domingo, 3 de marzo de 2019

¡A Franco ni tocarlo! pero no proponer el olvido, por Carlos Elordi


No tiene sentido proponer el olvido para superar ese estado de cosas, como una y otra vez proponen los supuestos bien pensantes. Primero, porque es imposible. La dramática y traumática historia forma parte del acervo de las familias y ninguna consigna conseguirá borrarla. Segundo, porque no sería bueno. Una colectividad, un país, también se sostienen en su pasado, en el más ejemplar y reconfortante pero también en el peor. Si los restos de Francisco Franco salen del Valle de los Caídos, la democracia española habrá dado un paso muy importante para su plena consolidación. Porque habrá vencido la resistencia de sus enemigos declarados o de hecho y también la del variopinto y nutrido colectivo de personas, grupos e incluso instituciones que aceptan formalmente la Constitución pero que siguen considerando que el franquismo ha de ser reconocido como un referente de nuestro presente. El asunto no es por tanto una cuestión de memoria histórica sino de nuestra realidad política actual. Y va mucho más allá de la batalla jurídica, a veces ridícula, que se libra al respecto. 

Son cada vez menos los españoles que vivieron en el franquismo con edades que les permitían saber lo que entonces ocurría en la política de su país. Pero son muchos más los que creen que aquel régimen fue bueno para España, que algunos de sus planteamientos y actitudes podrían ser útiles para hacer frente a los problemas de nuestros días. Los hay maduros y jóvenes, gentes que piensan así por su propia experiencia o por los recuerdos que les han transmitido sus mayores, particularmente los relativos a la guerra civil. Que siguen viven vivos, en los dos bandos por cierto, a pesar de que hayan transcurrido de ocho décadas desde que terminó. 

No tiene sentido proponer el olvido para superar ese estado de cosas, como una y otra vez proponen los supuestos bien pensantes. Primero, porque es imposible. La dramática y traumática historia forma parte del acervo de las familias y ninguna consigna conseguirá borrarla. Segundo, porque no sería bueno. Una colectividad, un país, también se sostienen en su pasado, en el más ejemplar y reconfortante pero también en el peor. 

Tampoco vale para nada mirar para otro lado, como políticos e intelectuales de todo pelaje han venido haciendo desde hace cuarenta años. Esa actitud ha fracasado sin paliativos. Y los conflictos que genera el franquismo latente vuelven a aparecer con las mismas características que lo hacían al inicio de nuestra andadura democrática. Y últimamente, desde la entrada en escena de Vox, incluso con más fuerza. 

La culpa no es solo de la derecha, pero en este territorio político en el que el problema se manifiesta con más claridad. Las biografías personales cuentan. Son seguramente mayoría los dirigentes y cuadros del PP, en el aparato central y en los de las provincias y los pueblos, cuyos abuelos o bisabuelos hicieron la guerra con Franco, cayendo no pocos de ellos en el empeño, en los frentes o ejecutados, o que posteriormente tuvieron cargos y prebendas en el régimen. Los niños de esas familias crecieron escuchando por todas partes que Franco era bueno o que había salvado a los suyos. En casa, en el colegio, casi siempre religioso para los hijos de la clase media. Y por supuesto en misa. 

Algunos rompieron con esa herencia. Otros, la mayoría, no. Ninguna acción política puede acabar con ella por decreto. Y por mucho que se denuncien las barbaridades de aquel régimen, quien quiera verlo con buenos ojos encontrará excusas o mentiras piadosas para no tenerlas en cuenta. 

El problema no está en las conciencias personales, sino en el hecho de que el PP, hasta hace poco el único partido de la derecha, nunca ha tenido la mínima intención de renunciar a los beneficios políticos que podía proporcionarle esa vinculación sentimental de buena parte de sus votantes con el franquismo. Ni tampoco al acerbo ideológico que ese pasado suministraba a un partido casi siempre carente de ideas. La UCD de Adolfo Suárez sí se atrevió a avanzar por ese camino. La Alianza Popular de Fraga nació justamente para reivindicar ese pasado. Y el PP, primero con Fraga, luego con Aznar, siguieron con esa línea. Primero disimulándola. Luego a pecho descubierto, apelando a dejar de lado los “complejos” que el pasado franquista pudiera haber generado. 

Y en esas estamos. El ascenso de Ciudadanos, más laico en estas cuestiones, parecía apuntar a que la derecha podía dar un salto cualitativo en esa materia. Ahora ya ni se sabe que piensa el partido de Albert Rivera. Y encima ha aparecido Vox. Y las ideas franquistas, sobre la unidad de España, sobre la izquierda, sobre la familia y las mujeres, suenan con una fuerza que no tiene precedentes en nuestra democracia, salvo en algunos momentos en los que la Iglesia más retrógrada tomó el mando en el discurso de la derecha. 

La decisión del gobierno socialista de sacar los restos de Franco del mausoleo que él construyó para glorificar su victoria y su dictadura rompe el estanque de hipocresía que ha enfangado durante décadas el debate sobre el franquismo. De ahí las reacciones que está provocando. Lo de menos son las iniciativas de la familia Franco, del abad del Valle o de los jueces que militan en esa causa. Lo peor es que la derecha no abre la boca al respecto. Haciendo pensar que se opone a la iniciativa de Pedro Sánchez y que solo espera que fracase. Pero sin mojarse. De cara a la opinión pública en general y a sus votantes más añorantes del pasado en particular. Y también porque Vox se le tiraría al cuello. 

El asunto es por tanto de enorme calado. Por todo lo anterior, pero sobre todo porque esa exhumación representaría la primera derrota en campo abierto del franquismo latente en la España de nuestros días. Desde que el dictador murió, en la cama, han ido perdiendo posiciones. Pero no la cara. Como tenía que ser, nadie ha tratado de hacerles pagar por lo que hicieron. Por el contrario, todos les han permitido adaptarse a los nuevos tiempos. E incluso mandar, y no poco, en ellos. A cambio de nada. 

Ahora tendrían que aceptar que lo del Valle de los Caídos es impresentable. Tampoco sería para tanto. Pero no quieren. Están demasiado mal acostumbrados.