no se andaba con remilgos y a menudo conseguía, a pesar de las prisas, transportarlas a una especie de clímax al que ellas no estaban acostumbradas, quizás por aquél pico de oro que acompañaba a la penetración vaginal a través de sus oídos.
Demetrio, ajeno a este desmadre laboral y sexual, que venía a significar que lo mismo se metía la mano en la caja que en la faja, que acontecía en sus dos establecimientos, hizo varios viajes a Madrid, en su Pontiac Trans de 1974, ese modelo pesaba 1800 kilos y era del gusto del patriarca de “Zagala”; visitas en las cuales recibía información, no siempre bien contrastada, que le llevaba a pensar en una continuación del franquismo, que era una mera entelequia.
Que todo quedaba atado y bien atado a la muerte del Caudillo, frase esta que fue muy utilizada durante los primeros años de la Transición española, y no había nada que temer. Muchos ciudadanos pensaron que la frase era muy acertada y no iban muy descaminados, como se pudo comprobar años más tarde. Ello no era óbice para que Demetrio siguiera acompañado de sus fantasmas, que le harían la corte hasta el final de sus días, a pesar de las nuevas ideas por las que apostaba su hijo Diego, la última de las cuales hacía referencia a la promoción del arte taurino, que tenía ciertamente abandonado en los últimos años, más preocupado por otro tipo de corridas, éstas a volapié, como aquel que dice.
Se perfila ya la Ley para la Reforma Política, que significará la derogación tácita del sistema político franquista y que incluye la convocatoria de elecciones generales para 1977, que fueron ganadas por Adolfo Suárez. Comienza la redacción de una nueva Constitución Española, que finaliza con su promulgación en 1978. La derecha de Fraga Iribarne obtuvo unos muy buenos resultados en Castilla La Mancha, a pesar de que se producía, día a día, el trasvase a la UCD (Unión del Centro Democrático), tal que fue el caso de La Encomienda; también los partidos de extrema derecha obtuvieron buenos resultados en CLM, aunque claramente insuficientes; casi como ‘Coalición Democrática’ de Fraga. Aunque el ganador en la región castellano-manchega fue el partido UCD, liderado por Adolfo Suárez.
Aunque la UCD, liviana como las amapolas, barrió y ocupó el poder político en las Cortes y en gran número de municipios, lo hizo por poco tiempo, ya que Roma no paga traidores, y de esa guisa era motejado Adolfo Suárez; no olvidemos que otros muchos fueron gobernados por alcaldes y concejales independientes; y que el PSOE estaba al llegar, no solo se le esperaba, sino que la derecha estaba más que dispuesta a la aceptación del desembarco de los socialistas en la región de Castilla La Mancha, de tal manera que fueran ellos mismos quienes administraran la miseria que asolaba la misma, como se verá más adelante. Los poderes fácticos, siempre por encima de UCD y PSOE, ya habrían decidido, en 1978, que habría dos Españas, aunque nunca lo hicieron público; de tal manera que Castilla La Mancha pasaba a ser propiedad del PSOE, y de sus dirigentes, que aprovecharon el nombramiento de tutores políticos para enriquecerse y hacer vida de auténticos virreyes.
Un elemento a tener en cuenta fue el apoyo electoral que lograron en 1979, en Castilla La Mancha, partidos de la ultra derecha, como Fuerza Nueva y Unión Nacional, muy superiores a los obtenidos en el resto de España, aunque su recorrido fue corto, como el de la UCD de los reformistas. Suárez estuvo muy amenazado, principalmente por elementos de esta extrema derecha, hasta el punto de que dormía en La Moncloa con una pistola en la mesilla de noche, y llegó a no fiarse de sus propios escoltas, según confesó años después, antes de la enfermedad que le apartó de la vida social y política.
Esta era la situación de España en aquellos años; los famosos setenta, aunque los años de máxima intensidad política fueron los comprendidos entre 1975, fallecimiento del Generalísimo, y 1981, año del golpe de Estado protagonizado por el Teniente Coronel Tejero, conocido para siempre como el “23F”, que (nos) dejó a los españoles a los pies de los caballos en el concierto internacional, además de suponer un duro golpe para la Benemérita Guardia Civil; Suárez protegiendo su vida de elementos de ultra derecha con una pistola en la cabecera de la cama; y nuestro Demetrio, cuidando de la suya con la escopeta a su costado, profusión de cartuchos de postas, de posibles vengadores procedentes de su pueblo, ahora asimilados a socialistas y republicanos, familiares o amigos de aquellos, que aún a día de hoy, pueblan las cunetas en pueblos de Castilla, para vergüenza e ignominia de los gobernantes nacidos de la Transición; del propio pueblo castellano-manchego y, por elevación, de todos los españoles bien nacidos.
Hoy sabemos que aquella Transición tuvo muy poco de modélica, como se encargaban de propalar los políticos; bien por el contrario, se redujo a un intercambio de papeles siguiendo las teorías de Lampedusa. Papeles o cromos que se intercambiaban según las circunstancias, y que daban alas a los terrorismos de extrema izquierda y de extrema derecha.