Carlos Elordi
En Andalucía no hubo vendaval de derechas. Sino dos dramas distintos: uno en la izquierda y otro en la derecha. Lo del "vendaval" fue el eslogan publicitario que se acuñó para acompañar ese giro. Sin base demoscópica mínimamente sólida, o cuando menos estable, se vino a transmitir algo que le interesaba sobre todo al PP. Esta vez José Félix Tezanos no ha salido muy mal parado. Las críticas al barómetro del CIS de abril no han sido particularmente duras y, sobre todo, han sido rápidamente desplazadas por otros argumentos de la oposición. Gracias a eso, los analistas han podido profundizar en los resultados de la encuesta sin pedir perdón a nadie como hasta ahora venía ocurriendo. Y de lo que dicen unos y otros cabe deducir que las tendencias electorales que apunta el sondeo, bastante claras por cierto, son de común aceptación por parte de quienes saben de estas cosas.
Parece por tanto bastante difícil que el PSOE no sea el primer partido el 28 de abril. Más inciertos son los pactos posibles que Pedro Sánchez tendrá a su disposición para ser investido y luego para formar gobierno. Y seguramente lo seguirán siendo hasta la noche misma de las elecciones. Pero no hay duda de que la conclusión más llamativa del barómetro es que, en el mejor de los supuestos, las tres derechas juntas se quedan a 10 escaños de la mayoría absoluta.
Habrá que ver si eso se confirma dentro de 18 días. Pero el mero hecho de que esa hipótesis no solo tenga el aval demoscópico del CIS, sino el de otras cuantas otras encuestas privadas que se han publicado en las últimas semanas lleva a plantearse la siguiente pregunta: ¿quién se sacó de la manga la idea de que las elecciones andaluzas habían desatado en España un vendaval de derechas que nada iba a poder parar?
Es cierto que los resultados andaluces sorprendieron a casi todos, entre ellos al propio CIS. Pero si se analizan con rigor, el único dato extraordinario de los mismos fue la fulgurante aparición en escena de Vox. Porque el PP perdió bastantes votos y escaños, Ciudadanos quedó muy lejos de las expectativas que tenía y si el PSOE perdió la Junta fue porque cerca de 400.000 de sus votantes de sus anteriores comicios se quedaron en casa, entre ellos algunos cuadros del partido, y porque Adelante Andalucía perdió 300.000, lo cual en términos proporcionales fue peor.
Además, los análisis post electorales concluyeron que no se habían producido trasvases significativos de votantes de izquierdas hacia el PP, Ciudadanos y Vox y que la mayoría de esos 700.000 electores perdidos habían optado por la abstención, no pocos porque seguramente creían que la victoria del PSOE era segura y que con eso se podían ahorrar el mal trago de votar a un partido caduco y en el que ya no creían. Buena parte de eso mismo podría valer para Adelante Andalucía.
Sea lo que fuera, en Andalucía no hubo vendaval de derechas. Sino dos dramas distintos: uno en la izquierda y otro en la derecha. En el primer ámbito, el PSOE parece haberse rehecho de aquel batacazo, que tuvo mucho de local y específico. Unidas Podemos, no. Pero en el ámbito de la derecha las consecuencias fueron mucho más graves. Porque los resultados andaluces condicionaron absolutamente las políticas que desde ese momento iban a emprender tanto el PP como Ciudadanos y es en ese sesgo en donde hay que buscar las razones de las escasas posibilidades que actualmente tiene la derecha de hacerse con La Moncloa.
Lo del "vendaval" fue el eslogan publicitario que se acuñó para acompañar ese giro. Sin base demoscópica mínimamente sólida, o cuando menos estable, se vino a transmitir algo que le interesaba sobre todo al PP: que juntas, y bajo su mando, las tres derechas eran imparables y que Vox, el gran demonio de Pablo Casado, no tenía más remedio que subirse a ese carro.
Y salió a escena José María Aznar vestido con la túnica de gran mentor de ese entendimiento. Y Casado emprendió la carrera de decir cada día una burrada más grande, de tratar de ser más de ultraderecha que el más exaltado de los partidarios de Santiago Abascal. Y Albert Rivera no se le ocurrió otra cosa que hacer casi lo mismo, perdido en medio el desierto tras haber quemado los calificativos de "centro-derecha" y "liberal" que algunos frutos le habían dado hasta entonces.
Sería interesante saber qué dice ahora Aznar. No lo sabremos. Porque callará ante un nuevo fracaso clamoroso de sus propuestas políticas. Más de uno se lamentará de que Casado lo sacara del baúl de los recuerdos. Pero bien visto no tenía otro remedio. Necesitaba a Aznar para ser alguien dentro de un partido que estaba al borde del desastre total, tras la marcha obligada del Rajoy acosado por la corrupción y el inicio de una guerra interna de imprevisibles consecuencias.
Apañó la cosa más o menos provisionalmente. Eso sí, dejando abiertas terribles heridas internas que el partido tardará aún mucho en cerrar. Pero podría haber tirado adelante si el PP no tuviera que afrontar las citas electorales que sabemos. La de Andalucía y las generales. Y ahí apareció Vox. Atrayendo hacia sus filas no sólo a la ultraderecha que llevaba décadas latente en el interior del PP, sino a toda aquella derecha, con una parte significativa de la jerarquía católica incluida, que temía, y tal vez hoy lo tema con más fuerza, que la desorientación y el caos reinante en el partido llevaran a una debacle de la que era mejor huir.
Hasta el momento Casado no ha frenado esa sangría. Y lo que es peor para él y los suyos: en el intento desesperado por conseguirlo ha mostrado a la luz, sin tapujos, sus enormes limitaciones como político, que se repiten día tras día hasta el punto de que no pocos de los más fieles del PP han llegado a la conclusión de que alguien como él no podrá ser nunca presidente del gobierno. Y más si entona un discurso de ultraderecha.
Rivera es otro caso. Si no hubiera aceptado el pacto con Vox en Andalucía las cosas podrían haberle ido bastante mejor, particularmente a la vista de la deriva en que ha entrado el PP, su primer rival electoral. Pero ahora ha perdido el norte y no parece fácil que pueda recuperarlo.
Pedro Sánchez ha sido el gran beneficiario de esos descalabros. Sin hacer mucho, simplemente manteniéndose tranquilo y contemplando como sus adversarios metían la pata un día no y otro sí. Y aprovechándose de que la crisis catalana ha ido perdiendo algo, o bastante, de intensidad, dejando de ser para muchos españoles el motivo de alarma y de angustia que fue hace un año y medio.