Mirador de La Mancha - Villarrubia de los Ojos |
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Nemesio intentaba volver con Rosi y salvar su matrimonio, siquiera fuera a los efectos sociales que consideraba importantes para mantener una clientela selecta de tipo familiar, convencido de que a su amante le resultaría indiferente del todo, ya que ella continuaba viviendo con su marido y en el refocile sexual con el dueño del bar; su amigo de hacía años que la colmaba de regalos y propinas, además de pagarle con largueza su trabajo como limpiadora de aquel bar que siempre estaba lleno; le había propuesto ayudar como camarera, él se resistía porque se sentía celoso de aquella hembra, en el fondo temía perderla. El marido de ella no les causaba problemas, si bien es cierto que, con los años, había mudado el carácter y se mostraba huraño y discutidor en ocasiones; el sexo que requería de ella era el correspondiente al débito y poco más, al no ser muy activo sexualmente, más bien utilizaba la coyunda como resarcimiento o el mejor desahogo del trato inicuo que recibía en el hostal de los Expósito, debiendo guerrear con Emilio y su hijo mayor para cobrar la semanada íntegra. El bueno de Nicolás estaba ya dado de alta en la Seguridad Social, pero no estaba convencido, por algo que había escuchado en el otro hostal, de que los dueños se mantuvieran al corriente de pago de sus seguros sociales. Alicia consideraba que debía mantener el matrimonio, no le suponía gran esfuerzo y quería que su hijo disfrutara de una vida normalizada; la vecina que lo cuidó de pequeño no le molestaba, como antaño; su Nemesio le había conseguido un empleo como cosedora en una fábrica de guarnicionería y, cualquiera diría que había olvidado aquellos ayes y gemidos que conseguían excitarla y enrabietarla años atrás, por aquél lado no había miedo, pensaba el Nemesio, que quería tener todo bajo control, para poder iniciar un acercamiento a su esposa Rosi. En el bar tenía un a modo de cuarto trastero, donde había instalado un catre, utilizado por la pareja para sus apareamientos, también para alguna siesta del ‘Neme’ a puerta cerrada, en días de mucho trajinar en el bar, adormilamiento placentero por los aromas a hembra que despedía el colchón.